Verde

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Desesperación. Eso fue lo que sentí unos días más tarde de aquella inútil visita al centro de la cuidad. Amapola no volvió incluso después de que preguntara por todas partes y no sabía cómo contactarla; la incertidumbre me estaba matando, al igual que la creciente obsesión de terminar la pintura... ¿Cómo era posible que hubiera olvidado preguntarle dónde podía encontrarla?

Comencé a inquietarme y no estoy muy orgulloso de lo que hice en aquellos días, aunque bueno, no fue hace mucho tiempo que digamos. El haber perdido el control así y causado un alboroto dentro del taller... Lo recuerdo vagamente, así que debes disculparme si omito algo.

A ver, ese día había despertado y, en un pequeño hábito mío, me dije a mí mismo frente al espejo:

- Tengo que avanzar. Todo estará bien.

Decidido caminé al bosquejo de unos días antes. La falta de color hacía que pareciera una obra abandonada. Pequeños detalles fueron agregados aquí y allá, realzando la grandeza de la pieza; pero ni un color, ni un solo color. De reojo logré ver un rojo intenso y atrayente. Voltee en aquella dirección para toparme con la Amapola que había sido dejada aquel día.

Su verde tallo comenzaba a decolorarse y las pequeñas hojas que la rodeaban se agrietaban y volvían amarillentas, sus pétalos, antes brillantes y relucientes, ahora estaban marchitándose. Aún mantenía su bella figura e impactante imagen, pero ¿tan efímera era la vida de esta flor? ¿Debía ser esta flor el último recuerdo de aquella mujer? ¡No!

Crash. La sensación cálida de la sangre y la amapola en mi mano, y el agua a mis pies fue suficiente para que dejara de pensar. El ver el jarro y la flor en el suelo causó que arrojara bancos y mesas, cuadros, pinceles y caballetes; cualquier cosa a mi alcance me recordaba a ella y eso me enfurecía más.

- ¡No permitiré que te vayas; por mí serás una obra de arte, recordada por muchos, miles! Maldita ingrata, ¡¿cómo puedes desaparecer así sin más?! No te perdonaré, jamás lo haré...
Era en estos momentos cuando el dolor aparecía, la palpitante sensación en mi cabeza que se intensificaba con cada cosa que tiraba.

No puedo decir cuánto tiempo o qué tantas cosas destruí, solo una cosa quedó intacta. El cuadro, la perfecta obra que comenzaba a acosarme. Harto, salí del taller para detenerme a unos pasos de mi puerta, Amapola se encontraba parada frente al taller, mirando hacia mi dirección con lágrimas en los ojos, primero
mirándome a mí, luego a la flor en mis manos sangrantes llenas de cortes, y de vuelta a mí.

- Amapola, yo...- no sabía que decir.

Ella se quedó mirándome unos momentos más, ninguno de los dos dijo algo; entonces sacudió su cabeza y se secó las lágrimas antes de darse la vuelta y caminar a la sombra de los árboles, alejándose a cada vez más. No pude verla irse otra vez así, sin más. Miré unos segundos a la flor en mi mano, preguntándome por qué cada vez que hacia algo tenía que salir mal... corrí tras ella, pero me parecía casi imposible alcanzarla.

- ¡Amapola, espera!- ella se detuvo y conseguí alcanzarla. - Tienes que volver, por favor. Tienes que perdonarme, no fue mi intención hacerte enojar o entristecerte. Es solo que yo...

Me pegó. Ella había cerrado su puño y me golpeó con toda la fuerza que tenía. Sus delicadas y blancas manos se volvieron rojas por el impacto, pero a ella no parecía importarle. Masajeé mi mejilla, siempre mirándola a los ojos, un aparente cansancio atisbó su mirada. Fue ahora que me detuve a observarla.

Sus ojos fueron lo primero que vi; a pesar de estar llenos de ira aún podía ver el agotamiento. Su cabello ya no brillaba como aquel día en el parque y estaba enredado en algunos puntos; su piel se veía seca, aunque aún parecía suave al tacto. Su ropa, un vestido verde limón, estaba desalineado y parecía que fue lo primero que encontró para ponerse. No tenía sentido discutir con ella, era obvio que iba a salir contraproducente.

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⏰ Última actualización: Feb 07, 2017 ⏰

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