Guerra de amor

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—Muy bien semillitas, día díez en alta mar, he de admitir que su desempeño ha sido bueno... —declaró el Sargento Roberto mientras caminaba frente a nosotros—, ¡Pero no es suficiente!, Esos zombis nos están pisando los talones con sus nuevas tácticas de ataques, ¿Acaso no vamos a dejar vencer?.

—¡No, señor! —gritamos todo el pelotón.

—¡No me lo digan, de muestrenlo en el campo de batalla! —gritó de regreso con su entrecejo marcado.

—¡Sí, señor!.

—¡Vamos, ya, ya, ya, ya!.

Todo el pelotón salió corriendo hacia sus puestos de batalla, él al ser el Sargento encargado de nuestro pelotón, procuraba estar al frente, pues esa era su forma de infundir miedo al enemigo... Y de culparte más duramente al tener la confianza de que cumplirás con tu cargo eficientemente.

—¡Soldado, Ramón, a las tres en punto! —advirtió, señalando con una de sus hojas al enemigo volador.

—¡A la orden, sargento!.

Se deshizo de la amenaza voladora en cuestión de segundos.

—¡Bien hecho, soldado! —felicitó—, ¡Pero no se duerman en sus laureles, ahí viene el contraataque!.

Durante un largo tiempo, luchamos fieramente contra los zombis, haciendo todo lo posible por predecir sus movimientos.

—¡Soldado, Ross, detrás de mí, se aproxima una horda de Zombiditos! —gritó el sargento en mi dirección.

—¡Si, señor!.

Me moví detrás de él, tratando en lo posible que mi corazón de semilla no se alterara tanto con su cercanía.

No lo mires, no lo mires, no lo... Se le ve muy bien ese casco militar...

Un suspiro me delató ante el sargento.

—¡Soldado, Ross, no es momento de estar suspirando por su maldito amor imposible! —gritó, girando un poco su rostro hacia mí, haciéndome notar su visible molestia.

—¡L-lo siento, señor! —me disculpé rápidamente con mis mejillas sonrojadas.

¡Tonta!, ¡Tonta!, ¡Tonta!, ahora ha de pensar que eres una loca enamorada sin remedio que no puede mantener su posición al margen.

Mi mirada se preocupó un poco al pensar en eso. Me había costado un largo entrenamiento demostrar mi valor en el campo de batalla para poder estar en el pelotón que el sargento dirigía.

Oh, no, no me iré sin luchar.

Comencé a atacar a todos los zombis que veía, aniquilándolos al instante.

—¡Ese es el espíritu soldado, Ross! —apremió el sargento.

¡Maldición, no me lo diga!, ¿No ve que me enamora más?.

—¡Sargento, ahí vienen!.

—¡Todos en sus puestos!, cubra mi espalda soldado Ross.

En cuestión de segundos, los cañones cargados de Zombiditos aparecieron en la batalla, a pesar de que lográbamos destruirlos a tiempo para que no explotaran, los cañones se acumulaban cada vez más.

—¡Ahí viene la explosión, todos atentos! —gritó desde el frente.

El estruendo de los cañones al explotar era mitigado por las risas y balbuceos de los Zombiditos que habían logrado penetrar en nuestra formación.

—¡Ataquen!.

El campo fue llenado de guisantes que rápidamente fueron impactando en los Zombiditos.

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