Capítulo 4. Un Anillo, Una Pesadilla (Tercera Parte)

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Su tacto la reconfortó por un segundo, pero las dudas que nacían en ella no permitieron que se calmara. ¿Por qué su mamá y su abuela la tenían acostada en una mesa?

—Se lo he tratado de explicar pero no entra en razón— era la voz de Enrique— Thaly, podrías estar causándole un gran daño a Sami...

—O podría estar salvándola. Si me das a escoger, prefiero inclinarme por la posibilidad de salvarla, que exponerla a su muerte o peor...

—No eres tú a la que le corresponde escoger, es a ella—respondió Elia tratando de entrar en razón con su hija.

—Soy su madre.

— Te apoyaremos en todo lo que decidas hija, pero debes saber que no puedo asegurarte de que puedas seguir atando su poder por más tiempo—Enrique sonaba preocupado, dio unos pasos más cerca de Samantha y apretó su mano.

Las manos tibias y rugosas de su abuelo le calentaron el cuerpo poco a poco. El miedo se adueñaba de su piel con cada momento que pasaba. Era su familia la que la tenía allí acostada, pero ¿Por qué? ¿Para qué?. Y las palabras que seguía escuchando se repetían en ella como un eco sin fin "Magia" "Poder" "Muerte o peor"

Samantha yacía en la mesa del comedor; la habían acomodado lo mejor que pudieron, con su cabeza apoyada sobre una pequeña almohada, pero sin poder cubrirla del frío, tendría que bastar su pequeña pijama que solo la cubría hasta las rodillas. Sus pies también estaban desnudos y colgaban un poco fuera de la mesa; con el pasar del tiempo Samantha había crecido, pero la mesa no.

Sintió como la temperatura empezó a subir a su alrededor. Aún con los ojos cerrados y concentrada en no moverse, solo podía imaginar que estaban acercando las velas a sus costados, colocándolas a su alrededor a juzgar por las ondas de calor que sentía en su piel. Las pequeñas ráfagas de calor calentaban un poco más su cuerpo, pero no calmaban sus miedos y dudas. Mientras más pensaba en que hacer a continuación, su sangre comenzaba a hervir con una rabia primitiva, el sabor de la traición sabia a bilis y subía por su garganta.

Sintió como colocaban una piedra, estaba segura ahora que eran piedras, sobre su frente, una en su pecho descubierto a modo de gargantilla, una más abajo sobre su estóenergético, una en cada muslo, una en cada pierna, una en cada brazo, una en cada mano. Otras piedras las colocaron sobre la mesa, podía escuchar y sentir como vibraban y comenzaban a emitir tanto o más calor que las velas.

Ahora, Samantha la curiosidad la tenía inmovilizada; una parte de ella quería saber lo que buscaba su familia con lo que estaban haciendo, tratando de darle algún sentido antes de que ellos pudieran darle alguna explicación o mentira que lo justificara. No sabía si levantarse y correr por el miedo, no sabía si hablarles y exigir una explicación, no sabía si llorar, se sentía traicionada por su propia familia, y esa confusión de sentimientos la tenía petrificada y en consecuencia no hizo nada. Permaneció callada y sin moverse.

Su abuelo comenzó a recitar unas palabras que Samantha identificó en latín, pero no podía saber que decían. Las piedras de la mesa y las que llevaba encima de ella comenzaron a vibrar y a emanar más calor. Sintió cuando el peso de cada una de las piedras fue desapareciendo de su cuerpo. Aunque parecía una locura, las piedras estaban alzándose. Samantha se atrevió a espiar a través de sus pestañas justo lo necesario para confirmar su temor, las piedras estaban flotando a su alrededor. Volvió a cerrar los ojos y tragó con fuerza un cumulo de lágrimas. No era posible lo que estaba viendo, no podía creerlo y sin embargo lo había visto. Deseo con fervor que todo se tratase de un sueño.

Sintió la ligera aspereza de las manos de su abuela tocándole sus pies. Años de cocina, de quemadas, de cortadas, de costura, le hacían tener una piel gruesa en sus manos, era lo que hacía posible que agarrara las ollas calientes sin quemarse.

