EL RETO DE LOS MITOS

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LA SIRENA DEL PUENTE DE CRISTAL



Krakanta se había vuelto una ciudad tan famosa que incluso muchos la comparaban con el centro neurálgico de la mismísima Grecia. No era para menos, pues había conseguido atraer a millones de celebridades a ella. Krakanta se comprendía de diez islas, rodeadas de un precioso mar cristalino, conectadas por puentes de cristal o circuitos en barca.

Desde niño siempre soñé con pilotar un gran navío y recorrer todos los mares para luego regresar a casa rebosante de conocimiento y experiencias. Mi madre decidió llamarme Ulises gracias a un famoso pintor, aunque lejos de convertirme en un artista me obsesionaba convertirme en navegante.

Eran las diez de la noche cuando salí del restaurante Marina en el que trabajaba de camarero. Marina se situaba sobre un lago en pleno centro de la Quinta Isla. Era hermoso, por no hablar del sistema de luces que emergían del lago y que dejaba a todos los comensales ensimismados.

Era un día cualquiera para un chico cualquiera en la ciudad de Krakanta. La pequeña diferencia era que en las Diez Islas siempre se sentía un aroma especial y mágico, como si aquel lugar hubiera sido creado única y exclusivamente para el disfrute público. Alquilé una barca para dirigirme a la Tercera Isla, donde residía con mi madre, y me embarqué en una aventura con solamente quince minutos de duración.

Mamá aun pagaba una hipoteca que, según decía, nos quedaría a mí y a mi hermana hasta la prosperidad. Yo trabajaba para aportarle una pequeña ayuda ya que mi hermana aún era demasiado pequeña para poder ejercer de algo que no fuera comer papillas o llorar. Papá murió cuando yo era niño, una noticia que salió en todos los telediarios pues consiguió llenar todas las orillas con petróleo y chapapote.

Una extraña melodía llegó a mis oídos, algo que me dejó atontado y me obligó a virar en mi ruta de camino a la Tercera. Era una voz tan bella que era imposible no querer saber de dónde provenía. Estúpido e ignorante dirigí mi barca allí donde la melodía susurraba mi nombre.

El puente de cristal que conectaba la Quinta Isla con la Sexta se mantenía iluminado por grandes focos de luz blanca. Allí no parecía haber nadie, al menos no más allá de la presencia de una hermosa voz cantora.

Tuve que forzar mi vista en la noche para percartarme de aquella silueta. Una chica no más mayor que yo permanecía sentada con los pies colgados fuera del puente de cristal. No era la criatura más bella, ni por asomo, pero su voz convertía todo lo que miraba en algo apetecible. Paré el motor de la barca para escucharla atentamente. Ni siquiera sabía que estaba allí, ella lloraba canturreando la música que emergía de sus cascos. Su mirada se mantenía perdida en el infinito mientras una melena platina caía por encima de sus hombros.

Me quedé petrificado mirándola, cuanto más lo hacía más hermosa me parecía. Fuera cual fuera el motivo de su pena, yo me sentía contento de que ese día aquella dama estuviera sufriendo. Entonces dirigió aquel par de orbes de jade hacia mí, sus ojos brillaban con fuerza mientras su voz se detenía. Caí de golpe sobre la barca y accioné sin querer su motor. Estuve dando vueltas como un loco antes de conseguir detener el vehículo marítimo. Cuando quise volver a mirarla ella ya no estaba, seguramente habría salido corriendo al sentirse acosada por un mí.

Volví a casa pensando una y otra vez lo mucho que me gustaría volver a escuchar su voz. Sentía que tenía la necesidad de estar cerca de ella, de acariciar su cabello y de besar sus labios. Me estaba volviendo loco, cada minuto que pasaba la necesitaba más y más.

Pasaron los días e intenté distraerme con cualquier cosa: el trabajo, películas, labores del hogar,... pero no había manera, quería encontrar a esa sirena del puente de cristal fuera como fuese.

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