Capítulo 13

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Aquel día, aquel fatídico día, habían pasado ya varios meses desde la marcha de Edward sin tener noticias suyas. Tampoco es que tuviera una dirección en la que recibir cartas, pero le hubiera gustado saber algo de él. Si estaba bien, si estaba... vivo.

El tiempo había seguido su curso y resultó que el tiempo no pasa igual en todos los seres. Las sirenas no necesitaban nueve meses de embarazo, como las humanas, solo tres, el tiempo necesario hasta el siguiente equinoccio. Aquella noche, al comienzo del otoño, el conocido cosquilleo de cola precedió a las piernas y al dolor, mucho dolor, distinto a todo cuanto había sentido hasta entonces. Pero al final de todo, escuchó un llanto, el de su pequeña, su hija, su sirenita.

—Hola, bonita —Dijo Úrsula al tenerla por primera vez en brazos —Soy tu mami. —Solo cuando estuvo a solas añadió— Tu papi ahora no puede estar con nosotras, pero algún día lo hará, estoy segura, nos encontrará. Mi pequeña Ariel.

—Será pelirroja, como tú. —La voz de Poseidón la sorprendió de vuelta en el mar.

—Sí, eso parece.

Úrsula apenas podía apartar los ojos de su sirenita, era tan pequeña y delicada. Y era toda suya. Un pequeño ser al que proteger, cuidar y sobre el que volcar todo su amor. Podía ver en ella los rasgos de Edward y no podía dejar de abrazarla. Era tan perfecta que casi parecía un sueño.

—Es muy guapa, como su madre.

Poseidón y ella no habían hablado mucho desde su declaración. Úrsula había mantenido las distancias y él lo había respetado, hasta entonces.

—Necesitará un padre.

Ya tenía uno, pero eso no se lo podía decir a Poseidón.

—Hablaremos de eso más tarde. Estoy cansada. Traer una nueva vida al mundo es difícil.

—Sí, claro.

El día siguiente a los nacimientos, todas las sirenas solían concentrarse en la superficie del Arrecife, en la zona de las rocas, donde podían tumbar a los bebés y prepararlos para su vida en el mar. Úrsula no se separaba de Ariel, no podía dejar de mirarla deseando que Edward estuviera con ella. El resto de las madres también se habían congregado con sus bebés. El sol brillaba en lo alto del cielo, las gaviotas extraviadas volaban sobre sus cabezas y prácticamente toda la manda se había reunido en las rocas del Arrecife.

Y fue entonces cuando lo vio. Al principio no era apenas nada, una mancha en el horizonte, pero poco a poco, a medida que se fue acercando, el peligro tomó la forma de una flota de navíos ataviados con sus enormes velas y sus banderas ondeantes que se dirigían directos a ellas. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, el corazón de Úrsula pareció hundirse de golpe al reconocer en aquellos hombres el mismo uniforme que había visto sobre el cuerpo de Edward. No podía ser ¿verdad? Era imposible que Edward se lo hubiera dicho a aquellos hombres, no podía haberla traicionado. Y, aún así, a pesar de ser incapaz de pensar en ello, la realidad era demasiado cruel como para no verla.

—¿Quiénes son esos hombres? —Gritaban algunas.

—Proteged a los bebés—Gritaban otras.

Los bebés. Ariel, su pequeña Ariel estaba en peligro, ya pensaría en Edward después. Todas las sirenas se prepararon para la batalla. Porque era obvio que habría una batalla. Dejaron a las niñas en el palacio de Poseidón y las demás volvieron a la superficie. Los barcos ya estaban encima de ellos, chocando contra las rocas que hacía apenas unos minutos habían cobijado a las sirenitas. Los cañones salían de los laterales de madera apuntando directamente a sus cabezas. Algunos hombres comenzaban a preparar redes. Úrsula buscaba desesperada con la mirada a Edward, aunque no estaba segura de si quería verlo o no.

La Sirenita  (Saga Grimm II)Where stories live. Discover now