Capítulo 24.- Gato y Ratón

Começar do início
                                    

Bueno, era su culpa, que no se hubiera atrevido a amenazarme.

Corrí en busca de alguno de los viejos pasadizos de Daimen. Con el tiempo había algunos, como el de la cubierta, que había descubierto cómo estaban bloqueados y como volver a activarlos. Luego había otros, como bien podría ser los de la biblioteca y algún pasadizo interior, que Daimen había reactivado porque  simplemente se había cansado de vivir sin ellos, o porque le apetecía darme más facilidades para moverme. Supuse que sería lo segundo, hubo un tiempo en el que sí se preocupaba de lo que me pasara.

No como ahora.

Deseché ese pensamiento tan rápido como asoló mi mente, y volví la vista atrás. Daimen seguía el sonido de mis zapatos con bastante precisión, aunque no creo que llegara a capturarme basándose solo en eso, y sobre todo si tenemos en cuenta que estaba en una cubierta, y que el sonido no era ni mucho menos de buena calidad. Pero no se las apañaba mal.

Intenté activar uno de los pasadizos que había tras un túnel de ventilación, pero al poco me di cuenta que volvía a estar bloqueado. Una mirada hacia atrás me demostró que Daimen se había dado cuenta de lo que pretendía, y sonreía travieso con satisfacción por lo que acababa de hacer. Suspiré, estaba quedándome sin escapatorias, y, desde luego, odiaba perder la ventaja en mis juegos.

Sin otro remedio, me dispuse a seguir la vieja táctica de subir al tejado del Lhanda aunque, en vez de atravesarlo, esperaba porder subir por los obenques hasta la zona del globo de gas, de modo que Daimen creyera que estaba alcanzando el otro tramo del dirigible, cuando no había dejado ese. Sin duda alguna, una jugada majestral para demostrarle que no era buena idea amenazarme, mucho menos si era de broma.

Pero, mientras subía, mi mente me jugó una mala pasada, pues me atreví a pregutarme a mí misma por qué ahora empezaba todo de nuevo, por qué me necesitaba con tanta insistencia y cómo de insistente sería ahora. Si se le ocurría delatarme con el Gobernador en el barco, de poca ayuda me serían Owen e Ida, caería con la misma facilidad con la que cae el ratón en las redes de un gato.

Todavía agarrada con dificutad al obenque, noté que Daimen se detenia a mitad del camino, casi sorprendido por la falta de ruido, y procuré solo subir al ritmo de las fuertes ráfagas de viento, que movían de manera natural la escalerilla, de modo que no sospechara. Eso me dificultaba un poco el ascenso, pero teniendo en cuenta que el juego empezaba a tomar rasgos peligrosos de antemano, añadir un poco más no podría costarme demasiado.

Bueno, tal vez me equivocaba.

Entre que no estaba muy atenta, pues seguía preguntándome qué era lo que había hecho a Daimen volverse tan gilipollas, y que el viento empezaba a empeorar, pronto me di cuenta que me había distraído demasiado, cuando noté que uno de mis pies quedaba enredado en uno de los huecos del obenque mientras que el otro no se sostenía sobre el nuevo punto de apoyo. De nada sirvió que me agarrara con fuerza a los cabos verticales cuando una ráfaga de viento hizo ondear tanto la enredadera de cordeles que acabé volcando, notando como mi tobillo ardía con fuerza mientras que intentaba suavizar una caída imposible de suavizar con mis brazos. Al notar el frío y húmedo suelo casi sentí alivio, pues el dolor empezaba a hacerme sentir un calor demasiado insoportable como para mantenerlo mucho tiempo.

Y, por si fuera poco, evidentemente eso delató a Daimen, quien se giró y corrió a ayudar a la persona colgando de un obenque, con el pie enredado, seguramente más de un hueso roto, y que había decidido que era mejor dejar de mantener el hechizo de invisibilidad cuando era evidente que había sido cazada.

Agaché la mirada, intentando contener las lágrimas. Me negaba a aceptar que había perdido. Pero sin embargo, era evidente que, hiciera lo que hiciera, ahora estaba a merced de Daimen. Quien, de momento, había tenido la decencia de desenredar con cuidado mi tobillo del obenque, y apoyarlo en el suelo para comprobar cómo estaban el resto de mis huesos. Cada vez que me tocaba en cualquier parte, sentía estallidos de dolor, y un par de lagrimones se formaban en mis mejillas. Pero era soportable. No por mucho tiempo, pero, de momento, soportable.

El Fantasma del LhandaOnde histórias criam vida. Descubra agora