—¿Qué demonios haces aquí, Oliver? —no despego la mirada del monitor, porque sé que si lo hago no me voy a poder contener.

—Bueno, esta es mi habitación también te recuerdo —hablo, haciendo un esfuerzo sobre humano por no mirar.

—¿Pero porqué no avisas? ¡Demonios! —entra al baño rápidamente, y yo comienzo a inhalar y exhalar ¿Por qué este castigo? ¿Yo que he hecho?

Luego de unos minutos de lucha interna para borrar de mi mente lo que acabo de ver y no me provoque una erección, Alex sale con los jeans claros y una camisola blanca, sus pechos grandes resaltan más con esa blusa, no, es que ya no la veré igual después de eso que vi.

Ella suelta su cabello y sin mediar palabra se pone los zapatos, toma su bolso, su chaqueta y sale de la habitación, ni siquiera pregunté hacia donde iba, no puedo ni hablar con ella algo coherente en estos momentos.

Y no puedo sacarme esa imagen de Alex de mi cabeza. Ni siquiera puedo concentrarme, no lo puedo creer, si no es el primer cuerpazo que miro en ropa interior. Claro, pero los otros que he visto los hacía míos inmediatamente y sé que con Alex no pasará, ¡ah! Tengo que calmarme.

—Oliver ¿Estás bien? —Henry agita la palma de su mano frente a mí mientras almorzamos.

Entro en sí.

—Por supuesto —aclaro mi garganta —sólo estoy recordando algunas cosas que tengo que hacer por hoy.

Cosas que hacer por hoy, o cosas que vi hoy.

—Bien, ¿Y dónde está Alex por cierto? —es verdad, ¿Dónde coños estará Alex?

—Supongo que debe estarse arreglando para la cena —exclamo indiferente.

—¿Tan temprano? —interroga Brittany frente a mí, ella es la que debería estarse arreglando en estos momentos, lo necesita.

—Así es, le gusta verse más bella siempre, aunque ni siquiera lo necesite como otras —Brittany me mira, con tanta seriedad posible, sé que captó mi doble sentido.

Llego a la habitación y veo que Alex aún no está. Ya casi son las dos de la tarde. Le llamo a mi chofer y ella no se ha ido en auto, esta mujer me va a sacar de quicio. Tengo que llamarla, por suerte contesta.

—¿Donde rayos estás? Me preguntan por mi esposa y yo no tengo ni idea de donde está, ¿Por qué no tomaste un auto? —mi tono reñido es suficiente para hacerle saber lo molesto que estoy.

—¿Tengo que decirte donde estoy todo el tiempo? —escucho del otro lado — además no quise tomar el auto, no me gusta andar con chofer a todos lados.

—Te quiero aquí en 30 minutos —cuelgo, no voy a esperar su respuesta y que me moleste aún más.

Me doy una ducha y me visto rápidamente, mi perfecto traje de diseñador negro, peino mi cabello a la perfección, y pongo mi reloj en mi muñeca izquierda. Salgo por un momento y me encuentro con uno de los socios en el primer piso mientras me dirigía a ver si mi chofer había rentado la limusina, el señor Fascinelli tiene la capacidad de decir miles de palabras y dejarte plantado horas y horas y por no ser descortés tienes que escucharles todas sus andanzas por Italia. Unos minutos después mi celular suena.

—Lo siento señor Fascinelli, es mi esposa.

—Adelante —menciona, con una sonrisa bastante cordial que yo correspondo inmediatamente —las esposas son primero.

Sonrío nuevamente.

—Me disculpa por favor. Lo veo en la cena.

—Igual señor Anderson, saludes a su esposa. —Primera vez que agradezco que Alex me haya salvado de este sermón. Descuelgo.

—Ya estoy acá señor Anderson —escucho su dulce voz y recuerdo lo de esta mañana.

—Bien, arréglate, ya llego por tí para que vayamos a la cena —cuelgo.

Me dirijo a hacer lo que tenía pensado, paso por un jugo de naranja por el comedor para mientras espero a Alex, no quiero entrar y encontrármela en la misma situación de hoy porque ya dos veces no aguantaría. Me siento en la barra y cuando ya creo que es el tiempo prudencial que puedo esperar sin salirme de quicio regreso a la habitación.

Llego y abro la puerta, Alex está sentada en la orilla de la cama poniéndose unos enormes zapatos negros de tacón, al verme esboza una pequeña sonrisa, se pone de pies para verse en el espejo de la habitación. No puedo evitar verla casi descaradamente de pies cabeza, y es que el rojo le queda espectacular, le da realce a su cabello y ojos, y por su cuerpo, ni digamos, envuelve cada curva a la perfección hasta sus tobillos. Es que esta mujer está completa.

—Vas a hacer babear a todos los hombres del lugar —tengo que decirlo, llevo las mano a mi bolsillo, aún sin despegar la mirada de ella.

—¿Y a usted no, señor Anderson? —contesta, casi a tono de burla con una sonrisa juguetona.

—No, yo soy difícil —observo mi reloj, aunque sé que es la vil mentira más grande que haya dicho.

Casado con mi secretaria © (Borrador de la 1era edición - 2016)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora