HISTORIA 2 (o cómo perderse en la lógica)

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   No sé muy bien cómo ocurrió, pero de repente perdimos de vista a Shi Zí, la princesa Xiào Ròng y a todas las personas que la acompañaban. De hecho, ni siquiera estábamos en la habitación de la niña. Bueno, no estábamos ni en el país del cuento de Carmen.

   Delante de nosotros había ahora unas puertas enormes, pero a la vez muy curiosas. No parecían ser de ningún edificio o estancia, más bien aparentaban tener dentro una especie de jardín. Si mirabas a la derecha la puerta se extendía hasta el infinito, y hacia la izquierda pasaba exactamente lo mismo. Sabíamos que eran puertas porque tenían una cerradura, un pomo y una de esas cosas pesadas que sirven para llamar. Era una situación muy extraña y todos preguntamos a la vez:

  —¿A quién le tocaba imaginar?

   Bueno, todos menos Luis, que era al que le tocaba. Al ver que le mirábamos con insistencia preguntó:

  —Vale, ¿qué hacemos ahora?

  —¿Cómo que qué hacemos? —le gritó Natalia— Es tu historia, tú sabrás.

  —A ver, calma —dije al ver que Carmen estaba a punto de llorar—. ¿En qué estabas pensando?

  —No sé —contestó Luis algo nervioso—. No sabía que el cambio de historia sería tan brusco, y como el final del cuento de Carmen se estaba poniendo un poco ñoño, empecé a pensar en el acertijo de la tercera luna y lo divertido que había sido resolverlo.

  —¡Ehh! —protestó Carmen— Mi historia no es ñoña, es muy bonita.

  —Vale, vale, es muy bonita —respondió Julián para calmarla, y dirigiéndose a Luis le dijo—: Venga, esta es tu historia, así que empieza a imaginar, pero ya.

  —Estooo, imagino que tendríamos que llamar a esta puerta —dijo duditativo—. Al fin y al cabo, no podemos volver hacia atrás.

   José no se lo pensó ni un momento y llamó con fuerza.

  —¿Estás loco? —le gritó Natalia— Primero deberíamos hablarlo. ¿Por qué eres siempre tan impulsivo?

  —Venga, no te metas con él ¿o es que tienes miedo? —le dijo Julián— Eso lo entendería de Carmen.

  —¿Y quién ha dicho que yo tengo miedo? —gritó con fuerza Carmen.

   Luis y José se metieron en la discusión, Natalia estaba histérica y yo intentaba calmar a Carmen. Ninguno nos dimos cuenta de que aquella llamada había dado resultado hasta que escuchamos una voz.

  —Ejem, ejem, ejem, va a ser muy divertido — dijo la voz, en este caso masculina—. No sois capaces de poneros de acuerdo ni siquiera para llamar a una puerta. Esto promete.

   Nos giramos lentamente en dirección a los enormes portones esperando encontrarlos abiertos, pero no, estaban tan cerrados como antes.

  —No me lo puedo creer, otra voz misteriosa. Francamente esperaba algo más de ti —dijo Julián mirando a Luis.

  —Me puedes dejar un poquito en paz. Contigo no hay manera de ordenar las ideas —comentó Luis, y dirigiéndose a la voz preguntó—: ¿Quién eres?

  —¿Qué más da? —contestó— ¿O es que sois de los que sólo creen en lo que ven? Porque de ser así no pasaréis esta prueba.

  —¿Qué prueba? —gritó José como si hablara con alguien a una gran distancia.

  —Te agradecería que no gritaras de esa manera, el hecho de que no me veas no significa que esté muy lejos —contestó—. A ver, por dónde íbamos... ¡ah, sí! Esta es la situación, atendedme, por favor, porque no me gusta repetir las cosas. Estáis ante un laberinto pero no uno normal y corriente; este está lleno de intersecciones donde sólo habrá dos opciones: derecha o izquierda.

Siete historias (o excavando en el pozo de la fantasía)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora