Capítulo 3

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Al parecer me había quedado dormida en clase, pues desperté cuando alguien tocó mi hombro.
—¿Sigues viva?— dijo el chico de la mesa de enfrente mientras sonreía. No lo había visto antes, así que supuse que era el compañero nuevo, solamente asentí y volví a acomodarme para dormir, pero me detuvo—Lamento interrumpir tu siesta, pero al parecer debemos trabajar en parejas y yo no tengo una.

— Una pena, pero no soy la pareja que buscas— dije un poco recordando a Roy y otro poco saboreando la bilis.

— Una pena por qué te he elegido a ti.—  Hice un ruido de frustración.
— ¿Que hay que hacer?
— Una entrevista— señaló al pizarrón.

— Espera, eso es de ¿lengua?
— Sí.
— Pero si estábamos en química.
— Eso fue hace más de una hora, al parecer has dormido bien.

— Mierda...— susurre.

— Bien, si gustas puedes empezar.
— Si no te molesta, me gustaría responder y evitar el esfuerzo de escribir.

— Bien, ¿nombre?
— Gabriela Aranda.

— ¿Edad?

— 17.

— ¿Rubia natural?

— Sí, aunque es más castaño claro.

— Bien, dígame señorita Aranda ¿cual es el motivo de que siempre esté durmiendo en clase?
— No me gusta la escuela.

—Por supuesto que no, ¿es por eso que siempre llega tarde y no entrega tareas? 

— ¿Cómo sabes eso? 

— Estamos juntos en clase, compañera.

— Lo olvidaba—  me recargué en la mesa y cerré los ojos— Al parecer sabes mucho de mi, no creo que te cueste terminar la entrevista.

— Una pregunta más.

— Dime.
— ¿Que marca de zapatillas para ballet usas?
— ¿Cómo sabes que bailo?— levanté tan rápido la cabeza que tuve un ligero mareo y él pareció notarlo.
— ¿Estás bien?
— Sí, solo dime ¿como lo sabes?

— Te peinas como bailarina, caminas como bailarina, luces como bailarina, debías serlo o gimnasta. 

— Pues lo soy, solo que no sé como pudiste notarlo, la bola de neandertales que tenemos por compañeros no se dieron cuenta hasta hace unos meses que llegué con permisos para ir a mis presentaciones, cuando hace más de diez años que lo hago, en cambio tú pareces haberlo sabido siempre.

  — La cosa es que mamá tiene una academia, obviamente convivo con chicas así, ya sé como se mueven, como se paran, hasta que es lo que comen, soy bastante observador por si me lo preguntas. 

En ese momento mi atención se centró en el chico delante de mi, con el cabello largo, rizado y un poco rebelde, la piel apenas tocada por el sol y esa barba de unos cuantos días. Por debajo de sus suéter gris parecía que no estaba nada mal, la forma en que colocaba las manos fue lo que más llamó mi atención, además de su perfecta postura.

— ¡Vaya! No solamente tu madre tiene una academia, también bailas.—  sonrió apenas sorprendido.
— Me descubriste.

—¿Como es que no lo noté?

— Tal vez por que siempre estás dormida. 

El profesor se levanto, al parecer la clase había terminado y era hora de ir a casa. 

— Bueno, fue un placer platicar contigo...— hice una pausa para que agregara su nombre.

— Sebastián.
— Sebastián, pero debo irme.

— ¿Tienes práctica?

— No en realidad, pero me gustaría descansar un poco.

— ¿Más de lo que has descansado aquí.
— Sí, nos vemos— sonreí un poco y me fui.

Al llegar a casa, mi madre estaba en la sala, Macarena estaba con ella, su mirada era de preocupación, seguramente estaba en problemas.
— Gabriela ¿por qué no estás ensayando?

— Me suspendieron—dije sin más, para esas alturas era seguro que ya lo sabía.
— La señorita Roselló llamó hace un minuto.

— Ajá...
— Quiere vernos en un par de horas en la academia.
— Supongo que agote su paciencia.

— Quieres dejar de hablar como si no importara.
— Julia, tú y yo sabemos que las cosas no están precisamente bien, de ha ido uno de sus mejores estudiantes por mi culpa, el estreno de la obra se arruino por mi culpa, Juilliar jamás nos volverá a dar una oportunidad por mi culpa ¿crees que no lo sé? solo estoy tratando de anticiparme a las noticias y enfrentarlas con serenidad, por que no puedo cambiar nada ¿de acuerdo? Si no te importa, subiré a cambiarme e iremos a la academia.

Ella se quedó en silencio, Macarena me veía mientras subía la escalera. 

Bajé unos minutos más tarde y escuché el auto encenderse, al subir mi madre no me dirigió la palabra.

Una vez dentro de la academia pude escuchar la música en el estudio, pero ese día no subiría, y no estaba si volvería a hacerlo.

La oficina estaba el final del pasillo del primer piso, tenía un vitral del tamaño de la pared que daba al jardín, las paredes blancas, los cuadros y la alfombra estaba en completa armonía, sin embargo la visión de la señorita Roselló con los labios en una línea era para ponerle la piel de gallina a cualquiera.

Me senté junto a mi madre frente al escritorio, lo demás ocurrió como si estuviese debajo de un lago, las imágenes fueron borrosas y el sonido distorsionado.

Al parecer no estaba expulsada del todo, pero sí me iban a cambiar de academia a una a las afueras de la ciudad, que además era un internado, la cara de mi madre estaba desencajada, pero no dijo nada, solamente le dio la mano a la señorita Roselló y se puso de pie. 

Fui detrás de ella, aún sin poder decir nada, estaba en shock, sabía que quería cambiarme de academia pero no así. 

El último baile.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora