Capítulo 1: Emboscada

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Se aproximaba el mediodía, pero no llegaba nadie de la avanzadilla. Kilian comenzó a impacientarse y a preguntarse qué podía haber pasado. No encontró respuesta en su mente más allá de que se hubieran perdido, no quería que los malos presentimientos se apoderaran de él.

Finalmente llegó el mediodía, había que avanzar, el tiempo se agotaba.

Kilian y las tropas comenzaron la marcha hacia el interior del bosque. Cruzaban el bosque por un sendero ancho al comienzo, pero a medida que avanzaban el camino se estrechaba, por lo que Kilian tomó la decisión de avanzar en parejas. La delantera la ocuparían las tropas y en la retaguardia un pequeño puñado de soldados escoltando a Helena y al resto del pueblo.

Los árboles que rodeaban el sendero eran cada vez más altos y sus numerosas y afiladas ramas parecían impedir el paso. El camino estaba cubierto de hojas secas caídas, probablemente por culpa del fuerte viento que soplaba en los últimos días. Además del soplido del viento, se oían las voces de los campesinos que hablaban entre ellos, e incluso alguna carcajada. Parecía no importarles el hecho de que un ejército les pisara los talones o que la avanzadilla no hubiera regresado. Quizá el autoengaño de su subconsciente era una forma de evadirse ante el peligro que les rodeaba. Los soldados, al contrario, miraban a diestro y siniestro como si algo les acechara. La tensión era palpable entre los soldados que permanecían atentos a todo aquello que les rodeaba. Sabían que si sus perseguidores se les echaban encima, no habría escapatoria pues eran mucho menores en números y no podrían hacerles frente.

A media tarde realizaron una parada a la altura de un pequeño río que bordeaba el sendero. En la orilla, todos aprovecharon para rellenar las cantimploras y dar de beber a los caballos. Cuando saciaron su sed continuaron andando. Kilian caminaba a pie con las riendas de su caballo en su mano derecha y su casco en la otra. El casco era de un metal pesado y sobresalían dos cuernos de marfil dispuestos uno a cada lado, por encima de las orejas. Su cabeza no hacía más que pensar que podía haberles ocurrido a sus soldados. Unos pensamientos que desaparecieron al esconderse el sol tras los árboles. Tenía que pensar en cómo pasarían aquella noche en el bosque. Tendrían que encontrar un claro donde reunirse el pueblo y montar las tiendas.

Se iba oscureciendo, y no había ni rastro de la avanzadilla. Kilian mantuvo la calma y decidió a enviar a dos soldados a buscar un lugar donde descansar. Quería pensar que la avanzadilla había tenido algún problema para volver, pero su corazón le decía que algo malo iba a ocurrir. La posada más cercana se encontraba aún a dos días de camino.

De repente, comenzó a llover, una lluvia suave pero no parecía que fuera a detenerse. Kilian maldijo por dentro, ya que esto solo podía ralentizar el paso. Los carruajes eran susceptibles de quedarse atascados en el barro y aquello implicaba la ayuda de varios caballos atados al carruaje tirando de él, lo que exigiría un tiempo del que no disponían. El capitán sabía lo que suponía luchar contra las inclemencias del tiempo, por lo que recomendó entonces abandonar los carruajes que quedaran atrapados, ya que no podían detener el avance. Cuando un carruaje quedara atascado, avisar a los siguientes de tal forma que previnieran al resto y recoger todo lo fuera estrictamente necesario.

Mientras, en la retaguardia, Helena seguía sumida en sus recuerdos. Tras ser salvada de aquellos orcos por Kilian y otros hombres que le acompañaban, entre los que se encontraba Marryn, le llevaron a una cabaña de caza cercana donde curarle. Primero le retiraron aquella espada que le había atravesado de lado a lado la rodilla. Aquella rodilla maltrecha aún le impedía andar con normalidad. Tras vendarle la herida y prepararle un brebaje con hierbas medicinales, los hombres que acompañaban a Kilian se marcharon de vuelta a casa, pero él permaneció con ella hasta que se hubo recuperado. Conversaron y rieron durante varios días además de descansar lo que provocó que comenzase a enamorarse inevitablemente del joven y valiente guerrero que en aquellos días tendría unos dieciocho años. De repente un grito aterrador interrumpió sus pensamientos, Helena miró en la dirección de donde procedía el grito y vió un caballo blanco, con sangre. Era el caballo de uno de los soldados que había enviado a buscar lugar donde descansar. Se percató que en el lomo del caballo había un soldado boca arriba, con varias flechas clavadas en su pecho ensangrentado y atado con unas cuerdas al animal. 

El enigma de KilianWhere stories live. Discover now