XVI. Siete Venados

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L.

¿Volveríamos a caer...?

∞∞∞

—No —Respondió cortante.

—¿Por favor?

Luciano se pasó la lengua por los labios, rodó los ojos y continuó revolviendo la sopa en la olla, decidido a ignorar cualquier pedido relacionado con una excursión. No, corrección: que relacione "excursión" con "Adrian", porque ambos entendían que ellos no podían decirle a Claudette que la invitación era para uno. Para ella.

Lu... ¿por favor?

Lo vio respirar profundamente, contener la respiración y, finalmente, soltar la bocanada de aire. Pretendía que ese "no" que fuese el último de muchos, ya había perdido la cuenta.

—¿Cómo le hago para hacerte entender que "no" es no? —pensó una mejor pregunta—. No, la cuestión es... después de todo lo que hizo, ¿por qué quieres ir de excursión con él? Sólo lo viste y saliste huyendo, te pusiste ebria. ¿Una excursión con él y su esposa? Me parece imposible.

—Ya me comprometí, Luci —gimió quien odiaba fallarle a su palabra—. ¿Por favor? A donde sea, a la playa... a la cueva de cristales. Pon un lugar, el que quieras.

—¿Por qué tanta insistencia, Tabatha? —Prendió los dedos de las presillas del pantalón y se apoyó en el borde de la barra de cemento a un lado.

—¡Porque me cayó bien! Es muy linda, Luci. ¿Sí, sí?

—No te vas a rendir, ¿verdad? —Tabatha esbozó una sonrisa, finalmente había dado en el clavo—. ¡Tabatha, no!

—No te voy a seguir rogando... —Puso ojos de cachorro.

Luciano maldijo el día que se rindió por primera vez ante esos ojos, se convirtió en su herramienta favorita. Presente, pasado o futuro... separados o no, con esa mirada conseguiría de Luciano hasta un boleto al cielo. Y él, con unas ganas de reírse y soltarse a llorar por lo ciego que estaba, porque incluso con la resolución de separarse en pie seguía dando su brazo a torcer, aceptó.

∞∞∞

―¡Pájaros! ¡Mamá! ¡Pájaros! ―Exclamó Sabina con el dedito en alto, siguiendo el vuelo de unos ruiseñores. Se había soltado de su madre y corría unos metros adelante con una sonrisa que nadie podría quitársela. Sabina se detuvo y giró, sus ojos azules chisporroteando con alegría―. ¿Ves?

―Sí. No corras, Sabi, te puedes caer.

―¡Sí, mamá! ―y siguió corriendo por el camino empedrado.

―¡Sabina!

No tenía sentido, Tabatha lo sabía. Sabina seguiría corriendo hasta cansarse, justo cuando la emoción del momento se agotara, entonces alzaría los brazos pidiendo ser cargada el tramo restante, porque a esa velocidad terminaría sucediendo antes de llegar a su destino: la casa a la que llamarían "hogar".

Para llegar a Siete Venados era más fácil atravesar el bosque a pie que en vehículo. Con los niños ahí presentes se complicaba un poco. Mínimo Sabina ya estaba acostumbrada a caminar distancias largas y si se encontraba emocionada... su energía le rendía el triple. Pero los mellizos... ellos eran otra historia.

―Mamá, mamá ―Porscha se tiró sobre su madre pidiendo con sus brazos que la levantara del suelo, sus piernas ya no daban para más―. ¡No quiero más!

―Porscha, llorona. ―Adriano le sacó la lengua.

―Ya, Adriano. ―Advirtió Adrian.

Él. Su cámara le colgaba del cuello, la maleta golpeaba en sus nalgas a cada paso que daba. Se mantenía entre Porscha y Adriano, siempre cerca, más pendiente de ellos que de dónde ponía un pie. Ya se había tropezado un par de veces por culpa de rocas ocultas entre las hojas caídas, Luciano se tuvo que morder la lengua en sucesivas ocasiones, le prestaba más atención que Tabatha.

La niña de los unicornios (DU #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora