Capítulo 4: Feliz Vanidad

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En pleno diciembre no se hace raro ver a la gente golpearse las rodillas con montones de bolsas sacadas de las grandes tiendas. Era veinticuatro y los almacenes remataban su última mercancía antes de que dieran las siete de la tarde. Luca, a la siga de su madre, entraba y salía de un sinfín de tiendas decoradas de rojo y verde.

-¿Puedes acercarte? –le rogaba Colette a su hijo que, con las manos dentro de los bolsillos, la esperaba en el rincón de las ofertas. -¿Crees que a tu hermano le guste ésta? –le preguntó alzando en el aire una camisa a cuadros estilo grunge.

-No sé. Supongo.

-Hijo, tú conoces mejor los gustos de Fred.

-Hace tiempo ya no es así –dijo despacio, sin que su madre lo pudiese escuchar.

-¿O mejor ésta? –volvió a preguntarle, enseñando una polera con el logo de Megadeth.

-No, esa si que no.

-¿Por qué? Si a ustedes les gustan este tipo de grupos.

-Ya no es así, mamá. Llévale la camisa.

-¿Tú crees? –preguntó, pero el ruido del ajetreo humano era ensordecedor.

-¿Qué dijiste?

-¡Que si te gustó la camisa para tu hermano!

-Ah, sí, yo creo que le gustará.

La mujer, entonces, buscó en el perchero dos de las mismas camisas de cuadros. El mismo color, el mismo diseño, el mismo tamaño.

-¿Qué haces? –preguntó el joven tratando de apaciguar el presentimiento que lo llevaba a odiarla.

-Llevo dos camisas –respondió sin detener su recorrido directo a la caja de pagos.

-Sí sé, pero ¿por qué llevas dos? –volvió a preguntar, con el corazón a punto de incendiársele.

-Ay, Luca. Una es para tu hermano y la otra para ti.

La voz de la mujer sonó odiosamente confiada. Como si no le cupiera ninguna miserable duda de que lo pensado para Fred sería, automáticamente, pensado para él también. Resultaba tan obvio para la madre de ambos que Luca era la sombra de su hermano mayor, que ni siquiera se dignaba a preguntarle si la camisa había sido de su gusto, o si prefería al menos cambiar el color. Nada de eso. Desde siempre Colette y Facundo habían asumido que Luca debía transformarse a la fuerza en una copia barata de su hermano. Por eso sus propios intereses no eran motivo de discusión. Con que a Fred le gustara era suficiente.

-¡Oye, para! –le gritó a su madre, que ya lo había adelantado varios pasos. La mujer al sentir el grito se dio vuelta y lo miró desanimada.

-¿Y a ti qué te pasa ahora? –fue lo que preguntó, con absoluta certeza de que otra queja inservible saldría de él.

-Nada –respondió enfurecido y echó la cabeza abajo.

-Deja de actuar como niño chico, ¿quieres?

El joven, sin pensarlo demasiado, le quitó una de las camisas a su madre y la lanzó sobre una pila de ropa desordenada. Salió de prisa de la tienda y caminó hacia el estacionamiento, donde se sentó en el suelo a escuchar Symphony Of Destruction. Con el tarreo de fondo, se permitió experimentar el más profundo asco por aquellas vidas consumidas por la codicia. Navidad no se trataba de otra cosa más que de un circo venenoso en el que los comerciantes ganaban y los idiotas gastaban. ¿Y el amor por la familia? ¿Y el respeto entre individuos? ¿Dónde quedaba ahora el calor de hogar? Era veinticuatro de diciembre, fecha en la que se suponía debían estar los cuatro más unidos que nunca. Pero lo cierto era que Colette se preocupaba más por comprar una maldita camisa que por comprenderlo, el padre disfrutaba humillarlo cada vez que podía, y Fred se había alejado kilómetros de distancia, a pesar de vivir en la pieza del lado.

KANCER [Novela Gráfica] GANADORA WATTYS 2017Where stories live. Discover now