Reto Especial Navidad

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LA MALDICIÓN DEL REGENTE


El fuego de la hoguera se encargaba de que el Gran Comedor tuviera un tono reconfortante y muy navideño. Como cada año los Caitwhoof habíamos aplazado todos nuestros planes para realizar una cena en familia. Me sentía tan cómodo que no podía evitar sonreír cuando mi hermana pequeña Arana, de seis años, me miraba con esos ojos llenos de inocencia y juventud. Todos daban su mejor esfuerzo para evitar crear cualquier tipo de conflicto. La navidad estaba hecha para limpiar nuestras almas y dejar lo malo atrás, ese era nuestro lema.

— ¿Qué tal estáis, hijos míos?—preguntó mi padre alzando su voz—. Hoy es un día muy especial y quiero que compartáis vuestros mejores deseos.

Lina, mi hermana mayor, hizo tintinear su copa con uno de los cubiertos dorados y se levantó para darnos su discurso. Había salido a mamá, su cabello dorado estaba peinado en forma de una trenza que caía por su hombro izquierdo. Sus ojos azules, un rasgo que todos los Caitwhoof disponíamos, brillaban con ilusión mientras su escote intentaba (sin conseguirlo) ser lo más sutil posible.

—Deseo que esta familia prospere a través de los años venideros—ella sabía bien que decir, se había estudiado su papel a la perfección—. Me gustaría que todo lo que una vez pudo hacernos daño, hoy se quede atrás y purifique nuestras almas. Os amo con todo mi corazón.

—Hermoso, hija mía—mi madre lloraba de felicidad, de vernos a los cinco allí reunidos.

Sentí como aquellos ojos celestes se clavaban sobre mí, mi padre se mostraba ansioso por ver lo mucho que había madurado en todo este tiempo. La pequeña Arana era la única que me miraba con admiración, mi corazón palpitaba con fuerza cuando ella estaba cerca.

—Buenas noches, familia—dije con educación y demostrando que el smoking de seda que me vestía no era solamente la carcasa de un verdadero caballero—. Hoy puedo decir que me siento pleno. Los negocios de padre van viento a favor y madre sigue cumpliendo su sueño en la gran pantalla. Lina sé que serás una gran esposa del Señor Banks y seguro le das infinidad de hijos. Y Arana, o mi querida hermanita, tu futuro será brillante y prometedor. Todo lo que una vez deterioró a esta familia, hoy carece de sentido sostuve la copa en alto y demandé un brindis—. ¡Por los Caitwhoof!

Arana estaba demasiado nerviosa para pronunciar algo coherente frente a mis padres. La mirada del actual regente de la familia conseguía poner tensos hasta a los sirvientes, por ello mi pobre hermana balbuceó antes de echarse a llorar. Yo la aplaudí ante tal esfuerzo, Lina me siguió y el resto de la mesa, por no quedar mal, me acompañó en mi intento de animar a la pequeña.

La cena se desarrolló con mucha armonía. Los músicos unieron sus instrumentos en una melodía que evocaba las historias de nuestros antepasados. Nuestras tradiciones se habían arraigado en nuestra sangre desde hace mucho tiempo y, como cada regente que nos observaba desde los cuadros del gran comedor, sabíamos que al final de esta velada nos tendríamos que separar para siempre. Esas eran las normas de los Caitwhoof, estúpidas a ojos de aquellos que no las comprendían. Vivíamos en diferentes hogares y sólo nos reuníamos en Navidad pues, según contaban los tratados antiguos, estar más tiempo de lo permitido juntos podía llevarnos a una terrible muerte.

Mi padre entró en un ataque de tos cuando el último sirviente retiró de la mesa el plato estrella de la noche: ganso blanco con frutos rojos y salsa de grosellas. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo con la primera campanada que anunciaba la media noche. Me percaté de como mi madre deshacía el lazo que había amarrado su cabello en forma de moño. Lina, cuyas mejillas eran rojas como el vino cuyo consumo había excedido fruto de los nervios, se encargó de realizar un corte lateral en su vestido de terciopelo y diamantes. Mi pequeña Arana no dejaba de llorar y la sexta campana marcaba la cuenta atrás hacia el final de la cena.


Las puertas del gran comedor se cerraron a cal y canto cuando el último músico abandonó la estancia. La chimenea seguía crepitando ansiosa de ver el advenimiento que estaba por venir. Estaba nervioso, no tanto como para actuar como mi hermana menor pero podía sentir mis músculos tan tensos que parecían esforzarse por romper mi chaqueta de diseño.

La última campanada marcó la media noche y los Caitwhoof se levantaron de sus asientos para ocultar las tiernas sonrisas que una vez habían existido en un gesto de desafío y oscuridad. Todos estábamos listos para aquel encuentro, nos habíamos entrenado durante toda nuestra vida, esperando a que llegara el momento en el que el regente de la familia diera por finalizado su reinado. La herencia estaba en juego y con ella el futuro de un único individuo. Si no cumplíamos con la voluntad de nuestros antepasados la maldición se nos llevaría para siempre.

Mi padre cogió dos de las botellas de vino, las golpeó contra la mesa y se hizo con dos afiladas armas. Mi madre rompió una de las patas de la silla en la que tan elegante se había mantenido durante toda la velada, y con la cinta que había sostenido su moño, ató el cuchillo más afilado formando una lanza improvisada. Lina se hizo con los tenedores a su alcance, sabía que con la fuerza suficiente podía llegar a matar. La pequeña Arana se escondió bajo la mesa esperando que todo acabara. Y yo, sabiendo lo que la noche traía consigo, cogí el tridente que servía para remover la leña de la chimenea que se situaba detrás de mí.

La guerra por el Legado de los Caitwhoof empezó cuando mi padre se abalanzó sobre mi hermana y atravesó su pecho con las afiladas puntas de sus armas. Ni siquiera pude percatarme de cómo se deslizaba a través de la mesa, mi madre se había encargado de distraerme intentando golpearme con su lanza.

— ¡Esta es mi casa!—gritaba mi padre mientras se empapaba con la sangre de Lina, la cual había conseguido apuñalarle, pero la adrenalina le mantenía activo.

Conseguí bloquear todos y cada uno de los golpes con los que mi madre me amenazaba. Mi juventud me daba más velocidad de la que ella podía disfrutar, aun así era implacable y no me daba otra opción que la de esquivarla.

Todo pasó a gran velocidad. Algo se removió en mí cuando vi como mi padre buscaba a Arana para acabar con ella. Sentí que toda mi vida había existido para protegerla y que era mi destino morir para que ella pudiera vivir. Así pues, atravesé a mi madre con todas mis fuerzas y la alcé sobre el suelo para lanzarla en el interior de la chimenea. Lancé el tridente a la espalda de mi padre para llamar su atención y, con la lanza de mi madre en mis manos, atravesé su corazón.

La pequeña me miró con el rostro lleno de dolor. Sonriente me quité la vida para regalarle un futuro que le traería mucho sufrimiento. Ahora la maldición podría dormir.


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¡Buenas gente!

Hoy jumanjigonzalez me nominó a un reto navideño. Tenía pensado apurar el tiempo de presentación al máximo pero, como mi imaginación va sola, no pude evitar escribir este relato y presentarlo. Son 1997 letras de las 1200 que tenía de límite, se me da fatal hacer historias tan cortas y he tenido que borrar palabras y cosas para que pudiera encajar, al final se ha quedado así, no quería darme más mal.

En relación a los géneros que se han aportado al reto creo que podría encajar en uno de estos dos, a elegir:

*Asesinatos en Navidad

*Mentiras y Secretos familiares que salen a la luz en Navidad

Espero que respete la normativa del reto, si no lo hiciera, no dudéis en decírmelo. Hoy ha sido esta mi inspiración, mañana no sé que puede venir. :)

No olvidéis comentar, votar y darme vuestra humilde opinión. Y recordad: NUNCA SE SABE CUANDO LA VIDA PUEDE DAR UN GIRO ARGUMENTAL

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