Luego su mamá posó sus manos sobre su estómago, sabía que eran las manos de su mamá, cálidas, pequeñas, finas. Y finalmente las manos de su abuelo a cada lado de su cabeza.

Ahora los 3 decían palabras en latín, cada uno palabras distintas, frases diferentes, ritmos desiguales. Sintió calor en los lugares donde era tocada, un calor que fue subiendo de intensidad sin llegar a quemarla; el frío que antes tenía se evaporó con las oleadas de calor. Ahora estaba ligeramente sudada. El calor se extendió por todo su cuerpo y continuó aumentando de temperatura con rapidez; cuando pensó que ya no podría sentir más calor, cuando estaba empapada de sudor, el calor desapareció, las palabras cesaron, y volvió a sentir la pesadez de las piedras, las piedras se volvían a posar en su cuerpo con delicadeza.

—Ya está hecho— dijo Enrique notablemente triste— no sé cuánto dure esta vez Thaly, pero creo que es hora de que hables con Samantha. Fue su última palabra y con pisada firme salió de la habitación.

—Comenzaré a recoger todo— anunció Elia.

Su abuela se acercó a la mesa donde se encontraba ella aún más confundida si eso era posible y levantó cada una de las piedras que la rodeaban y las que estaban sobre ella. Las iba colocando en una caja que contaba con un espacio prudentemente separado la una de la otra. Cuando terminó de recogerlas acarició a Samantha en su brazo, y le dio un beso en la frente.

Thaly había comenzado a soplar las velas una por una, para apagar su llama. El olor de vainilla y canela iba atenuándose en el ambiente, pero seguía flotando un pequeño eco del perfume. En silencio, las dos mujeres fueron recogiendo todo lo que habían tardado en montar. Samantha sentía su corazón completamente desbocado, sin importar ya si la miraban o descubrían apretó sus labios en una fina línea y apretó los puños a su costado con fuerza.

Se sentía agotada, y el cansancio que sintió le recordó a todos los que había sentido con anterioridad después de la pesadilla. Como una tonta no se le había ocurrido pensar que sea lo que sea que hubiese pasado en esa mesa, era la culpable de todas las veces que se enfermó. Era su familia quien la hacía enfermar. El calor que ahora sentía producto de la ira que la embargaba le ocasionaba temblores sin control.

Escucho cuando Enriqueregresó a la habitación, posiblemente estuviese ayudando a organizar todo, a fingir que nada había pasado, a montar la parodia que estaban viviendo en esa casa.

Samantha intentaba calmarse, ordenar sus pensamientos, aplacar su ira y recomponer el corazón que sentía quebrado por la traición. ¿Qué era lo que le estaban ocultando? ¿Que estaban haciendo con ella? ¿Magia? ¿Poder? ¿Morir o algo peor?. Las preguntas volaban con rapidez en su cabeza, una única frase recurría constantemente y ella la descartaba por completo, era algo que le daba miedo tratar: "pero debes saber que no puedo asegurarte de que puedas seguir atando su poder por más tiempo".

¿Qué poder? ¿Más tiempo? ¿Cuántas veces habían hecho eso?. Sus músculos se tensaban con cada pregunta sin respuesta. Por un solo segundo pensó en hacerse la dormida, averiguar como la llevarían nuevamente a su cama, así podría saber cómo la habían sacado en un primer lugar, podría seguir espiando y después de analizar la situación toda la noche, mañana podría elaborar un plan para hacerse con respuesta. Ellos le mentían a ella, pero esta vez ella les mentiría a ellos. Sacaría información, buscaría en toda la casa, incluso se imaginó desapareciendo algunas de sus preciadas piedras solo por el placer de que ellos buscasen como locos y sin poder decir nada, una risa macabra se abrió paso en su cerebro, justo al lado de todas las groserías que su subconsciente gritaba al mundo, groserías que Samantha jamás había pensado y menos dicho.

Pero no podía evadir la realidad que tenía y eso es lo que haría si seguía el juego. Pero sobre todo no podía seguir fingiendo. Sin siquiera alcanzar a dar la orden a su cuerpo, se incorporó en la mesa y gritó más fuerte de lo pensado:

—¿¡Quién de ustedes me explicará qué diablos está pasando!?

Gemas de Poder: Sobrevivir Con PoderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora