—Sí, sería dramático. —Lauren abrió la puerta de su habitación, donde tenía una estantería llena de cómics, libros, un portátil y una taza.

—Ve a ducharte, yo mientras te busco algo de ropa, ¿vale? —Asentí rápidamente y entré en el baño.

No tardé más de cinco minutos en ducharme, y cuando salí, Lauren me tenía preparada una camisa de cuadros blanca y rosa, y unos shorts de tela vaquera en color blanco, a los que les añadí mis vans del mismo color. Me recogí el pelo al estar algo mojado, y me quedé en su habitación. La cama tenía sábanas grises, estaba todo estrictamente ordenado, y denoté que había algunos libros de derecho en la estantería. Además, tenía enrollado lo que creí que era un póster de los Sharks, el club de natación al que ella pertenecía. Lauren era así en realidad, esa era la faceta que yo desconocía y que me encantaría conocer; la Lauren abogada, Lauren correcta y metódica, Lauren estricta.

Cuando volvió, yo estaba sentada en la cama, viéndola cambiarse delante de mí. Se puso una camisa azul remangada hasta los codos, igual que yo, y unos jeans largos negros.

—Me gusta tu habitación. —Dije mientras se abrochaba el pantalón.

—¿Por qué?

—Porque es tuya. —Salté de la cama y salí con ella de la habitación,  bajando a su lado. Denoté el olor a su desodorante, no había cambiado aunque ahora viviese con sus padres.

—Madre mía, Lauren, ¿esta es tu novia? —En cuanto dijo eso, las dos nos echamos a reír.

—No. —Dijimos a la vez. Nos miramos con el ceño fruncido. —No, no. —Repitió ella, sacudiendo la cabeza.

Nos sentamos a cenar, y habían preparado cerdo asado con patatas asadas. Yo comía con timidez al lado de Lauren, que engullía como si no fuese mañana.

—¿Cuánto tiempo vas a quedarte en el pueblo, Camila? —Preguntó su padre, llevándose el tenedor a la boca. —A Lauren ya le hacía falta alguien como tú aquí.

—Mmh... Me voy en dos semanas. —Dije en un tono algo más bajo, viendo a Lauren beber de su vaso para tragar. —Empiezo a trabajar en Vancouver, así que...

—Oh... Eso es...

—¡Maravilloso! —Cortó su madre, echándole una mirada asesina al padre de Lauren. —Madre mía, en estos tiempos tener trabajo es algo muy complicado. ¿Y en qué exactamente?

—Museo de Arte Nacional de Vancouver. —Respondí algo orgullosa, pero aún con el resquemor de que me iba, y no podía impedirlo.

—Madre mía, a nosotros nos encanta el arte. ¿Verdad, Lauren? —Lauren asintió con un trozo de cerdo en la boca, mirándome con una débil sonrisa. —Fuimos al Louvre cuando tenía cuatro años, creo que te gustó.

—Papá, tenía cuatro años. —Respondió riéndose.

La cena se hizo menos pesada cuando comenzamos a hablar de arte, pero Lauren simplemente me miraba con una sonrisa y la cabeza apoyada en su mano, mientras por debajo de la mesa me acariciaba la rodilla.

Nos despedimos, creo que le di buena impresión a sus padres, y me gustaron; nos pasamos toda la noche hablando de arte. Eso fue algo que Lauren jamás me contó, y es que yo no sabía muchas cosas de ella. Pero, ¿por qué me preguntaba esto? Sólo nos acostábamos y ya está, ¿no? No podía... No podía pillarme por ella ahora, no. Eso eran chiquilladas de niñas de quince años y yo sólo quería pasar un buen rato con ella.

—Bueno, ¿dónde vamos a ir? —Pregunté mientras caminábamos hasta su coche.

—Eso me pregunto yo. Porque en tu casa están tus abuelos, ¿no? —Asentí alzando una ceja, y me crucé de brazos. —Espera, espera, espera... Tengo una idea.

la chica del maíz; camrenHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin