Capitulo 4

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                                                                                                                          Brisbane, Australia,2005

  La casa parecía saber que su dueña se había marchado, y si bien no lamentabaexactamente su pérdida, se había refugiado en un obstinado silencio. Nell nuncahabía sido una persona a quien le gustaran las fiestas (y hasta los ratones de cocinaeran más ruidosos que su nieta), por lo que la casa se había acostumbrado a unatranquila existencia sin agitaciones ni ruidos. Por eso fue un rudo golpe, cuando lagente llegó sin aviso ni advertencia, y comenzó a revolver la casa y el jardín,derramando té y dejando caer migajas. Agazapada en la ladera de la colina detrás delenorme centro de antigüedades, la casa soportó con estoicismo esta últimaindignidad. 

Las tías lo habían organizado todo, por supuesto. Cassandra habría estadoigualmente satisfecha sin haber hecho nada, honrando la memoria de su abuela enprivado, pero sus tías no quisieron ni oír hablar del tema. Nell debía contar con unvelatorio, dijeron. La familia querría dar sus condolencias, así como los amigos deNell. Y además, era lo correcto. 

Cassandra no se oponía a esa firme imposición. En otro momento tal vez lo habríahecho, pero no ahora. Además, las tías suponían una fuerza imparable, cada unatenía una energía que no armonizaba con su avanzada edad (incluso la más joven, tíaHettie, no tenía un día menos de ochenta años). Por tanto, Cassandra dejó a un ladosu renuencia, resistió la tentación de señalar la resuelta ausencia de amigos de Nell, yse puso a realizar las tareas que le encargaron: preparar tazas y platos, encontrartenedores para postre, hacer a un lado los cachivaches de Nell, para que los primostuvieran algún lugar en donde sentarse. Dejó que las tías se arremolinaran a sualrededor con toda la pompa e importancia debidas. 

En realidad no eran tías de Cassandra, claro. Eran las hermanas menores de Nell,tías de la madre de Cassandra. Pero Lesley nunca se había ocupado mucho de ellas, ylas tías no tardaron en tomar a Cassandra bajo su tutela, en su lugar. 

 Cassandra había medio esperado que su madre asistiera al funeral, que aparecieraen el crematorio justo cuando comenzara la ceremonia, con un aspecto treinta añosmás joven de su verdadera edad, atrayendo miradas admirativas, como siemprehabía sido. Hermosa, joven y despreocupada hasta lo indecible. 

Pero no había sucedido. Habría enviado una tarjeta, supuso Cassandra, con unaimagen en la cubierta, apenas vagamente adecuada al propósito. Una caligrafíadesbordante que llamaría la atención, y al final, copiosos besos. Del tipo que se dabancon facilidad, cicatrices sobre un renglón de escritura tras otro. 

Cassandra hundió las manos en el fregadero de la cocina, mientras movía sucontenido. 

—Bueno, creo que ha resultado espléndido —declaró Phyllis, la hermana mayordespués de Nell, y con mucho, la más mandona—. A Nell le hubiera gustado. 

Cassandra miró hacia un lado. 

—Es decir —continuó Phyllis, haciendo una pausa mientras secaba—, una vez quehubiera dejado claro que para empezar no quería algo así. —Su humor se volviórepentinamente maternal—. ¿Y cómo estás tú? ¿Cómo estás sobrellevando todo? 

—Estoy bien.

 —Te veo muy delgada. ¿Estás comiendo?

 —Tres veces al día. 

—Podrías engordar un poco. Vendrás a tomar el té mañana, invitaré a la familia,haré mi pastel casero.

 Cassandra no discutió. 

Phyllis miró preocupada la vieja cocina, observando la inclinada campana delextractor.

 —¿No tienes miedo aquí sola?

El jardín olvidadoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