13. El león que asusta a las ratas

En başından başla
                                    

—¡QUÉ EN EL INFIERNO ESTÁN HACIENDO AQUÍ! —su voz es un rugido.

—Alteza, disculpe la intromisión. El rey nos ordenó…

Esa voz. ¡Esa voz! Es la rata, pero suena acobardada. Una rata no es adversario para un león.

—¡PUES YO LES ORDENO VOLVER POR DONDE VINIERON! —ruge otra vez Gavrel.

Pero, Alteza…

—Escoge sabiamente a quién de los dos vas a obedecer, Zandro —lo amenaza el otro.

Zandro. El primero en mi lista de los culos que debo patear.

—Perdone usted la intromisión, Alteza —chilla amedrentada la rata.

Pasos, aunque esta vez sigilosos, se alejan. Los soldados se están yendo. Me atrevo a sentir un poco de alivio.

—Ya estás a salvo —me dice con ternura Isobel—. Ahora ven, ¿o es que quieres enojar más a Gavrel?

¡No! Me coloco a gatas y salgo de mi escondrijo.

Antes de ponerme de pie limpio mis mejillas. ¿También debo confiar en el príncipe Gavrel? ¿Qué otra opción tengo de cualquier manera? Si quiero salir de aquí tengo que confiar en alguien y Gio confía en Isobel y ella respeta a Gavrel.

Cuando me incorporo no es a Isobel a quien tengo frente a mí, es a Gavrel, que tiene la mirada fija en mi cuerpo y está boquiabierto. De repente soy consciente de lo que sucede. El harapo que me puso Mah era casi transparente entonces, por lo que ahora estoy empapada por el agua de la bañera... Maldita sea, prácticamente estoy desnuda. Mi cuerpo se tensa. Gavrel parece reaccionar y se apresura a darme la espalda.
Ay no, ay no, ay no… me echo a llorar otra vez.

Hace dos segundos sentía frío, mucho frío y ahora parezco estar echa de fuego. Qué vergüenza.

—Venga ya, te voy a cubrir con esto —me dice Isobel, envolviéndome en una manta—. No llores.

¿Qué no llore? Lo único que tengo claro es la sensación de nunca haberme sentido tan vulnerable y avergonzada antes.

—¿Está bien? —pregunta Gavrel, dirigiéndose a Isobel y sin mirar hacia donde estoy yo.

—Físicamente creo que sí —responde ella, dudosa, compasiva, haciéndome la pregunta con la mirada. Yo asiento. Sí, físicamente creo que si estoy bien—. Sí, ella dice que sí lo está. Le voy a dar un poco de agua.

Por favor.

Isobel me sirve agua de una jarra instalada junto a la cama del príncipe. Me entrega el vaso y trato de beber lo más rápido que puedo. Me siento un poco más liviana. Creo que el efecto de lo que sea que me haya dado a beber Malule está pasando. Cada vez soy más consciente de cuánto dolor siento.
Cuando le entrego el vaso de vuelta a Isobel, me atrevo a mirar de reojo hacia el lugar en el que sé que está Gavrel. Él también está mirándome. Bajo la mirada de inmediato.

—La estás asustando, Gavrel —le reprocha Isobel.

—Imagínate cómo sería si estuviera frente a mi madre —dice él. Un escalofrío recorre mi espalda. La reina. Gavrel hace su camino de vuelta a la puerta y la abre para nosotras—. No las estoy echando pero necesito un poco de privacidad. Tengo que… pensar —dice, evitando mirarme.

La princesa asiente y, sin reprochar más, camina hacia él para despedirse... arrastrándome con ella. No, no, no. Es un león. Ella le da un beso en la mejilla.

—Buenas noches —se despide.

—Buenas noches.

Silencio. Siento sus miradas sobre mí.

—Cielo santo. Mírala, pobrecilla, empezó a temblar cuando nos acercamos a ti. Te tiene miedo.

Sí.

Gavrel suspira. —Hace bien. Sólo tú no me tienes miedo, Isobel —ríe, sin ánimo. Se escucha cansado.

—Y Sasha —le corrige ella.

—Y Sasha —está de acuerdo él.

¡Busquen en todas las habitaciones! ¡Es una orden! —escucho gritar a lo lejos al rey Jorge.

Instintivamente intento huir, pero Isobel me sostiene fuerte.

—Tranquila, estás a salvo con nosotros —asegura.

—No puedo creerlo —gruñe Gavrel, notablemente molesto, y sale otra vez al corredor.

Isobel y yo lo seguimos.

Sasha, el rey Jorge, Malule y los soldados se sorprenden al verme acompañada.

—Fui claro al pedirles que se largaran —les amonesta Gavrel. La actitud de los soldados es de total sumisión cuando están frente a él. No son las mismas bestias que me apresaron camino al Callado. Ni Malule, ni algún otro, dice algo.

El rey Jorge frunce el entrecejo, se ve enfadado. No obstante, a Sasha parece divertirle ver esto.

—Buenas noches, Gavrel —saluda a su hermano.

—¡Largo de aquí, dije! —ruge el otro.

Crónicas del circo de la muerte: Reginam ©Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin