Trece

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¡Ajjj! ¡Otra vez ese momento del año en el que toda la ciudad y los corazones se pintan de verde y rojo, y los pinos se disfrazan para una exhibición de regalos!
Creo que empecé a odiar la combinación de esos dos colores justamente por la Navidad.
Las empresas aprovechan de esta catastrófica ocasión para vender y vender gracias al gordinflón rojo, barbudo, canoso y mentiroso que supuestamente trae toda la alegría a las familias.
El espíritu navideño es de las cosas que más me asquean. En cada tienda, en cada casa, en cada rincón de la ciudad surge una maniática locura por las compras y los preparativos. Generalmente y más comúnmente sucede con las mujeres amas de casa, madres de cuatro hijos, esposas de hombres de traje que al llegar este momento del año, simplemente se tiran en el sillón con la corbata desarmada y el botón del pantalón abierto a ver la televisión, mientras su mujer se mata para tener la perfecta Navidad.
Los niños se hacen los buenos para que Santa Claus los tenga en su buena lista y todos sus deseos materiales se hagan realidad. Pobres niños, no saben lo que es soñar de verdad. Piden autos de juguete que se muevan con un controlito, la Barbie Sirenita, un saltarín, un kit de maquillaje para niñas, un Power Ranger. ¿Enserio? ¿En eso es lo que quieren que se conviertan sus hijos? ¿En criaturas esperanzadas por ser aún más capitalistas y consumistas?
Mi hija era especial, ¿saben? Ella no era materialista, ella sabía soñar de verdad. Una navidad le pidió a Santa tener éxito en su vida. Además, le hizo una larga lista de razones por las cuales se lo merecía.
Otro año pidió ser amiga de los animales e insectos así les advertía cuándo se encontraban en peligro de los humanos. En la siguiente navidad pidió el superpoder para detectar cuándo una persona se siente triste así podía consolarlos.
Y la última navidad que pasé con ella, pidió enamorarse.
¿Y saben qué? Todos esos sueños se le cumplieron, y sin ningún panzón que la ayudara, menos el último.
¿Cómo paso yo la noche de Navidad?
Sólo en mi azotea, tomando cerveza, viendo desde arriba cómo las grandes familias de a poco se van reuniendo en cada casa e hipnotizándome con las luces decorativas que tintinean sin cesar.
Una de las cosas que más odio de este momento del año son las canciones navideñas. ¡Son tan asquerosamente pegadizas! ¡Ay! ¡Qué tortura para los oídos! Están llenas de amor y sueños. Son inspiradas para alegrar a las familias, de las cuales sus miembros parecen ser pintados por la canción misma, no sólo por la alegría en sus ojos sino porque también usan todo tipo de vestuario verde y rojo, con dibujos de ciervos, gordos y regalos, y se ponen sombreros navideños.
Pareciera que todos se estén preparando para un desfile masivo de ridiculez.
Y ni me hagan hablar de la cena familiar navideña.
La frase que más, pero más me da náuseas es: "¡Jo, jo, jo, feliz Navidad!" Santa Claus me cae tan mal. Enserio, no lo soporto. ¿Cómo los niños pueden ser tan ingenuos en creer en un GORDO originario del Polo Norte que sea trasladado por un trineo volador con ciervos, y que caiga por la chimenea con regalos para luego tomar leche con galletitas? ¿Vieron que puesto en palabras suena aún más ridiculo?
Punto uno por el cual esa creencia es una ridiculez:
Ningún gordo puede pasar por una chimenea, es físicamente imposible. Se quedaría trancado en el intento, se quedaría sin oxígeno, y la próxima vez que la familia encienda el fuego de la estufa, se quemaría hasta morir y hacerse cenizas.
Punto dos: ¿cómo un trineo puede volar? Y si fuera posible, ¿cómo podría aguantar a un gordo y aún así seguir volando? Con suerte volaría, pero aguantar a un gordo ya es demasiado. Apenas se sentara en él, se partiría en dos y caería al piso, partiéndose él también.
Punto tres: ¡además, los ciervos no son tan fuertes cómo para mover, repito nuevamente, a un gordo!
Punto cuatro: Santa Claus nació de un mundo materialista, ¿por qué querría ser pagado con leche y galletas? ¡Debería querer plata! ¿Sino como conseguiría todos los regalos? No existe la magia.
Punto cinco: ¿Enserio creen que viene del Polo Norte? ¿Enserio? ¿No podía ser un mejor lugar, como Paris o Londres? ¿Por qué tiene que venir del frío?
Seguiría haciendo una larga lista de puntos por los cuales la creencia en Santa Claus me parece una ridiculez, pero llegaría siempre a la misma conclusión: son los padres los ingenuos por hacerles creer a sus niños en tal pelotudez.
Cómo desearía ir casa por casa, siendo el gordo que soy, pero en vez de un alma roja, teniendo un alma negra, y despertando a todos del estúpido sueño que viven las familias en este momento del año: el de la felicidad. Señoras y señores, lamento decirles que ese sueño es imposible, la Navidad es una farsante. De verdad que lamento decepcionarlos.

Diario de mis ojosWhere stories live. Discover now