Era un edificio considerablemente antiguo, de unos cincuenta y cinco años y cinco meses, el
cual tenía un pequeño ascensor montacargas que vagamente podía subir a una persona. En
dicha estructura había ocho moradas, todas ellas habitadas por aparentemente inocentes
ancianos, excepto la mía, la cual se situaba en el primer piso. Ya casi no había edificios con
portero, pero el nuestro era una excepción, y Valentín, el exceptuado.
Cierto día, llegaba yo de arreglar entuertos en la ciudad, cuando al abrir aquel viejo y oxidado
portón de metal apenas pintado con gris mate, me encontré a una turba de ancianos
enfurecidos, todos ellos sentados alrededor de la portería, en rincones y cuchicheando
palabras inteligibles a mi oído. Eran los vecinos del segundo, el quinto y el octavo. "Qué pena",
pensé yo. Valentín no trabaja hoy. De pronto mi cerebro hizo "chas" y supe que era demasiado
tarde para subir por las escaleras; los viejos me miraban. Hubiese pensado que se trataba de
una película de terror, que estaban esperando a que me girase para saltar sobre mí y quitarme
mis jóvenes y funcionales órganos. Pero para mi desgracia no fue así, ocurrió algo peor; la
vecina del quinto, Milagros, abrió la boca:
- Joven, joven, que se ha estropeado el ascensor – dijo la señora rematando con suplicio.
- Ya lo veo, señora, menuda tienen liada aquí, eh... En fin, bueno, yo ya me iba – corté rauda y
velozmente. Y me dispuse a girarme y emprender camino, y cuando hube dado cuatro pasos la
señora alzó la voz.
- ¡Pero joven! No nos irás a dejar aquí pasando la tarde en balde, ¿verdad? – dijo la Doña
Milagros sabiendo que me había jodido pero bien.
- Mierda... - murmuré sin miedo, pues no me oían.
- ¡Eso xiquillo! ¡Que yo tengo peluquería a lah cinco y me tengo c'arreglá! – dijo Manoli la del
segundo desde la lejanía a la escalera.
- Tampoco es que haya mucho que arreglar – dije en voz baja y con tono picaresco –. Vamos a
ver señoras; y señor – me dirigí a Salvador, el dueño del octavo - ¿ustedes ven que yo tenga la
vitalidad para ayudarles a todos a subir? – repliqué sabiendo que la batalla ya estaba perdida.
- ¡La hostia chaval, que eres joven! – de repente exclamó Salvador.
Suspiré y dije:
- Vamos a ver, ¿quién es el primero?
- ¡Uy! ¡Yo, yo! ¡Que he dejado las lentejas al fuego y se me van a quemar, joven! –
rápidamente se adelantó Milagros. Y emprendió camino.
- A ver, deme la mano y cójase bien que como se caiga no lo cuenta, señora Milagros – le
advertí. Pero tonto de mí; aquella mujer no tenía manos, ¡sino garras!
- ¡Bah! No te preocupes joven, que yo en mis tiempos tenía que cambiar los aceites de las
máquinas de la... - dijo y no sé qué más puesto que dejé de escuchar y empecé a maldecir mi
ESTÁS LEYENDO
Díganme seis veces qué soy
Short StoryEn un edificio donde todos los vecinos son ancianos, el joven propietario del primer piso vivirá una experiencia que conseguirá agotar su paciencia para con los vecinos. Cada cual le dirá unas palabras que difícilmente olvidará al final de la obra...