HISTORIA 5 (o cómo ven los perros)

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  —¿Crees que también hablará? —preguntó Carmen mirando a nuestro perro.

  —Vete tú a saber —contestó Julián.

  —¡Nikon! —le gritó José—, ¿puedes hablar?

   Nos miró desde arriba y dijo:

  —¡Sit!

   Y nosotros, sin poder remediarlo, nos sentamos apoyando el culo en el suelo.

  —Y ahora, ¿qué? —pregunté.

   Nikon dio media vuelta y salió del comedor hacia la cocina. Lo seguimos, intentando coordinar eso de andar a cuatro patas, que a decir verdad no es nada fácil. Cuando llegamos estaba delante de la nevera abierta cogiendo lo que más parecía apetecerle. No sé por qué extraña razón nos pusimos muy nerviosos al ver la comida y empezó a antojársenos muchísimo comer algo, así que nos pusimos a su alrededor, llamándolo.

  —¡Ey, Nikon! —le dijo Julián—. Comparte un poco, anda. 

   Él se dio media vuelta con un trozo de queso en la mano y volvió a decir:

  —¡Sit!

   De nuevo, sin poder remediarlo, al escuchar esa palabreja nos sentamos de inmediato. Nos miró y nos tiró el trozo de queso. José dio un salto que ya quisieran muchos atletas olímpicos y se zampó él solito aquel suculento manjar.

   —José, me parece impresionante —dije sorprendida.

  —Bueno, no ha sido tan difícil  —dijo orgulloso.

  —No es eso —contesté—. Lo que me parece increíble es que hayas comido queso; te recuerdo que no te gusta nada.

  —¡Aj! —exclamó con asco—. Es verdad, yo odio el queso.

  —Analicemos con calma la situación —sugirió Luis—. Yo diría que hemos invertido los papeles. Nikon se comporta como nosotros y nosotros como un perro.

  —Pues al primero que se le ocurra olerme el trasero me lo cargo —sentenció José.

   Tan distraídos estábamos intentando encontrar un razonamiento medianamente lógico, que no vimos cómo Nikon se acercaba a nosotros, y con un movimiento rápido cogió a Carmen llevándosela en brazos. No sabíamos qué pensar. Por un lado nos daba miedo ver esa escena, aunque por otro pensamos que era imposible que nuestra mascota le hiciera nada malo. Julián fue el primero en reaccionar. Salió detrás de él llamándolo por su nombre; los demás le imitamos.

  Los encontramos a los dos en el comedor. Nikon tenía a Carmen encima de la mesa. Cuando nos acercamos a ellos vimos cómo con mucho cuidado la estaba peinando y poniéndole lazos y más lazos en el pelo. También le colocaba suavemente alrededor del cuello pañuelos de distintos colores: rojo, azul, amarillo. A Carmen no parecía importarle; más bien, diría yo, estaba encantada.

  —¡Mirad! —dijo al vernos—. ¡Hace lo mismo que yo le hago; qué divertido!

  —¡Uf! —suspiró aliviada Natalia—. Si sólo es eso, no será tan terrible.

   Nikon al escucharla se giró hacia ella y le gritó:

  —¡NO!

  —¿A qué se supone que dices que no? —le preguntó.

   La miró, y apartándola con su pata-pie le volvió a decir:

  —¡NO!

  —Pero bueno, ¿qué te has creído? —protestó Natalia muy enfadada.

Siete historias (o excavando en el pozo de la fantasía)Where stories live. Discover now