—Oliver...

—David, ¿Puedes venir?

—Por supuesto.

Dos minutos después David entra a mi oficina, sostiene unos papeles en mano y entra con el ceño fruncido, estoy viendo fijamente hacia una planta en una pequeña maseta que está en la esquina de mi oficina, David observa hacia donde yo estoy viendo.

—¿Qué hay de malo con esa planta? —pregunta, a tono de sarcasmo.

—Necesito una esposa, David —ahora voltea a verme pero yo no quito la mirada de la planta.

—Oliver, pero esa planta no es una buena opción, aunque se mire bien sexy en esa maseta blanca —ríe, inmediatamente lo miro a los ojos con toda la seriedad posible y todo rastro de risa se borra de su rostro —Bien —dice, finalmente serio sentándose en el sillón de en frente —es por tu padre, ¿cierto? Te dije que no te dejaría en paz.

—Cree que soy gay.

Eso hace a David estallar en carcajadas.

—Y cree que tú eres mi pareja —David me mira indignado y ahora sus labios son sólo una raya recta.

—¿Qué? —sus ojos hazel destellan un brillo de enojo que reconozco —¿Cómo puede siquiera pensar que yo soy gay? Yo soy un hombre muy macho, además salía con su nuera.

—Pero él nunca supo eso, David. Y no creo que Henry le diga que su esposa salía contigo —comienzo a acariciar mi mentón con mi codo puesto sobre el brazo de la silla giratoria.

—¿Y qué diablos tienes en mente? Talvez deberías buscar una chica y casarte en serio —no puedo evitar reír.

—Por Dios, ¿Yo casado? ¿Es en serio, David? Además, la necesito para mañana.

—¿Mañana? ¿Qué pasa contigo Oliver?

—Me molesté.

—Bueno, yo tengo algunas amigas actrices, creo que no tenemos de otra.

—Lo sé, pero esto no es algo que le puedo confiar a cualquiera que lo pueda vender a los medios por unos cuantos dólares. Necesito alguien en qué confiar. No conozco ninguna mujer que me pueda ayudar con esto.

—¿Qué tal tu secretaria? —pregunta, mirándome con intriga.

—¿Alexandra? No lo creo.

—Te llevó a tu casa el otro día y no te tomó una foto para sobornarte luego, ni para vendérsela a los medios —me quedo distraído pensando que Alex podría ser buena opción —¿Recuerdas aquel día que salí con aquella chica? Me emborraché y me sobornó por tres meses con ese maldito video mío bailando en aquella tanga roja.

Río a carcajadas. Aún recuerdo eso, la tipa me envió el video esperando que yo despidiera a David porque éste no le dio diez mil dólares por el video.

—Piénsalo, Alex es la única opción, además no vamos a negar que Alex está guapa —sigo pensando en Alex... ella puede ser mi salvación —Y te odia, lo que hace las cosas más fáciles —añade David con entusiasmo lo que llama mi atención.

—¿Por qué dices que me odia?

—Porque todas tus secretaria te odian, Oliver. Seamos sinceros —no puedo evitar reír, amo ser odiado.

—Dile que venga, porfavor —digo, abriendo mi laptop para comenzar a teclear.

—Bien, cualquier cosa me llamas —asiento con mi cabeza. Me pongo de pie y me quito el saco gris reposándolo sobre la parte trasera de mi silla giratoria dejando mi chaleco del mismo color muy bien ajustado a mi torso al descubierto, me siento nuevamente acomodando mi corbata gris con tonalidades marrones, mientras pienso de qué forma le pediré esto a mi secretaria, diablos.

Comienzo a googlear "¿Cómo decirle a mi secretaria que se case conmigo?" y lo único que me aparece son videos de romanticismos que golpean mi vista, ¿Cómo hay hombres capaces de hacer todas estas cosas por una mujer? Osos de peluche, pétalos de rosas, niego con mi cabeza.

Golpean la puerta, estoy seguro que es ella, "adelante" —hablo, mientras continúo googleando cosas sobre propuestas de matrimonios.

Ella entra, acomodando su saco negro, con una libreta en manos, su pantalón blanco contornea sus piernas a la perfección, al entrar por esa puerta el dulce aroma de su fragancia invade mi oficina.

—El señor Schmitt me dijo que quería verme.

—Así es, por favor toma asiento —ella se dirige al sillón frente a mi escritorio y deja caer su libreta de apuntes; se inclina sin percatarse que me está ofreciendo una gran vista, luego sus lentes caen de su bolsillo y suspira, sé que está maldiciendo miles de veces en sus adentros.

Se sienta finalmente y acomoda su cabello detrás de sus orejas mientras se cruza de piernas.

—Recuerdo lo del día del bar, gracias por llevarme a casa, pero sabes, nunca he dejado que nadie conduzca mi porsche. —digo sin titubear, regreso la mirada a mi computadora y comienzo a borrar lo que había tecleado.

—Ah, bueno —su voz comienza prácticamente a tiritar —no había ningún taxi cerca y obviamente no podía llevarlo en brazos a buscar uno –la observo, si es que puede decir miles de palabras en segundos —¿Es esa la razón por la que va a despedirme? —¿Despedirla? ¿Qué? —Sólo hice algo que cualquier persona haría que mirara a otro en ese estado, de no ser así, usted talvez estaría en las noticias en estos momentos, eso no es un argumento válido para despedirme, siempre hay que ayudar al prójimo —demasiadas palabras para mí.

—¡Alexandra! —exclamo, al ver que no se detiene.

—O... ¿Qué tal si lo hubiesen violado unos vagabundos? —y me mira con sorpresa, ¿Qué ha dicho? Frunzo mi entrecejo y me acomodo mejor para verla frente a frente, no sé si reír o molestarme en estos casos.

—Entonces.... ¿Crees que debo agradecerte? —enarco una ceja—y no te voy a despedir ¿De dónde sacas eso?

—Es el trauma de redactar tantas cartas de despedido —habla, lleva su mirada a la planta en mi oficina, voy admitir que me acaba de sacar una sonrisa.

—Sólo necesito hablar algo serio contigo —continúo —¿Puedo confiar en ti? ¿Cierto?

Sé que por su mente comienzan a pasar miles de cosas por la forma desconcertada que me mira, me gustaría preguntarle pero no tengo tiempo.

—¿Alex? —pregunto, al no tener ninguna respuesta por su parte.

—Lo siento —dice, aclarando su garganta —dígame señor Anderson ¿En qué le puedo ayudar?

—Sinceramente, eres una de las pocas personas en quién confiaría algo —comienzo a teclear en mi computador cualquier cosa para sonar natural aunque no tengo ni puta idea como le preguntaré esto.

La miro a los ojos, y ella también, esa mirada me gusta, lo que es peor; hay un silencio incómodo. Posiblemente esta es la primera y última vez que le pregunte esto a alguien.

—¿Serías mi esposa?

Casado con mi secretaria © (Borrador de la 1era edición - 2016)Onde histórias criam vida. Descubra agora