VII. Por ella

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T.

El dinero no era problema.

Ni su cariño.

O el amor que nos teníamos.

Pero el trabajo... Dios. No era mi rival.

∞∞∞

El corazón cambia, pero no siempre se transforma en algo mejor. Se torna gris, se marchita, se vuelve frágil y se fragmenta. Cae y se destroza. Se lo lleva el viento. Lo olvidan. Víctima no es el usuario, el pobre desgraciado que ha perdido su corazón, cómplice de su destrucción sí. Rey de nada porque ya no tiene a qué servir, a qué sostenerse, ya no tiene un motivo para seguir. ¿De qué te sirve la vida si en tu interior ya no habita esa flama que mantenía latiendo a tu corazón? ¿Es acaso vida? Sin un poco de corazón, de emociones, lo racional también sucumbe y cual mecanismo te mueves por el mundo, un robot. Un ser sin corazón, frío y mecánico.

¿Entonces? ¿Vale la pena ignorar lo que grita, lo que suplica tu corazón? ¿Le quitarías su voz?

«Autodestrucción.»

¿Quién?

«Yo.»

Fue involuntario.

«Reversible.»

∞∞∞

Cinco escalones permitían el acceso a la terraza delantera de la casa, Sabina estaba parada en el de arriba. Esa mañana llevaba un vestido blanco de flores, su cabello rubio lo tenía recogido en trencitas francesas y, como ya era bastante común, iba descalza. Observaba en silencio a su padre, quien acomodaba —lo poco que poseía— en la camioneta. Sabina pasaba la mirada a su madre cuando ésta hablaba.

Tabatha estaba apoyada en el barandal de las escaleras, no podría mantenerse en pie por mucho tiempo y debía guardar sus energías para cuando estuviese sola con Sabina, la balita de la familia. ¿Podría seguirle el paso? Rogaba poder imponerse sobre los mareos y los escalofríos. Había tomado unas pastillas, se dijo que no tardarían en hacer efecto. Mientras tanto, puso su mejor cara —pálida— y se esforzó por hacer una plática trivial con Luciano.

La miró detenidamente y estrechó los ojos.

Tabatha conocía esa mirada desnudante.

—¿Estás bien?

—No, pero no he estado bien desde hace meses —soltó, de inmediato se mordió la lengua. Luciano alzó las cejas, sorprendido. Tabatha negó con la cabeza—. Cansancio.

—¿Segura?

—Sí...

«¿De cuándo a la fecha te preocupas?»

—Adiós. —Dijo sin más con ese tono seguro y cortante que cimbró a Luciano.

Algo golpeó su corazón con intensidad, una advertencia. Detente. Pero no escuchó, hizo caso omiso a la señal. Le dio un beso en la frente a su hija y respetó la distancia psicológica que Tabatha mantenía entre ellos, sin saber que con un beso de despedida pudo cambiar la historia.

Tabatha hervía y nadie lo sabía.

∞∞∞

Ese día Luciano no hizo todo el recorrido en carretera, a media hora de la Perla del Sur había una pequeña ciudad con un aeropuerto modesto. Allí intercambió la camioneta por un asiento de avión y en menos de dos horas llegó a su destino, directo a la sala de juntas del estudio en el que trabajaba. Leerían el guion y se vería el avance en el diseño de personajes.

La niña de los unicornios (DU #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora