-Cuidado que puedes caer- rió. Bufé y librándome de su agarre me puse de pie como pude, pero mis esfuerzos solo provocaban que el dolor punzante de mi pie fuera mas fuerte. Casi me olvidaba de ese dolor con la adrenalina. Estaba mas que furiosa, hasta ahora mi hogar había sido atacado, salí volando con bombas, mis padres tomados por la fuerza, yo secuestrada por el alfa y encima herida. La rabia en mi se fué hacia mi mano derecha, la cual en segundos había golpeado al alfa. Una fuerte bofetada que debió haberse escuchado en cada rincón del lugar. El chico que antes estaba sentado junto a mi se quiso acercar para detenerme, pero la mirada de su alfa lo detuvo. 

-La tocas y será lo último que hagas en tu vida- amenazó con la vista firme. Debía medir unos diez centímetros más que el otro. Vaya, esa mirada le daba muy buenos resultados, quizá un día le robaría la idea. 

Mi corazón se encontraba paralizado, no podía hablar, ni caminar. 

-Ven- ordenó pasando un brazo por mi espalda y otro debajo de mis piernas, en segundos ya me tenía sobre sus brazos. Lo abofeteé y él me tomó en brazos, Quien diría.

-Yo puedo sola.

-Estoy consciente de eso, así como del hecho de que puedes defenderte y hablar por ti misma, pero en estos momentos estás herida por la estúpidez de mis hombres- admitió tragando sáliva, vi su manzana de Adán moverse. Mi pecho ardió. Aquello también me resultaba bastante atractivo. 

Dejando a un lado a los lobos, el lugar parecía perfectamente normal. Como una simple aldea. Como la mía. Niños corriendo y jugando, mujeres abrazadas de sus esposos. Hombres cargando cajas con lo que parecían frutas y verduras. A lo lejos vi a un grupo de hombres y mujeres entrenando, algunos en su forma lobuna y algunos parecían simples humanos. Parecían. Por más que odiaba el hecho de estar en sus brazos, una parte de mi, no lo odiaba lo suficiente.

Pronto se detuvo frente a una cabaña, lo suficientemente grande para una familia de al menos cinco personas. 

-Bienvenida a nuestro hogar- murmura y al sentir su cálido aliento sobre mi oído mi piel se erizó. Debía parecer boba viendo todo el alrededor como un niño en dulcería. 

-No lo llames así- pedí casi en súplica.

-¿De qué hablas?- preguntó con una mirada curiosa, casi parecía estar jugando conmigo. 

-Este no es mi hogar- la afirmación parecía haberlo acuchillado en el pecho, como una daga con veneno. Entrecerró los ojos asintiendo. 

-Lo ha sido desde que naciste, solo que no estabas aquí, conmigo- sin decir más se adentró a la cabaña, no tuve el tiempo de analizarla lo suficiente, solamente vi las escaleras mientras subía aún conmigo en brazos. Vi el tapete con lirios cosidos, debía ser hecho a mano. Después, suavemente me dejó sobre un sillón azúl de suave tela. 

-Mis padres- dije casi en un susurro, haciendo caso omiso a su extraña amabilidad, la cuál aún no me atrevía a cuestionar. 
-Estarán bien mientras tu cooperes- dijo sacando de debajo del sillón na pequeña caja de primeros auxilios. 
-¿Con qué?- sin verme a los ojos, sacó un algodón de la pequeña caja, acompañado de otro delgado bote de alcohol, dejo caer unas gotas. 

-No te voy a mentir, esto arderá- sonrió amablemente. No sabía qué le causaba tanta satisfacción, que con una simple sonrisa sabía lo mucho que estaba logrando en mi. Al primer contacto del alcohol con la herida de mi frente me contuve de chillar, mi cuerpo reaccionó como si me hubiera asustado. Él lo notó, pero no se detuvo —Creo que haz soportado peores dolores, ¿Cierto?— señaló con la mirada mi tobillo. No respondí y él frunció el ceño en claro disgusto.

—Éste es tu hogar, Vanessa— Vanessa, de nuevo mi nombre. No sabía cómo reaccionar aún a todo esto y ahora para empeorarlo todo, la manera en que decía mi nombre me derretía por dentro.
—Mi hogar es en mi aldea, con mis padres, mi familia son ellos— no escondió el disgusto en su mirada y siguió limpiando mi herida en la frente. Unos segundos después se puso de pie dándome la mano de nuevo, la cuál rechacé. Sonrió pícaro y escuché su ronca voz mientras se agachaba, acercando su hombro a mi estómago, rodeó mi espalda con sus largos brazos y en cuestión de un parpadeo me tenía sobre su hombro.

AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora