Canvas Blanco

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Sentado frente a mi lienzo vacío, me encontraba en busca de una fuente de inspiración... En una musa que pudiera hacer que hasta el último cabello de mi pincel se estremeciera pues, pronto, mis obras serían exhibidas y subastadas en la galería de la ciudad y mi colección, digamos, no era muy extensa. Me encontraba desesperanzado y, sin nada más que hacer, me levanté de la butaca y asenté mi pincel y godete.

Irritado, salí del taller. El repentino cambio de luz me cegó por unos momentos y, maldiciendo todo lo que me rodeaba, comencé a caminar mientras frotaba mis ojos tratando de disipar la ceguera.

Había avanzado ya algunas cuadras bajando una  de las avenidas cuando tropecé con un hombre. Él, vestido de harapos sucios y zapatos rotos, tenía su vista plantada hacia el frente; parecía como si contemplara algo, con una mirada llena de alegría, color y vida. Por unos segundos le miré como si presenciara a algún idiota alucinando a causa de las drogas. Ja, que patético, pensé. Pero al ver que el hombre no se inmutaba con mi presencia, voltee a ver hacia donde él dirigía su mirada, en aquel punto que mantenía tan absorto al vagabundo.

Un parque.

Éste parque era diferente. Era simplemente hermoso. Estaba lleno de colores y esperanza, al igual que los ojos del hombre a mis pies; lleno de flores y árboles. Entonces me pareció evidente el por qué el hombre veía solo en aquella dirección. Solté una carcajada y el vagabundo me volteo a ver, con disgusto, y murmuro algo como "demente". Le miré con desprecio
y reproche, pensando que él, solo unos segundos antes parecía como un loco salido del manicomio, recién drogado. Pero, bah, ¿qué importaba lo que me dijera?

Giré sobre mis talones y caminé hacia el parque. En la entrada había un enorme arco zozobrante de flores blancas, rojas y azules. Algunas grandes, otras pequeñas, pero todas arregladas de manera que, para la vista, parecían una enorme cinta que adornaba una placa al centro, la cual leía en un fino engravado Parco di Colore.

Entré maravillado por lo que veía, sin embargo había algo desconcertante acerca del lugar, algo que me inquietaba y, extrañamente me encantaba. Estaba seguro de que ahí encontraría mi inspiración, porque si no aquí, ¿dónde? No había lugar más perfecto que ese.

Continué avanzando por un sendero de piedras bordeado por una cerca blanca baja, y cada vez veía más y más flores y árboles con sus placas. Orchidaceaes, Gladiolusiola, Viola x wittockiana, y muchas otras cuyos nombres no logro recordar. Todas aquellas flores que me encantaban y, alguna vez en mi vida, fueron la bella y fugaz inspiración y éxtasis al momento de pintar. ¡Ah! los recuerdos...

Si lo pienso bien, eso era lo que extraña repulsión y un profundo amor hacia aquellas flores que formaron parte de mi vida, de mi trabajo y de mi alma.

Pasé por alto muchas otras flores, todas conocidas para mí. Me detuve. Mi visión se tornó borrosa, mi cabeza palpitaba con cada latido de mi corazón y mi cuerpo tembló incontrolablemente ante una ventisca que existía solo en mi imaginación. Los colores comenzaron a mezclarse como pintura a mí alrededor y los ligeros sonidos en el aire comenzaron a sonar como susurros en mis oídos.

- No de nuevo...- las sensaciones se intensificaban, mi cabeza iba a explotar y el repugnante olor de las flores me mareaba aún más, sentía que me desmayaría cuando...

- Señor, ¿está bien? - dijo una voz.

- ¿Eh? - fue lo único que logre decir. El dolor y las náuseas se habían ido al escuchar la voz, pero ya pasado un momento contesté - Si, yo... eh... sí, estoy bien. Gracias.

El hombre me miró un momento, le sostuve la mirada y, como si hubiese visto algo terrible, volteó la vista, se disculpó y se fue. Me le quedé observando unos momentos mientras él se alejaba y, cuando había desparecido de mi vista, voltee y... ella estaba ahí.

Una hermosa mujer, de cabellos rojos y tez casi caucásica, con una apariencia serena y conservada. Su piel parecía de porcelana, y tan suave como un durazno. El viento sopló en ese momento y sus cabellos se alzaron con el roce del aire; como si temiendo que el viento la llevara consigo, se tomó la cabellera y cerró los ojos. El viento cesó; la joven entonces abrió los ojos y, por lo que pareció una eternidad, me miró. Su mirada... ¡Más hermosa de lo que pudieras imaginar, totalmente indescriptible! Sus ojos miel, casi como si fuera un ámbar resplandeciente con una pequeña imperfección negra, me miraron con curiosidad y cautela. Entonces, y solo entonces, algo hizo clic.

- Oh, hermosa musa de mi inspiración – comencé a decir mientras le tomaba de las manos. La gente a mi alrededor me miraba como si estuvieran asustados (era muy impropio cortejar a alguien de esa forma), pero la joven que se encontraba entre mis manos era más que suficiente para causar un furor en mí, como si un espiral me absorbiera y todo lo que se encontraba a mi alrededor, excepto ella y yo, se desvanecieron en mi Lete personal – Se quién me brinde todos las sensaciones necesarias para plasmar en el triste y descolorido lienzo. Acepta mi petición, que de no ser así, mi vida acabaría, mi sanidad y mi roto corazón sería lo único que quedaría. Así que has de decirme, querida mía, ¿Me concederías el honor de plasmar tu bella figura en mi obra?

La muchacha se quedó ahí, sentada sin decir nada. Entonces asintió.

– No le he preguntado su nombre, bella dama. Déjeme escuchar de sus dulces labios aquel por el cual le llaman. - La muchacha me miró tristemente y... un tanto herida. Entonces levantó la vista y señaló un letrero. – "Papaver Rhoeas"... Amapola – susurré.

Amapola me sonrió y yo le devolví la sonrisa. No iba a preguntar el por qué no me lo dijo, podría enojarla y ella... ella podría dejarme. ¡No! ¡No la dejaría irse, no me iba a abandonar! Le tomé entonces por las manos para levantarla, a lo cual ella no se negó; entonces noté que ella era tan liviana como cualquiera de las otras flores, y su piel, como había sospechado, era suave al tacto y parecía como si en cualquier momento fuera a caer en pedazos. Ya de pie, comenzamos a avanzar hacia la salida y el mismo hombre, con quien había "platicado" antes, me detuvo.

- Señor... - me miró dudativo - en verdad, ¿Se encuentra bien?

Yo no entendía a qué se refería, pero ¿Qué más daba? simplemente le respondí con un seco "sí" y continuamos avanzando, casi huyendo de las miradas inquisitivas de la gente. Estábamos casi fuera del parque cuando Amapola me detuvo un momento y me hizo entender que... ¿Qué cosa me había dado a entender? ¿Estaba cansada? En su mirada turbia y sus mejillas sonrojadas, en sus jadeos entrecortados y en el temblar de sus piernas fue que entendí. De alguna manera se había lastimado, o el esfuerzo físico fue demasiado.

Estaba sorprendido, y le esperaría, pero... todos en el parque nos miraban asqueados... con esos ojos de desprecio y de lástima que no pretendía soportar jamás. Corrí. Eso fue lo que hice, la tomé de la mano y corrí, no me detuve hasta haber llegado a mi taller y, hasta ese momento en el que paré, pensé en Amapola. ¡La había arrastrado conmigo! Y lo peor de todo era... Ella estaba cansada... otra vez.

Cuando voltee a verla, sus cabellos se habían desordenado y su ropa de había desacomodado. Recuerdo haber balbuceando algunas tonterías sin sentido como "¡Lo siento!" y tal vez un "¡discúlpame!". Afortunada, o desafortunadamente, ella no dijo nada, solo me miró lo que podría haber sido como... ¿Mucho tiempo? Irrelevante, ella simplemente me miró y, cuando terminó, abrió la puerta del taller y entró.

Déjame decirte que fue una gran sorpresa: ella, Amapola, se había cansado y luego como si nada ¡decidió entrar y dejarme atrás! Fue inesperado y el sentimiento fue aún mayor cuando entré y la encontré acomodándose...

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AmethystGurl_Quinn ahí está, solo para ti xD

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