capítulo 7

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DESPUÉS de casi ocho horas de sueño profundo, Lety se despertó sonriendo ante los gritos entusiasmados de Elena. Un instante después, la puerta de la habitación de invitados se abrió y un misil humano bajito, moreno y de ojos abiertos aterrizó sobre la cama.

-¡Ven, ven!, ¡ven a ver mi hámster! -exclamó la niña, que no cabía en sí de gozo-.

Es preciosa. Es la más bonita del mundo.

-¿Papá te ha regalado el hámster? -Lety se incorporó sobre las almohadas y se apartó el pelo de los ojos mientras Elena botaba encima de la cama con más energía que diez niños juntos.

Era una pregunta retórica. Después de acostar a Elena la noche anterior. Justo antes de que Fernando fuese a ver a Mónica, ambos habían entrado de puntillas en la habitación de la niña y le habían puesto la jaula con el hámster sobre una cajonera que había en una esquina de la habitación. Pero no quería robarle la ilusión de que se lo enseñara, así que la dejó creer que no lo había visto.

Allí, en la habitación de la niña, mirándola dormir abrazada a un osito de peluche, Lety había pensado en todas las adversidades por las que había pasado Elena siendo todavía tan pequeña y se había sorprendido con los ojos humedecidos al salir con Fernando al pasillo.

Había tratado de disimular que se había conmovido, pero este había advertido el brillo que asomaba a sus ojos.

-¿Qué te pasa? -le preguntó Fernando, subiéndole con suavidad la barbilla.

Lety sintió un escalofrío al contacto con el dedo de Fernando, pero consiguió separarse un paso con tranquilidad.

-Pensaba en lo vulnerable que es y lo valiente que ha sido. Debes estar muy orgullosa de tu hija, Fernando.

-Sí, lo estoy -contestó este, clavándole esa mirada azul penetrante tan propia de él-. Elena es única.

Al igual que su madre, pensó Lety.

-Gracias por dejarme compartir un momento tan especial. Pero no te entretengo más. Debes de estar deseando marcharte a ver a Mónica.

-¿Sí? -preguntó él sonriente.

-Y yo tengo un montón de cosas que hacer para la fiesta -dijo Lety al tiempo que retrocedía otro paso hacia las escaleras-. Tengo que preparar las bolsas de caramelos para la piñata.

Luego se había acostado y, nada más apoyar la cabeza en la almohada, se había dormido. Y si había soñado algo, no lo recordaba, pensó mientras Elena seguía poniendo a prueba la resistencia de los muelles de la cama.

-¿Dónde está la manada de elefantes que estoy oyendo?

Lety acababa de apartar la manta, dispuesta a tomar su bata de una silla cercana, cuando oyó a Fernando entrar en la habitación. Elena saltó corriendo de la cama y cuando se lanzó a sus brazos, Lety no pudo evitar sentir envidia de la niña.

Mientras esta le daba las gracias una y otra vez por el hámster, Lety respiró profundo y dio gracias a Dios por estar tumbada en la cama. Si vestido ya era despampanante, ver a Fernando con aquellos calzoncillos negros y una bata a juego entreabierta era como para caerse de espaldas.

Era evidente que acababa de levantarse de la cama. Tenía el pelo enmarañado y el vello que ensombrecía su barbilla indicaba que todavía no se había afeitado; pero eran los centímetros de piel desnuda que dejaba el escote de la bata lo que más trastornaba a Lety.

Tragó saliva. No había imaginado algo así. Sería una tontería, pero había supuesto que cada uno saldría de su habitación vestido y aseado. Un amanecer más privado.

Enamorada del Jefe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora