Capítulo 3: El Árbol del Héroe

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Con la luna llena en lo alto de un cielo completamente despejado de nubes, casi no son necesarias las antorchas ni los candiles en las calles para poder andar sin miedo a tropezar con cualquier objeto que estuviera tirado en mitad del camino. Aún más, se hace demasiado complicado llegar a seguir a alguien e intentar permanecer oculto sin ser visto bajo semejante iluminación cuando el que persigues, además, ha sido entrenado para no ser sorprendido por el enemigo, por muy bien que este sea capaz de camuflarse con el entorno.

Frel no apretó el paso para no dar pistas a sus perseguidores de que les había detectado. Calculó que serían tres, buenos en su intento de no llamar la atención, pero no lo suficiente.

Antes de ir a la posada a dormir, decidió dar un último paseo y aprovechar que las temperaturas hubiesen descendido, dando una leve tregua al calor que les asfixiaba durante el día. Pasó por las calles donde se acumulaban los puestos de alimentación del pueblo, aquellas que eran más anchas, para evitar lo que precisamente ahora tenía; alguien acechándole en la distancia, procurando ayudarse de los estrechos callejones y otros obstáculos de la vía para esconderse.

Era el momento de lamentarse por no haber marchado a su habitación cuando debió hacerlo, aunque, quizá, si sus perseguidores no eran sólo ladrones y exigían algo más que monedas u objetos de valor, lo mejor era tener una confrontación al aire libre, con espacio. Lo último que querría sería luchar en una reducida habitación como era la suya, donde su espada encontraría demasiados obstáculos al blandirla.

Decidido, giró tras la última esquina en dirección a la plaza mayor, situada en el casco antiguo del pueblo. Allí, en el centro del gran círculo formado por columnas que veneran a su modo al gran Árbol del Héroe, esperaría a que sus perseguidores dieran la cara.

Al fin llegó. Cuando los que iban tras él parecían comenzar a cansarse del juego y apretaban el paso, finalmente tuvo tiempo de no caer en una trampa mayor. Se dirigió hacia el centro, junto al enorme tronco de tres metros de diámetro y una altura desde lo alto de la copa hasta el suelo de al menos cuarenta. Frel no tenía mucha idea de árboles, pero ya había escuchado anteriormente que se trataba de un roble. Sin embargo, poco importaba esto ahora. Se giró y esperó a que aparecieran aquellos hombres.

Tras la esquina que dobló Frel hacía unos instantes, aparecieron cuatro siluetas; no se equivocó demasiado en el número del grupo. Entre ellas, destacaba una forma de mujer, estilizada, en contraste con otros tres hombres de mayor complexión. A medida que se fueron acercando, cada uno al lado del otro y de frente al perseguido, este descubrió que iban vestidos de la misma manera, con prendas ajustadas de color negro. Llevaban, además, la cabeza completamente cubierta, únicamente sus ojos permanecían a la vista del observador. Siguieron avanzando hasta llegar a apenas unos pasos del joven, adoptando una postura relajada, cosa que no contribuyó a tranquilizarle.

—¿Quiénes sois? —preguntó sin alzar demasiado la voz—. ¿Qué queréis?

Esta última pregunta la formuló entre dientes, preparándose para la inminente batalla.

—¿Qué queremos? —dijo al fin uno de los tres hombres—. Tu vida.

La mujer fue la primera en abalanzarse sobre su presa, sacando de su espalda una daga corta con gran rapidez y por destino el cuello del joven. Este, ya preparado, logró contrarrestar el golpe rechazándolo al levantar a tiempo su espada, un arma ligera de hoja larga y estrecha. La atacante se vio obligada a retrasar su posición; podría ser veloz, pero en fuerza no estaba a la altura de Frel, que vio cómo el puesto de ella era rápidamente ocupado por otro de sus compañeros.

El nuevo contendiente se manejaba bien con una espada casi tan grande como él mismo, y sus arremetidas, aún lentas, resultaban contundentes, obligándole a intentar esquivarlas. Frel no quiso entrar en un juego en el que se fueran devolviendo los golpes el uno al otro al tener presente que en algún momento de despiste pudiera sorprenderle otro de los agresores y darle muerte allí mismo sin más oportunidades. No obstante, ninguno de los demás entró en la contienda. El joven empezó a pensar que estos luchaban con orgullo, sin entrometerse hasta que alguno de sus compañeros dejaba un puesto vacante. Así ocurrió cuando su adversario erró un golpe un tanto más potente que los anteriores y acabó clavando la hoja de su espada en el árbol. Inmediatamente, un tercero se adelantó para continuar el combate, sin darle un segundo de respiro.

Cautivo de las tinieblas (saga Ojos de reptil #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora