CapítuloVeinte|Primera venganza|

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Se agachó y tomó un bate, jugó con el durante unos segundos, para luego estrellarlo contra la espalda de Eduardo. El alarido de dolor que salió de su garganta despertó a Enrique, quien al ver a Noah, abrió sus ojos como platos.

—T-t-t-tú.  

—Ah, ¿me recuerdas?—Noah sonrió.

—N-n-no

—¿Qué no recuerdas al niño que tú y tu amigo casi matan hace aproximadamente dos décadas?

—Eres... eres...

—El bastardo de Lola.

Noah no dejó que le afectara el hecho de decir el nombre que había evitado nombrar durante tantos años. No pensaba permitirse que nada lo afectara.

El miedo estaba reflejado en los ojos de Enrique. Sabía que en algún momento de su vida tendría que pagar aquello tan cruel que le había hecho a ese pequeño niño, pero no imaginaba que sería tan pronto.

Noah volvió a sonreír y se acercó a paso lento. Se plantó frente a él y jugó con el bate frente a sus ojos, para luego estrellarlo contra su cuello con la fuerza suficiente como para no matarlo.

Miró a ambos hombres. Estaban llenos de sangre, sudor. Se veían terribles, pero no era nada comparado de como lo habían dejado a él aquella noche. Se distrajo con ellos durante horas; golpeándolos tanto con sus puños como con objetos.

Tomó por los hombros a Eduardo y se lanzó sobre él, estrellando su puño en su cara con toda la fuerza e ira que tenía acumulada desde esa paliza. Él no había tenido piedad, por lo que él tampoco iba a tenerla.

Recordaba por completo esa noche y, mientras golpeaba con brutalidad a ésos dos, no podía dejar de recordar lo mucho que sufrió esa noche en sus manos.

Al sentirse satisfecho, se levantó y caminó hacia la mesa que había al fondo. Pasó sus dedos por cada uno de los cuchillos que había sobre la mesa, deteniéndose en el más pequeño, pero la vez el más fuerte. El bisturí de punta de Diamante. Lo tomó en sus manos y jugó con el y tomó un cuchillo pequeño, pero filoso.

Se acercó nuevamente a Eduardo y, con una sonrisa en su rostro, pasó la pequeña pero filosa punta del bisturí desde su antebrazo hasta su muñeca con el cuidado suficiente de no cortarle las venas. Primero lo hizo de manera lenta, luego, pasó el bisturí de manera más fuerte y contundente por tu brazo.

Sangre. Había demasiada y había cada vez más que pasaba el bisturí por los brazos y piernas de Eduardo.

—¡DÉJAME!—gritó Eduardo cuando Noah pasó el bisturí por su mejilla derecha, causando un corte profundo.

—A quién le entregaron a Annie.

—N-n-no lo sé.

—Oh, claro que lo sabes. —pasó nuevamente el bisturí por su mejilla—. Habla o terminaré cortándote esa cosa que llamas pene y se la haga tragar a tu amigo.

Noah se levantó, tomó las cadenas y las colgó en unos ganchos que habían en el techo. Revisó que las cadenas estuvieran bien y se acercó nuevamente a Eduardo. Lo arrastró hasta las cadenas y lo hizo pararse en una de las sillas. Envolvió parte de la cadena a su cuello y la fijó con un candado.

Genial. Esos hombres habían pensado en todo.

Tomó la otra silla que había, y la azotó contra la espalda de Eduardo, quien chilló al verse casi cayendo de la silla.

—Juguemos algo. Si te caes pierdes, y si no, también. ¿Divertido, no?

Volvió a golpearlo con la silla y éste a duras penas pudo mantenerse de pie.

Corazón Principiante✔️Where stories live. Discover now