capítulo 2

633 45 4
                                    

SE HABRÍA quedado entre sus brazos toda la vida. Pegado contra su pecho, podía oír los latidos de su corazón, sentir el calor de su cuerpo y oler una fragancia mezcla de aftershave caro y la propia esencia de Fernando. Aunque estuviera abrazándolacomo a una amiga, si aquello no era el cielo se le parecía mucho.

Se sorbió la nariz y, cuando notó que la apartaba para secarle los ojos con unpañuelo, le entraron ganas de romper a llorar decepcionada.

Abrió los ojos, inundados de lágrimas, y vio que Fernando la miraba con sincera preocupación. Por más que lo intentó, a Lety no se le ocurría absolutamente nada que decir para poner fin a aquella incómoda situación.

Aunque Fernando no parecía tenso. Sus labios dibujaban una sonrisa comprensiva y atractiva al mismo tiempo y sus ojos azules la radiografiaban con una intensidad que lahacía sentirse desnuda.

-¿Quieres contármelo?

No, no quería. Levantó la cabeza para mirarlo mientras trataba de reunir fuerzas para las siguientes preguntas. Porque habría más preguntas. Por supuesto que sí. Fernando era un abogado fantástico, con mente de científico, racional y observadora. Era famoso por su tenacidad y fuerza de voluntad. Lety sabía que muchos colegas lo consideraban un genio. Y, en esos momentos, cada neurona de ese cerebro privilegiadoestaba centrada en ella.

-¿Por qué no me habías dicho antes que estás mal? -preguntó Fernando con suavidad-. Somos amigos, ¿no? Dios, no podía humillarse más. Tenía que conservar un poco de dignidad, rezó desesperada. Aunque fuera lo último que le pidiera en toda su vida.

Lety agarró el pañuelo de Fernando, incapaz de mirarlo a los ojos, se dio la vuelta y regresó a la mesa de trabajo, donde se desplomó sobre el asiento.

-Lo... lo siento -acertó a contestar. Luego, observó horrorizada mientras Fernando se acercaba a ella y le agarraba ambas manos con cariño.

-No lo sientas -dijo este-. Ni tengas vergüenza de llorar delante de mí. Hace mucho que somos amigos. Y todos los demás se han ido, así que no te preocupes porellos.

¿Los demás? ¡Ni siquiera había pensado en ellos!

-No puede ser el trabajo -continuó Fernando con voz de terciopelo-. Joseph Bugueño está encantado contigo y dice que no deja de maravillarlo la cantidad de trabajo que sacas adelante. Y dijiste que en navidades lo pasaste muy bien con tus padres, tus hermanas y todos los niños en casa. Así que, llámame entrometido o presuntuoso, pero, ¿es posible que este desánimo tan extraño en ti tenga que ver con un hombre?

-Sí, es por un hombre -reconoció Lety y se arrepintió al instante de haber hablado. Pero ya era demasiado tarde. Lo había dicho y no podía dar marcha atrás.

Se obligó a levantar la cabeza y vio que Fernando la miraba con simpatía. Nada más.

Sólo entonces comprendió que había esperado algo distinto: una chispa de inquietud, un leve asomo de celos, cierta tensión en ese congelador que tenía por cerebro, donde parecía tenerlo todo perfectamente compartimentado.

Y entonces se sintió fatal, miserablemente culpable mientras Fernando extendía una mano para acariciarle la mejilla.

-Está claro que no sé nada del tema -murmuró él con afecto y sinceridad-, pero estoy seguro de que ese hombre no te merece, ni merece la pena que llores por él.

Podía ser, pero tampoco era lo que más la ayudaba en esos momentos. Además, no tenía el menor derecho a esperar nada de Fernando; se recordó a su pesar. No podía reprocharle que la viera como a una amiga, de la misma manera que ella no podía evitar amarlo. Lo miró a la cara y, de pronto, le pareció advertir una expresión de sorpresa en su rostro.

Enamorada del Jefe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora