EL FINAL (¿seguro?)

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  —Pues yo quiero conocer a Einstein —comentó Luis.

  —¿Os imagináis dónde podríamos llegar con una supernave espacial? A lo mejor nos encontramos con los de la Star Wars —añadió emocionado Julián.

  —Podríamos trasladarnos a algún bosque misterioso. Bueno, no, que eso puede dar miedo —dije pensativa—, pero un castillo encantando estaría bien. 

  —Pues yo lo que quiero es volver a casa —dijo Carmen, que viendo cómo la mirábamos se apresuró a añadir muy bajito—: tengo que hacer pis.

  —Carmen tiene razón —quien habló ahora fue Natalia—. Todo ha sido muy emocionante y a ratos divertido, pero creo que necesitamos descansar. Hasta Nikon debe estar hecho polvo a pesar de que se ha pasado casi todo el rato durmiendo. Por cierto, ¿dónde está?

  —Bueno, pues él hace bastante rato que ha tomado su decisión —contestó la voz.

  Fue escuchar esas palabras y las paredes redondas de la habitación comenzaron a desdibujarse. Los libros fueron cayendo de las estanterías y la fruta rodó silenciosamente por el suelo. Hasta los pájaros escaparon de su jaula y volaban por encima de nuestras cabezas. Quedamos en medio de todo ese desastre con la sensación de estar en una gigantesca campana de cristal entre nuestra casa y un muro de piedras. Podíamos ver nuestra sala de estar donde Nikon, cómo no, dormía sobre un cojín. Intentamos pasar. Bueno, para ser más exactos, José corrió hacia el comedor y se pegó un trompazo digno del Libro Guinness de los récords.

  —¿Alguien sabe cómo se sale de aquí? —nos interrogó mientras se frotaba la frente.

  —Carmen, tú que eres la de la memoria fantástica: ¿dijo algo sobre la salida? —pregunté nerviosa.

  — No que yo recuerde. Habló de cómo volver a entrar, pero de salir… —contestó Carmen mientras daba saltitos por su necesidad imperante— sólo dijo que volveríamos a esta habitación cuando todos los cuentos hubieran sido contados o, mejor dicho, vividos.

  —¿Y por qué Nikon sí ha podido salir? —comentó Julián.

  —A lo mejor también se estaba haciendo pis como Carmen y la voz le ha concedido salir para no ensuciar dentro —propuso José divertido.

  —¿Y que todavía te queden ganas de decir tonterías? ¿No te acuerdas de que él entraba y salía por el agujero? Seguro que lo ha vuelto a utilizar —le aclaró Luis.

  —Espera, espera —dijo Julián—. Para entrar tuvimos que suplicar; a lo mejor para salir hay que hacer lo mismo.

  —No lo creo —comentó Natalia—. Antes de entrar no sabíamos ni lo que había aquí ni lo que nos esperaba. Pensemos: ¿tenéis la misma sensación ahora que cuando estábais al otro lado de la pared intentando atravesarla?

  —Yo no. Antes tenía curiosidad, estaba nerviosa, acelerada, como inquieta por averiguarlo todo; no se me hizo nada difícil cerrar los ojos y suplicar con todas mis fuerzas. Ahora no me siento así, estoy más tranquila, como esperando. No, mejor dicho, deseando que algo suceda.

  —¡Eso es! —dijo Luis casi gritando—. Es una sutil diferencia; a lo mejor hay que desearlo en lugar de suplicarlo.

  —¿Podemos desear lo que queramos? —preguntó inocente Carmen.

  —Se supone que tenemos que desear salir de aquí —contestó impaciente Julián.

  —Vale, pero yo pienso desear otra cosa por si acaso —refunfuñó Carmen mientras, ahora sí, nos cogíamos de las manos.

  No hizo falta ni que cerráramos los ojos; justo cuando juntamos nuestras manos aparecimos en medio del comedor. Carmen salió disparada al baño mientras los demás inspeccionábamos la pared que tanto había dado de sí; no tenía ni un rasguño. Miramos el reloj y apenas habían pasado cinco minutos del incidente libro-pared. Nikon se despertó cuando Carmen salía del baño y pareció alegrarse muchísimo de volver a la normalidad.

  —¡Un momento! —exclamó José—. Lamento deciros que lo de los deseos no ha funcionado. Yo deseé que le saliera un cuerno de unicornio a Julián y está como siempre.

  —¡Estaba convencido! —contestó el aludido—, por eso yo deseé que tu deseo no se cumpliera.

  —Pues yo he deseado que volvamos a empezar de nuevo —dijo ahora Luis—, así que vamos a por los platos.

  —Imposible —hizo oír su voz Natalia—. Yo he deseado que papá cambie de opinión y me deje ir al cine, así que voy a sentarme y a esperar la llamada.

  —Pero no puedes irte —sollozó Carmen—, yo he deseado que sigas contándonos cosas de los abuelos y que nos enseñes las fotos que tienes guardadas. Además, lo de los deseos fue idea mía y al parecer todos os habeis copiado.

  —Bueno, pero no tiene por qué ser ahora, podemos hacerlo otro día —dijo Natalia a la defensiva.

  —Pues eso digo yo, vamos a por los platos, ya te irás otro día al cine —seguía diciendo Luis.

   En esas estábamos cuando escuchamos el motor del coche de papá.

  —¿Cómo puede ser? —acertó a preguntar Julián.

  Sonreí y dije triunfante:

  —Es mi deseo, he pedido que el señor Gómez cambie de opinión y acepte la campaña tal y como está diseñada.

  En ese momento mamá abrió la puerta mientras le decía a papá:

  —Ya te lo decía yo, es más majo el señor Gómez. En cuanto ha vuelto a mirar el logotipo le ha encantado. Menos mal que estábamos aquí al lado cuando ha llamado.

   Los seis fuimos corriendo a abrazarla. Se quedó muy sorprendida por tanta efusividad y, claro está, como haría cualquier madre, empezó a sospechar y a preguntar qué habíamos roto. Tardamos un rato en medio convencerla de que no pasaba nada, y ya más tranquila se metió en la cocina. Papá se acercó a Natalia y le dijo:

  —Siento mucho lo de antes. Venga, llama a ese chico y dile que sí que puedes ir al cine, pero sólo si me prometes que no me mentirás más. ¡Ah! y tienes que llevarte a alguna amiga con vosotros.

  —¡Sí, sí, sí y mil veces sí! —chilló Natalia mientras daba saltos de alegría y marcaba un número en su móvil. 

  Mientras veía cómo papá se marchaba también a la cocina, me di cuenta de que Carmen se había enfurruñado. Me acerqué a ella y le dije:

  —No te preocupes, seguramente otro día…

Pero no tuve tiempo de acabar la frase. Natalia se volvió hacia nosotras con el mechón de pelo temblando peligrosamente frente a sus ojos mientras gritaba a alguien por teléfono:

  —¡¿Serás cretino?! No has tardado ni diez minutos en sustituirme. Pues ¿sabes una cosa? No eres tan guay como te imaginas, hay vida fuera de ti y es muy interesante —colgó el teléfono y añadió mientras nos miraba—. Voy a por las fotos y, por favor, recordadme que la próxima vez sea más específica con lo que deseo. 

  —Ja, ja, ja —se rió divertido José—. Claro, tú has deseado que papá te dejara ir, y eso sí se ha cumplido.

  —Por cierto —comenté de pronto—, ¿creéis que Nikon ha deseado algo?

  Justo acababa de decir eso cuando mamá salió de la cocina algo enfadada y nos dijo:

  —A ver si lo entiendo: sois seis y a ninguno se le ha ocurrido ponerle agua al pobre perro; tiene el bebedero completamente vacío. Desde luego si pudiera hablar os diría cuatro verdades.

  Y diciendo esto, llamó a Nikon y le ofreció agua fresca y unas palmadas cariñosas.

Siete historias (o excavando en el pozo de la fantasía)Where stories live. Discover now