Capítulo VII

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La gente iba y venía, las calles estaban abarrotadas y a Ana empezaban a dolerle los pies. Aquella mañana habían entrado ya a unas cuantas tiendas y se habían tomado un café caliente en una cafetería. Dos con leche y uno solo bien cargado para Pablo, el novio de Bea, que a pesar de todo las había acompañado, quizás obligado por su novia y como castigo por haber roto el adorno de Navidad. Se había pasado casi toda la mañana con el ceño fruncido y las manos metidas en los bolsillos de su enorme chaquetón.

Por otro lado, Ana y Bea, a pesar del cansancio, estaban encantadas con aquella salida. El ambiente era inmejorable. Cuando llegaron al centro fueron a una caseta que solo se montaba para esas fechas tan especiales y que era exclusiva de productos navideños. Allí Bea podría encontrar otra estrella para el árbol que sustituyera a la anterior.

—Chicos, yo voy a mirar por allí, ¿vale? —dijo Ana, señalando el otro extremo de la tienda.

—Bien, luego te buscamos —le contestó Bea, enfocada ya en su objetivo.

Ana se dio la vuelta y fue a mirar las guirnaldas o algunas figuras, pero aún pudo escuchar la voz lejana de Pablo repitiendo:

—Te he dicho que fue sin querer.

—¡Pablo! Me gustaba mucho esa, joder.

No tenían remedio ninguno de los dos.

De los labios de Ana escapó una pequeña risa al escuchar aquello. Paseó los dedos por una guirnalda plateada y pensó en comprarla para sustituir la suya, pero entonces vio una estrella preciosa y se la imaginó en su propio árbol. Su amiga podría tener una igual si quería, pero ella tenía clarísimo que la compraría para sí misma también.

Fue a cogerla para verla mejor y sus dedos chocaron con otros. Éstos le dieron calambre y los dos apartaron la mano a la vez, de repente alzó la cabeza para ver quién había sido. Ya había empezado a pronunciar un «lo siento» cuando la frase murió en su boca, quedándose ésta abierta, igual que sus ojos. La respiración se le cortó al mismo tiempo que su corazón daba un vuelco.

No podía creérselo.

La reacción de él no fue muy distinta a la suya, aunque supo disimularla mejor. Se ajustó las gafas al puente de su nariz algo grande.

Habían pasado ya unos días, pero el suceso no se olvidaba tan fácilmente. Ana nunca había estado tan obsesionada con algo, nunca le había durado tanto aquella sensación en el estómago al conocer a un extraño que le gustara.

—Hola.

—Hola —respondió ella con un hilo de voz, sin poder creérselo.

—El mundo es un...

—Pañuelo —lo interrumpió, haciendo un ademán con la mano—. Sí, lo sé. O eso o me estás siguiendo. Primero en la discoteca, ahora aquí... —intentó bromear, aunque la risa que soltó era temblorosa y esta muy nerviosa. El corazón le latía con rapidez.

—Bueno, no lo sabrás nunca —respondió, enigmático.

Se acercó unos centímetros a ella, sin querer pero sin poder evitarlo, porque había algo que lo atraía a su cuerpo de un modo irremediable. No entendía por qué en todos esos días no había conseguido olvidarla. Se despertó y ella ya no estaba. Se había ido.

 Al principio no quiso admitirlo, se incorporó y echó un rápido vistazo a toda su habitación, pero evidentemente no había ni rastro de ella. Como un idiota había llegado a pensar que se despertaría viéndola tendida a su lado, con su cabello oscuro revuelto, su cuerpo denudo bajo las sábanas. Podría haberle hecho el amor otra vez, podrían haber tomado café juntos y le habría pedido el número de teléfono. Pero en el momento en que ella decidió irse sin dejar huellas declaró que no quería saber nada más de él.

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⏰ Última actualización: Jan 13, 2017 ⏰

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