Los demás nos quedamos esperando y el silencio se apodera del patio. Por lo que parece, las celdas se hallan en el sótano del Gremio. Un escalofrío me sube por la nuca; debe haber bastante frío allí abajo como para mantener encerrados a ignisios. Visualizo a Jota, y trato de que se enganche a mi mirada... pero no lo hace. Está concentrado y a la espera de que los asistentes vuelvan.

Unos veinte o treinta minutos después, los diez novatos suben por las escaleras. Regresan, algunos antes, otros luego; algunos con expresión seria, otros como si hubieran visto a un espíritu rondando por la prisión. Trastornados, confundidos, enfadados. De todos modos, nadie tiene la oportunidad de preguntarles nada al respecto, porque dos instructores los llevan de regreso al interior de la academia.

Entonces, la misma mujer de antes vuelve a colocarse frente a nosotros. Toma la libreta de nuevo, y pronuncia el resto de la lista.

Y es el momento.

—... Audrey Jehnsen...

«Tranquila. Fresca.»

Doy unos pasos adelante y espero a que los otros nueve ignisios se sumen a mí. Es extraño pero, cuando los anteriores diez novatos bajaron al sótano, los diez instructores que entraron con ellos no volvieron a salir. Cuando un hombre bastante joven se acerca a nosotros y nos hace una seña, nos ponemos en fila para poder entrar por la puerta al sótano.

Y entramos a la prisión.

Empiezo a pensar en lo que podremos hacer. ¿Nos irán a colocar en el mismo espacio que un delincuente, que un ignisio peligroso? Lo dudo bastante, no entiendo para qué serviría. Mientras bajamos los escalones de piedra comienzo a sentir el fresco de un sótano que nunca ha estado en contacto con la luz solar. Todo está oscuro, hasta que llegamos a un angosto pasillo del cual cuelgan algunas antorchas. El fuego, con sus llamas rojas y amarillas, brilla escasamente y le cuesta batallar contra la oscuridad, aunque de todos modos provoca unas pequeñas sombras que danzan en las paredes de roca.

Luego de pocos pasos más, nos rodean los barrotes. Ninguno de nosotros es capaz de evitar echar miradas a las celdas, en espera de que algún loco salte de un rincón y nos asuste. Pero nada de eso sucede, porque, a pesar de que no podemos ver exactamente lo que hay en cada celda, todo parece estar sereno y callado.

La caminata se detiene abruptamente, y un instructor se para en medio del pasillo para vernos. Nos dice poco de lo que tenemos que hacer; sólo nos mira, seriamente, y anuncia:

—Cada uno entre a una celda.

Los novatos se miran, medio confundidos y medio asustados, y entonces el instructor nos apura. Las celdas más próximas a mí son velozmente ocupadas por los demás, así que suspiro y me voy hacia el fondo del pasillo. Hay una celda bastante aislada de las demás. Me acerco a los barrotes y trato de escudriñar con la mirada.

Veo la silueta de alguien sentado en un rincón, y entonces pego un respingo hacia atrás. No me esperaba ver a alguien dentro.

—Ven —murmura, tratando de no sonar tan tenebroso; habrá visto mi reacción al visualizarlo de repente—, pasa. Toma asiento.

Vacilo antes de tomar los barrotes, pensando que estarán sucios y pegajosos. Sin embargo sólo están un poco fríos, pero cuesta un montón empujarlos. Cuando por fin abro la celda con un chirrido, no sé exactamente qué tendría que hacer. ¿Debería cerrar la puerta, o dejarla abierta por las dudas?

De todos modos no importa debatir, porque cuando me siento en una silla pequeña, el ignisio se levanta y cierra la celda.

—¿Podrías decirme qué vamos a hacer?

Hawa: Debemos salir a flote | #2 |Where stories live. Discover now