Capítulo 2: Nada es lo que parece

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Frel  no guardaba prácticamente ningún buen recuerdo de Nueva Tabsa. Hacía poco más de un año que llegó a la ciudad, recomendado por Zédal, un compañero de armas con el que compartió buena parte de su juventud en las filas del ejército de Fránel. Cuando ambos decidieron hacerse mercenarios, mucho mejor pagado y menos aburrido en tiempos de paz, se lanzaron en busca de trabajo por las zonas del este. Precisamente por el término de la guerra, con las distintas regiones recuperándose de la devastación sufrida, no tuvieron demasiado éxito. Es por ello que se dedicaron durante varios años a recopilar información en las pequeñas aldeas acerca de extorsiones y el acoso por parte de bandidos, para así buscar y atacar a estos sinvergüenzas e intentar devolver lo robado a sus dueños, cobrando una cantidad nada despreciable por sus trabajos, aunque un tanto alejada de los buenos sueldos que esperaban obtener en un principio.

En su recorrido, al llegar a las inmediaciones de la ciudad de Hújether, se separaron sus caminos cuando a Zédal le ofrecieron un empleo como escolta para uno de los grandes señores de la ciudad, que pensaba invertir una buena parte de su fortuna en la que decían era la oportunidad del momento, en Nueva Tabsa. Zédal aceptó y partió de inmediato bajo las órdenes su nuevo jefe. Pasados unos meses, envió un mensajero a la zona en la que se había establecido Frel, donde parecía que nunca dejarían de surgir nuevos bandidos, animándole a ir a este pueblo donde no faltaba el trabajo como escolta, debido a la multitud de empresarios e inversores que acudían al yacimiento minero.

Frel no lo dudó entonces. Empezaba a estar harto de acechar delincuentes de poca monta, pues no suponían ningún reto para él, y no ganaba tanto dinero como lo prometido en el mensaje de Zédal. Así las cosas, se encaminó hacia Nueva Tabsa y pudo comprobar personalmente que su buen amigo no se equivocaba. Al día siguiente de llegar comenzó a trabajar para uno de los dueños de la mayor franquicia de tabernas conocidas, el cual levantó hasta tres locales sólo en este pueblo. Sus ajustados precios y los grandes locales que compraba y adecuaba para servir para tal oficio comenzaron a hacer mella en la caja de otros taberneros, lo que le creó algunos más enemigos de los que ya tenía en otras comarcas.

Mientras fuera escolta, Frel no tendría apenas tiempo para sí mismo, pasando cada día, hora y minuto pegado a la espalda de su protegido, por lo que poco podía hacer, de momento, para encontrar a su compañero.

El puesto apenas le duró tres meses. Siempre tuvo en cuenta que vería y oiría cosas que no serían de su agrado, pero tendría que pasarlas por alto si quería conservar el trabajo. Sin embargo, fue más difícil de lo que creyó al firmar el contrato y abandonó una vez que ya no pudo soportar más las acciones de su jefe.

Aprovechando el dinero ganado durante ese tiempo, pudo permitirse no comenzar a trabajar de inmediato y así dedicarse a buscar a Zédal. Durante dos semanas buscó por toda la ciudad alguna pista que le permitiera encontrarle, pero no logró ninguna. Decepcionado, pensando que quizá tuviera que haber salido de Nueva Tabsa siguiendo a su jefe a otra región, decidió probar suerte una vez más como escolta, aunque finalmente pasó por tres más, quedando asqueado de tal trabajo, harto de las humillaciones, palizas y otros actos vejatorios que sufrían algunos de los desdichados e infelices que les debían dinero o favores a los que él debía escoltar. Lo tenía decidido; se volvía al este.

Frel tenía pagada una última noche en la posada y sabía que no le devolverían el dinero ya depositado, por lo que pensó en descansar bien y partir temprano, con la salida del sol.

* * *

Había un momento del día en el que al fin la tranquilidad llegaba a Nueva Tabsa: una vez que el sol desaparecía tras la cordillera. La mayoría de los trabajadores se encerraba en su casa para descansar tras una dura jornada y pocos eran los que deambulaban por las calles. Lo mismo sucedía con los distintos edificios destinados al comercio. Los únicos locales que permanecían abiertos, y se trataba de unos pocos, eran algunas de las tabernas, a parte de las posadas, por supuesto, abiertas a cualquier posible viajero que llegase al pueblo en las horas nocturnas. Uno de estos establecimientos era La jarra hasta arriba. No es que se mantuviera abierto mucho tiempo después de pararse la actividad en Nueva Tabsa, pero sí que apuraba algunas horas a fin de conseguir una última moneda más.

Cautivo de las tinieblas (saga Ojos de reptil #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora