Capítulo 5: Mancha gris

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Sin decir una palabra, el hombre del auto se acercó a más o menos un metro de distancia, lo miró a los ojos y volteó de vuelta al vehículo. Luca, atónito, buscó en medio de la oscuridad una explicación. ¿De verdad podía ser que ese hombre de apariencia tan vulgar formara parte de Kancer? Pero al avanzar y darse cuenta de la chatarra en la que viajaba, su desconfianza creció el doble, y no supo si continuar su marcha.

-Pásame la mochila y súbete –ordenó el hombre, luego de que Luca se estancara frente a la puerta.

¿Estaría dispuesto a confiarle su vida a un tipo tan raro? ¿Sería que Kancer realmente existía? ¿Y si sólo era un invento de los medios, con toda esa parafernalia de las claves secretas, para aprovecharse de jóvenes ilusos como él? ¿Y si lo querían para experimentar algún nuevo medicamento? ¿O para asesinarlo? Y justo el día de su cumpleaños...

-Hijo, ¿vamos o no?

Hubo dos palabras en la pregunta que le resultaron confiables: primero, el haberlo llamado hijo. Era probable que, debido a su edad, el hombre tuviera familia. Eso demostraba esa barriga sobresaliente que no podía haberse formado de otra manera más que con comida casera. Y es sabido que un padre tiende a proyectar a sus hijos en, prácticamente, cualquier persona menor de treinta años. Así que por ese lado, estaba seguro. Asimismo, el "vamos" que decidió incluir en su discurso, sonaba a Kancer. A un lugar del cual no quería desprenderse. Porque bien podía haber dicho "vas", pero en cambio prefirió decir "vamos", e incluirse en el panorama. Kancer era un lugar para no querer despegarse ni siquiera en las palabras.

-Vamos –replicó Luca y abordó el cacharro.

Primera lección: dejarse llevar por las apariencias puede alejarte del camino. Resulta que aquel auto viejo manejado por un hombre casi calvo, de barriga pronunciada y ropa destartalada, no llevaba nada ordinario en su interior. El asiento de cuero grueso, era más cómodo que su propia cama. Los cojines hechos de espuma invitaban a dejarse caer en ellos, confiándoles la vida en los sueños. Luca los aplastó tres veces con las manos y sonrió. Tamaño lujo no podía venir de otro lado.

Dentro del auto todo estaba muy oscuro. Los vidrios polarizados no dejaban que ni una gota de luz entrara en el espacio. Una mampara negra se elevaba del piso hasta el techo, separando al chofer del asiento trasero, por lo que era imposible matar cualquier duda que surgiera durante el camino. Era definitivo: estaba completamente solo. Pegada en la mampara con que se topaba cuando miraba hacia adelante, había una pantalla que, pasados unos segundos desde su ingreso, se encendió automáticamente, encandilándole los ojos.

 Pegada en la mampara con que se topaba cuando miraba hacia adelante, había una pantalla que, pasados unos segundos desde su ingreso, se encendió automáticamente, encandilándole los ojos

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-¡Tanto! –exclamó preocupado.

¿Y si quería ir al baño? ¿Y si vomitaba? ¿Y si, simplemente, se arrepentía? Al parecer, la gente de Kancer no estaba interesada en trivialidades. Una vez arriba, no había espacio para arrepentirse.

Sin más que hacer, se dispuso a cerrar los ojos para perderse en un sueño que no duró más de dos horas. Tres horas despierto, escuchando música en su celular con la batería en 62%. Una hora de sueño, cinco de escuchar música en su celular. Batería en 14%. Así pasaron las horas, con Slayer de fondo y la batería finalmente en 0%. Durmiendo, aguantándose las ganas de ir al baño, y mirando cómo el paisaje se transformaba de ciudad a costa.

En uno de sus tantos ratos dormido, ocurrió el milagro: el auto se detuvo. La pantalla se apagó y se escuchó el sonido de la puerta delantera cerrándose de golpe. El hombre había descendido y venía a abrirle la puerta. Apenas descendió, los ojos se le abrieron más de la cuenta: ¡ESTABA EN MEDIO DEL OCÉANO!

Kancer era un país artificialmente creado sobre el Pacífico. Una especie de isla gris, a la cual había que llegar cruzando un puente de cemento. El viento que corría era frío y le volaba el pelo, haciéndolo chocar violentamente contra su rostro, llegándole a pinchar. El hombre, luego de verlo descender, volvió a subirse al asiento delantero y a encender el auto. Luca, aún adormilado, se acercó a la ventana para recordarle sobre su mochila, pero el hombre, siempre guardando silencio, aceleró a toda prisa y se devolvió por el mismo lugar que venía.

-¡¡¡OYE, MIS COSAS!!! –gritó, ahora sí, completamente abandonado.

Y así fue como quedó despojado de todas sus pertenencias –excepto su teléfono sin batería-. No había más opciones, todo lo que debía hacer era seguir el camino. Ese largo y estrecho camino que se perdía en la nada.

Antes de venir, se había imaginado cientos de escenarios posibles: una limusina en la que iría conversando con personas de distintos países, luego, llegaría a una construcción de vidrio en la que una multitud estaría haciendo fila para entrar. Pero nada de eso había allí. Sólo él, el camino y el inmenso océano rodeándolo por todos lados.

Después de caminar durante media hora, decidió detenerse un minuto a contemplar el paisaje de las siete de la tarde –estimó la hora por los tonos anaranjados que cubrían el cielo-. ¿Qué habría en Kancer? ¿Estaría haciéndolo bien al llegar hasta ahí? Justo cuando una duda teñida de miedo comenzaba a florecer en su interior, echó un ojo hacia su izquierda, y lo vio. Una minúscula mancha gris se dibujaba a lo lejos. Sonrió.

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Sólo dos cosas que decirles:

1. Gracias por esperarnos taaanto tiempo.

2. Los amamos de verdad.

Cat y JotaIlustrador.

KANCER [Novela Gráfica] GANADORA WATTYS 2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora