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  "El mal no existe. Hacemos el mal porque desconocemos el bien (...)"

— Religión maniqueísta.

*


— ¡Maldito bastardo!— gritó tomando a Takahiro de una pierna para tirarlo al suelo y comenzar a patear su estómago. 

Antes de que su pie llegase al rostro del pelinegro, Tomoya se abalanzó cubriéndolo en un abrazo para así impedir que siga siendo golpeado.


  — ¡¿Qué mierda haces Tomoya?!


  — ¡No lo golpees! ¡Él no tuvo la culpa!


— ¡¿Qué mierdas dices?! ¡¿Por qué defiendes a este idiota?!


— ¡Él único idiota eres tú! ¡Eres un desalmado, hijo de puta!gritó Tomoya poniéndose de pie, enfrentando a su hermanastro.— ¡Eres un maldito tirano Alexander!


El recién nombrado apretó la mandíbula para intentar controlarse. No le convenía llevarle la contra a su hermanastro; nunca terminaba bien.


Pero  ¿Por qué el mayor cambió de actitud tan repentinamente? La idea del secuestro y los millones eran propias de Tomoya, Alexander sólo le siguió la corriente tomando bastante las riendas de la situación.


— ¿Qué mierdas te sucede Tomoya? Tú no eres así... ¡Tú no eres así, carajo!gritó pateando la tarima donde Takahiro intentó subirse.


— No quiero estar aquí. No quiero dañar a la gente, yo nunca quise... Si lo hice fue por intentar aportar honor hacia nuestro padre. Jamás quise lastimar a alguien, estoy traumatizado, tengo pesadillas cada noche sobre todas las personas a las que hemos dañado. Y no lo quiero, no quiero esto. Quería que Takahiro sea el último de la lista, al menos de la mía.


— No puedes estar hablando en serio...


— Muy en serio para que sepas... Ya no quiero lastimar a nadie.


Alexander prevaleció unos minutos en silencio, pensando e intentando filtrar las palabras del mayor.


— Quiero que sepas, que el secuestro va a efectuarse. Traerán los millones, dejaremos salir a este idiota y te podrás ir. No serviría de nada que un maricón haga algo para lo cual no tiene agallas.


— Tal vez no tenga agallas, pero si hay algo que si tengo, es conciencia, y es lo que a ti te falta.


Alexander no lo oyó, salió de la habitación dando un portazo que hizo vibrar las paredes.

Tomoya sintió un nudo en la garganta, y un fuerte dolor en el pecho. Pero mezclado con una sensación de alivio.


— Lo siento mucho.murmuró Tomoya tratando de cargar a Takahiro hasta la cama.


— ¿Te encuentras bien?preguntó el pelinegro preocupado al ver las lágrimas que desbordaban de los ojos de Tomoya.


— Si... No te preocupes.


— Siéndote sincero... Desde el primer momento supe que eras diferente. Lo noté en tu forma de tratarme, en tu forma de hablar. Supe por tu incomodidad que no querías acatar las órdenes que se imponían, tú no querías hacerme daño.


Tomoya bajó la cabeza y dejó que las lágrimas corran libremente por sus mejillas. Su corazón se encogía a cada palabra que el pelinegro pronunciaba, y es que todas eran ciertas.


Las atrocidades que vio en su vida eran traumatizantes, desde ver como los colegas de su padre golpeaban sin pudor a las víctimas, hasta ver como su propio progenitor dejaba que alguien ardiera en llamas amarrado a una silla, para luego acabar disparándole.


El dolor que veía en las víctimas era horroroso, y por fortuna Takahiro pudo salvarse por no estar su padre con ellos.

Él no merecía eso, ninguna de aquellas personas lo merecían.


¿Qué persona en el mundo podría merecer eso? 

Sólo los que lo hacían.


Ellos.

Nadie más que ellos, los que lastimaban, herían, disfrutaban del dolor, los que provocaban lágrimas y gritos de auxilio. Sólo ellos merecían el tener una cucharada de su propia medicina.


— Takahiro... Te sacaré de aquí, te lo prometo. Te irás, pero de forma segura. Y si no vuelvo a verte... Que seas feliz y que puedas reconstruir tu vida.


Takahiro no pudo pronunciar palabra, siquiera para preguntarle a qué se refería con eso, ya que Tomoya salió apenas dándole tiempo a entender sus palabras. 


....


Tomoya miró hacia sus lados como veces fuera posible, para asegurarse de que su hermanastro no estuviese cerca.

Se acerco al teléfono por donde hacían arreglos, o recibían información, y marcó el número anotado en un pequeño papel al costado del teléfono.


Un pitido.


Dos pitidos.


Tres pitidos.


— ¿Ho-hola?


— Toru Yamashita, si quiere volver a ver a su esposo, anote la dirección que le dejaré.


— Espere, ¿Quién habla? Tú no eres...


— Sólo hágalo. 


Tomoya le dio la dirección del pequeño centro de detención abandonado, donde estaban.

Al instante de cortar el teléfono, concibió en que tenía una llamada más que hacer para acabar con todo.


Sus dedos temblorosos marcaron erróneamente el número, así que volvió a intentarlo; y esta vez, el pitido confirmando la llamada, hizo que su cuerpo casi desfalleciera.


— 911 ¿Cuál es su emergencia?





S.O.S 15 DÍAS  //TORUKA//Where stories live. Discover now