Capítulo 1. 1.991

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—¡No me interesa! No puedo con esta situación –gritaba Dillas.

La saliva salía enfurecida de su boca, mientras una cantidad generosa comenzaba a acumularse en la comisura, haciendo que se viese como un verdadero perro rabioso.

—Te va a escuchar, por favor –le dijo su esposa Thaly reafirmando una súplica.

—Nunca me dijiste que así serían las cosas, jamás me lo contaste —respondió él tratando de bajar la voz.

—No tenía manera de saberlo, ¿crees que no te lo diría? Yo no... –tartamudeaba Thaly sin que pudiera salir de su garganta esa explicación.

Pese a eso, Dilas no cedía.

—Ya basta con todas esas mentiras y estupideces: ¡Tú me mientes! Tenías que saber en lo que ella se convertiría.

—Ella no se ha convertido en nada, puede ser solo...

—¿Solo qué? –interrumpió Dilas Séllica con voz casi suplicante.

Con esa pregunta reinó el silencio en la habitación. Dilas imploraba una esperanza que lo sacara de la oscuridad donde se encontraba sumergido, pero Thaly no podía darle esa luz que lo rescatara. En el fondo de su corazón ella deseaba decir lo que él quería escuchar, pero pensaba más rápido de lo que hablaba y no era fácil revelarle aquello. Estaba tratando de armar frases para darle paz, o mentirle, pero después de tantas farsas sostenidas por tanto tiempo su consciencia desechaba la posibilidad. Se habían agotado los engaños.

Po eso, cuando vio su cara contraída con desespero, su frente perlada de sudor y sus mejillas húmedas de lágrimas sin poder reconocer si eran de tristeza o de rabia, Thaly respiró profundo y abandonó todas sus creencias de honestidad y verdad una vez más. Intentó contagiarle sus esperanzas, comprar un poco de tiempo tal como lo había hecho antes.

—Tenemos que esperar Dilas, por favor, veamos cómo se desenvuelven las cosas.

Tomó las manos de su esposo pese a la reticencia y subió con deliberada lentitud por sus brazos sintiendo el cosquilleo de sus vellos en la punta de sus dedos; acarició los codos, ásperos de tanto sol; llegó a sus hombros anchos y fornidos, esos que tanto tiempo la hicieron sentir segura, y allí con esa cercanía que no tenían desde hace tanto tiempo le susurró con aliento cálido sobre su rostro:

—Por favor Dilas.

Tras un segundo la duda cruzó la vista de Dilas y sus músculos se relajaron, sus ojos perdieron su destello animal y recobraron la humanidad pero, apenas Thaly pensó que había conseguido su objetivo, su semblante se endureció con rapidez.

—¡Suéltame, no me toques! —dijo sacudiéndose de las manos de Thaly— ¿Crees que no sé lo que haces? Sé muy bien que juegas con mi mente y haces que olvide pero ya basta, esto no puede durar más tiempo, está acabando conmigo.

Thaly podía palpar el dolor que lo embargaba, él estaba perdiendo la cordura justo delante de ella y ya no había nada que hacer.

Con sus brazos caídos y gran pesadez en el estómago, Thaly supo que era tan grande su amor por él que deseó apartarse para no verlo sufrir y así todos los años vividos con Dilas acabaron en ese momento.

Era cierto que ella lo manipulaba pero creía con fervor que lo hacía por su bien y por su felicidad, ahora en su mirada había entendido que estaba alargando la aceptación de una inevitable verdad: Dilas ya no la amaba y sus evasivas solo hicieron que el poco amor que quedaba, se acabara.

—Aléjate de mí y llévate a tu hija contigo —sentenció Dilas con amargura.

Esa frase lastimó a Thaly, la cólera en el «tu» exprimió el rechazo de la paternidad y sus diez años de relación se quebraron dando paso a la soledad.

Desesperada insistió en salvar algo de amor paternal para Samantha diciendo:

—Nos iremos, pero entiende que no es culpa de Samantha, ella es y seguirá siendo tu hija.

—No, ella no es mi hija. Ella... Eso no salió de mí.

—Dilas... —lo llamaba Thaly suplicando mientras él se alejaba.

Se dirigió hacia el estudio donde dormía desde hace más de seis meses y trancó la puerta con tanta fuerza que los cuadros y fotografías de la pared temblaron haciendo caer una de ellas. El cristal se agrietó en múltiples pedazos, distorsionando las caras felices de la pareja con su pequeña niña de cachetes regordetes y rosados, que se empeñaba en agarrar a la persona que tomaba la foto.

Y así, sin una palabra más, cesaron las peleas en el pequeño apartamento de la Calle Saint Raph.

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Gemas de Poder: Sobrevivir Con PoderesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora