Capítulo 2: Acondicionamiento. (1/2)

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Todos nos reímos por un momento, hasta que el maestro volvió a tomar la clase.

—Yo seré su asesor, tutor, amigo, o lo que sea que necesiten mientras estén aquí ¿Les parece? —preguntó, pero no dejó que nadie respondiera, sólo asentimos en grupo. —Si alguien desea preguntar algo, lo que sea, yo le responderé, al igual que si tienen algún problema yo lo resolveré, para eso estoy aquí.

El grupo se quedó callado un segundo, expectante.

—Bueno. ¿Alguna pregunta? —insistió Pineda, ya que todos lo miraban pero sin comentar nada.

—Yo —levantó la mano el muchacho sentado cerca de la puerta, aquel que había hablado antes. Me volví para mirarlo mientras hablaba —¿Por qué algunos alumnos tienen privilegios?

—¿Privilegios? —inquirió el profe, extrañado, al tiempo que se detenía de aquel pequeño paseo de un lado a otro que estaba dando por el aula. —Nadie tiene privilegios aquí. ¿Cómo te llamas?

—Josué—respondió él, pero luego continuó con su explicación —Es que vi que algunos chavos tienen comida gratis y el cuarto también.

—Ah, —asintió el maestro, como si hubiese comprendido—No son privilegios, Josué, son beneficios para los obtuvieron la beca, y todo se los paga al gobierno.

—¿O sea, literal, que los mantiene el gobierno?—preguntó el chico de cabello negro y piel bronceada. A todas luces había pasado las vacaciones en alguna playa, asoleándose. Vestía bien, y se preocupaba por su apariencia.

El maestro suspiró.

—Sí —Le contestó—, pero es porque la mayoría de ellos no tienen las mismas oportunidades que ustedes o están en alguna otra posición, que en comparación con la suya, es menos ventajosa.

—Pero no es justo—protestó alguien más, de varios lugares detrás de mí, por lo que no pude ver quién era, sólo que era una chica.

—Bueno, ya, cambiemos de tema. —nos alentó el profesor Pineda. —¿Alguna duda de otra índole?

Levanté la mano de inmediato, pues había notado que los ánimos se habían calentado y todos tenían ganas de comentar algo.

—¿Quién escoge a los becarios? —Pregunté, y al segundo siguiente lo lamenté, pues la mayoría del grupo se volvió para verme. —¿Es la directiva de la escuela, o alguien más?

—Ahmm—musitó el maestro. —¿Cómo te llamas, hija?

—Ingrid.

—Ingrid, —dijo—es la directiva de la escuela, pero no tienes que preocuparte por eso.

—Sólo quería saber a quién darle las gracias. —mascullé.

El profesor Pineda me miró un segundo, pensativo, y luego se animó.

—¿Saben qué? —Exclamó, volviéndose a ver a todos. El ánimo le había regresado—Su compañera Ingrid me acaba de dar una buena idea. Todos saquen una hoja blanca de su cuaderno y escriban una carta anónima, agradeciendo por lo que sea que crean que merece ser agradecido en este mundo. Se vale lo que sea.

Entonces el salón se convirtió en un alboroto de chicos hablando y sacando cuadernos de los bolsos y mochilas, lápices y bolígrafos siendo prestados e intercambiados y minutos después silencio, sólo interrumpido por el lápiz rasgando el papel o el bolígrafo deslizándose con gracia sobre por él.

Diez minutos después el profesor pasó entre las filas y levantó las hojas. Entre las cuales se encontraba la mía, con tan sólo una línea en ella. "Gracias por darme la oportunidad de estar en un lugar donde no me siento ajena."

Al llevar las hojas al escritorio el profesor miró su reloj.

—Bueno, aun faltan diez minutos. —comentó. —¿Qué tal si cada uno de ustedes nos cuenta a todo el grupo por qué escribe? ¿Por qué decidieron que querían ser escritores?

Varios levantaron la mano, ansiosos por ser los primeros.

—Primero tú—dijo el maestro, señalando a un muchacho con pinta de hipster y luego a una muchacha del fondo. —Dinos tu nombre y tu razón.

—Me llamo Josué, —dijo, poniéndose de pie con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón ajustado—Escribo muy bien y lo hago porque sé que un día seré reconocido por eso.

—Ah, bueno, muy bien, esa es una razón—Asintió Pineda, y luego todos en el grupo rieron por la manera en que el maestro respondió, Josué se rio también, quizá porque pensó que se reían con él y no de él. —Puedes sentarte Josué. Continúa por favor —se dirigió ahora la muchacha del fondo, que se levantó y se alisó la amplia falda corta de color azul que vestía en conjunto con una blusa blanca entallada al cuerpo.

—Me llamó Mariana —dijo, sonriendo. —Escribo porque tengo mucha imaginación, hay tanto dentro de mi cabeza que necesito sacarlo. Escribo porque me es de vital importancia.

—Muy bien, Mariana—comentó el maestro, ahora aun poco más complacido con ella que con la respuesta anterior.

Varios chicos continuaron expresando sus razones, sólo que esta vez el maestro los estaba eligiendo. Esperaba con muchas ganas que no me eligiera a mí, cuando de pronto escuché mi nombre.

—¿Ingrid? —Inquirió Pineda —¿Quieres comentarnos tu razón?

Sobresaltada miré a mis costados, todos me observaban, así que no tuve otra opción que ponerme de pie.

—Soy Ingrid —me presenté, con las manos sujetas—aunque supongo que ya se dieron cuenta.

En aquel momento me interrumpieron las risas de los muchachos dentro del salón que se hicieron presentes, por lo que tuve que esperar a que pararan, aunque esta vez, por suerte, reían conmigo y no de mí.

—Yo escribo porque...—continué, y de pronto mi garganta se cerró. Quería mentir, quería decir que escribía porque me hacia feliz, porque no podía concebir una Ingrid que no escribiera, pero eso no era verdad, esa no era mi razón, ni mi desbordante imaginación, ni mis deseos inexistentes de ser famosa, no había sido por nada de aquello. Jamás había soñado con ser escritora, era algo que había ocurrido y ahora ya no podía pararlo porque era parte de mí, de la niña que no lloró, la que no decía nada, de la que jamás podría decirlo de otra manera, era yo.

—No te quedes callada, Ingrid—me alentó Pineda, mirándome.

—Comencé a escribir porque no tenía a nadie a quien decirle las cosas—solté entonces, con una voz tan rota que todos se quedaron callados. La única persona a la que quería contarle todo lo que me atormentaba era la misma que lo causó.

El profesor se quedó mirándome un segundo, abrió la boca para decir algo pero no tuvo la oportunidad de hacerlo ya que el timbre nos interrumpió fuerte y estruendoso. Todos se movieron tan rápido a tomar sus cosas del costado de sus sillas, que no pudo decir nada más.

—Bueno, bueno—exclamó Pineda, —seguro que se mueren de hambre, jóvenes. Pueden salir.

Sin cruzar miradas con nadie, ni con el profesor, salí de prisa de allí, y atravesé el campo en dirección a la cafetería que era inundada por el torrente de chicos que salían de todos lados. Me sentía abrumada por haber dicho aquello, detestaba no poder mentir, mirar a los ojos a alguien y delatarme en el momento que pronunciaba la mentira. Ahora todos me verían como la muchacha extraña y dañada que estaba evitando volver a ser.

N/A

Ésta parte del capítulo es muy pequeña, lo siento, 😔 no encontré un mejor lugar donde cortarlo para que no se sintiera tan abrupto. Pero prometo que mañana publicaré lo que falta de él. Lo prometo por los siete dioses y los dioses antiguos. (se nota que está picada con "juego de tronos") :)

Por cierto, aunque he trabajado mucho en esta novela, aun hay cosas que debo revisar y corregir, se podría decir que es un borrador.

Si les está gustando la novela, les agradecería infinitamente que votaran o que comentaran, les toma un segundo hacerme el día más feliz. 😘😘

Con amor 😘 Chel. 😘

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