No me dejes cerrar los ojos

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Hacía tiempo que no salía de mi cuarto en el cuartel. Ya habrían debido pensar que la muchacha había escapado. Si supieran el por qué no salía de su cuarto, lo más probable es que la encerrasen de nuevo en una jaula o que le quitasen la puerta del cuarto y... adiós privacidad.

Últimamente lo único de lo que tenía ganas era de ahogarse en un pozo. Había cosas que olvidaba, cosas que había recordado a lo largo de su vida se esfumaban, hasta de qué color tenía en sus orígenes su pelo. Aunque no era lo peor de todo. El otro día, cuando fue a agarrar el picaporte, lo traspasó. No era capaz de abrir la puerta. Intentó hasta abrirla con unos guantes, pero no era capaz ni de colocarse los guantes.

Los primeros días le dejaban la comida tras la puerta. Respondía como podía, pero la dejaban sola tan rápido que no le daba tiempo a pedir ayuda. Hablar nunca fue su fuerte, y menos con algunos miembros a los que todavía no tenía confianza. No sentía la necesidad de comer, pero sí de tener a alguien con quien pasar el rato.

En esos instantes, una imagen se le pasó por la cabeza. Por un momento dudó de su nombre. Las lágrimas le brotaban de los ojos. ¿Cómo podía haberle olvidado? Era la persona a quien más confianza había cogido en su estancia allí. Sus incesantes bromas y chistes le habían logrado sacar una sonrisa en los peores momentos, y... sí, también estaba su olor. Era agridulce. Como si le advirtiera del peligro al mismo tiempo que le daba seguridad. -Nevu...- Susurró. Sabía perfectamente que ese no era su nombre, pero tampoco le salía pronunciarlo. Extendió su mano casi transparente y seguida la cerró. -Ayúdame...

Sabía que las horas pasarían y seguiría sin ser encontrada. Cada vez sentía más frío, aún cuando se encontraban en plena primavera. Quiso cerrar sus ojos, pero por miedo a no despertar jamás, siguió luchando hasta el último segundo. Notaba cómo con cada exhalar, su vida abandonaba su cuerpo. ¿Iba a acabar así?

Recordó entonces la historia de una muchacha que fue arrebatada a sus padres y fue condenada a vivir eternamente en una torre. ¿No había un príncipe en ella? Cierto. Un príncipe que llegó a ella y que, tras salvarla, perdió su vista, y luego ella volvió a su cautiverio.

¿Ella sería como esa joven? ¿Acabaría muriendo así como si nada tras ser apartada de su mundo? En esos momentos, musitó unas palabras que pensaba. "Príncipe, estoy aquí. Sálvame, por favor."Su débil respirar cedió ante el sueño.

Mientras, por la ciudad de Eel, un apuesto moreno corría sin cesar. No esperaba darse por vencido. Sentía que algo no iba bien. Nada más regresar de su última misión, le comunicaron que uno de los miembros de su Guardia había desaparecido. -Maldición.- Dijo mientras se echaba la culpa una y otra vez.

Hacía meses que había llegado a Eel una joven humana tras cruzar un círculo de setas mágico. Su timidez acabó haciéndose un hueco en su corazón. Al comienzo le trataba de "Jefe", todo porque no era capaz de decir su nombre bien. Hacía poco, le había confesado que estaba bien si sólo le llamaba Nevu. Se sentía raro porque a todos les llamaba por su nombre menos a él, pero ya había cogido cariño a ese mote. No quería que algo malo le ocurriera, y si se había escapado, ¿por qué no se llevó a su familiar?

El familiar de la joven era un pequeño spadel llamado Aracnos. Recordaba cómo se lo presentó. -¡Mira Nevu! Se llama Aracnos. ¿Qué opinas de él?- Le preguntaba alegre la jovencita.

-¿No se supone que las muchachas lindas tenéis miedo a los insectos? Debería protegerte de él, ¿no?- No olvidaría los pucheros de la pequeña.

-¡Es mi familiar! No hay razón por la que tenerle miedo. Después de todo, es un amigo importante.- La sonrisa que le dedicó a la criatura era la misma que la de un niño al recibir un regalo. Quería proteger esa sonrisa.

No me dejes cerrar los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora