Capítulo 1

27 7 2
                                    

Maldito sea el momento en que decidí comprar ese cuadro. Un estúpido cuadro, que ni siquiera me gustaba, y solo lo compré porque a mi compañero de piso le pareció una buena idea.

Si no fuese porque me tocó colgarlo a mí, no me habría importado. ¡Si es que es el colmo de todo! Y al final, quien sale perdiendo siempre soy yo. Por supuesto, no es mi compañero el que va de camino al hospital con un clavo en el brazo. Si no hubiese intentado colgar ese cuadro, tal vez no tendría clavado en el brazo cinco centímetros de hierro.

— Ya estamos llegando, chico — me dice el taxista, mirándome por el espejo retrovisor.

— No se preocupe, señor, si ya apenas duele — mi sarcasmo es notable. El hombre me había dejado antes un trapo para taponar la sangre, pero el clavo sigue dentro y es lo que molesta — No me mire así, no tengo motivos para estar contento — añadí. 

El taxista resopla y mira hacia el frente, ignorándome. Prefería que hubiese hecho eso durante todo el trayecto, pero nunca me encuentro con esa suerte. Al llegar al hospital, un enfermero me recibe con cara escéptica, hasta que le muestro el clavo en mi brazo.

— Bueno, eso tiene mala pinta, espera un instante — y otra vez me dejan solo, parece que se convierte en costumbre.

Regresa junto a otros enfermeros, un celador con silla de ruedas y una médico. No comprendo por qué debo sentarme si el problema lo tengo en el brazo, pero bueno.

— ¿Cómo te llamas? — La médico me mira con curiosidad, aunque sospecho que más bien quiere saber cómo me clavé el clavo.

— Mi nombre es John.

— Muy bien, John, yo soy Amelia y vamos a sacarte ese clavo del brazo.

Me sobrecoge la forma en que lo expresa, sacarme el clavo... Parece como si fuesen a arrancarlo o algo así, pero me da igual, estoy harto de estar en el hospital y eso que acabo de llegar.

Me dirigen sin decirme ninguna palabra más hasta una zona de prohibido el paso; van a extirparme el clavo, mediante cirugía. Ah, no, eso sí que no.

— No, a mí no me vais a abrir el brazo como a un cerdo para sacarme el clavo.

— Tenemos que sacarte el clavo, John, entiéndelo. No puedes quedarte con eso siempre.

— Mire, señora, no quiero que me abran, sencillamente prefiero vivir con un clavo enterrado en el brazo. Me niego en rotundo.

— Bien, si no puede ser por las buenas, será por las malas...

—¿Qué diablos... ?— Lo último que sentí fue un pinchazo.

Cuando despierto, noto la cabeza embotada, casi parece que me he metido en una tinaja. Me cuesta pensar y ser consciente de donde estoy, pero veo que sigo en el hospital... Y ya no tengo el clavo en mi brazo.

— ¡Qué rayos!, ¿me sedaron?

Amelia está en la habitación, pero no he sido consciente de ello hasta ahora.

— Tuvimos que hacerlo, John, no podías tener el clavo en el brazo por siempre.

— ¿Quién lo dice?

— Cualquier médico y persona con dos dedos de frente y lo suficientemente coherente para pensar.

— Ya, bueno, eso dicen todos — intento cruzarme de brazos, pero el suero me lo impide.

Resoplo mientras Amelia me mira con diversión. No puedo creer que haya pasado de estar tranquilamente en mi piso a encontrarme en el hospital, con un brazo operado. ¡Maldito cuadro!

— Necesito el número de tus padres, para informar de que te encuentras hospitalizado — Amelia me observa, mientras parece preparada para anotar.

— Pierde el tiempo, soy huérfano, y nunca me adoptaron. A los 18 me fui y hasta ahora, vivo solo.

Ella se queda muda y pensativa como si un millón de recuerdos inundaran su mente. 

 — ¿Y nunca los buscaste? — preguntó mirándome extrañada Amelia.

—   No y no me interesa saberlo— dije cortante.  

— Durante la operación noté una marca en tu brazo— dijo inquieta  Amelia mientras jugaba con un lapicero.

— ¿Cuál?¿El tremendo agujero en mi brazo? ¿Cómo no notarlo?

Amelia sonrió amargada y no tardó en responder algo irritada.

—  No me refería a eso, en tu brazo noté una especie de mancha — dudó un poco para continuar con su pregunta — ¿ Tal vez una marca de nacimiento?— se decidió a preguntar.

 — Bueno...  — tardé un poco para responder— siempre la he tenido, debe ser así. 

Amelia seguía absorta en sus pensamientos.

  — ¡Hey! Aquí hay un tipo recién operado— intenté despertarla.

— Eh, si— regresó de su mundo interior. Para ser cirujana se le veía muy distraída

  — Mandaré a hacer unos análisis y luego veremos si te damos el alta.

Amelia se fue y me quede pensando en todo lo sucedido. 

Resilencia #theworderslimonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora