Emilly

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  Nadir debería comer más, me dije mientras me sujetaba el pantalón, razonablemente holgado, con el cinturón.

   Me abroché también la camisa y   contemplé mi reflejo en el espejo de la habitación—que debía de ser una habitación de huéspedes, ya que no veía signos de objetos personales— en que me encontraba. Bien, no ganaría American Top Model con este atuendo, pero por lo menos estaba seca y calentita, lo que era mucho decir después de haber pasado como tres horas congelándome hasta la médula.

Trencé mi pelo húmedo de manera más o menos decente, para evitar que terminara de enfriarme, y por fin me permití suspirar con alivio y dejarme caer de espaldas en la cama. Había sido un día demasiado largo, pero todo había salido tal cual lo habíamos planeado. Y no tengo ni la más remota idea del porqué. ¿Qué nos había hecho acabar precisamente en este año? Erik había propuesto la teoría de que nuestros propios pensamientos también suponían energía, la cual entraba en contacto con la energía de las líneas ley, y... ¡puf! Año mil ochocientos setenta y ocho. Yo todavía tenía mis dudas acerca de la eficacia de la focalización.

Nadir seguía vivo, así que consideré nuestra misión un rotundo éxito. Sólo nos quedaba... el noventa por ciento del trabajo. Dispuesta a no dormirme, me levanté de la cama y me aproximé a la puerta. Cuando la entreabrí, pude ver a Erik sentado en uno de los sillones del living, y a Nadir en el otro. No se percataron de que los observaba, por lo que preferí permanecer en silencio y limitarme a cumplir el papel de espectadora. Ambos estaban sumidos en una conversación.

Atiné a rescatar lo último que Nadir le estaba diciendo.

—...y me llevó a creer que habías dejado el opio en Persia, Erik. En serio pensé que ya no consumías esa cosa.

—Estoy hablando con la verdad, Daroga.

Oh, no... ¿Acaso le había confesado que...? ¡Habíamos quedado en que guardaríamos silencio sobre nuestro verdadero viaje! ¿Qué pasó con la historia que habíamos elaborado varias horas, con nuestra coartada perfecta? Maldije internamente mientras observaba cómo Nadir escrutaba a Erik con la mirada.

—Erik, no esperarás que creas que...

—¿Qué estas cosas son posibles? No, no te culpo por pensar que finalmente he perdido la cabeza. Yo tampoco lo acepté con facilidad. Pero, una vez que te pones a pensarlo, no es algo tan imposible. Solo piensa, Nadir, en un desfile. Un desfile en el que hay caballos, carros de nobles, miembros del ejército. Como aquellos que se dan en honor a los reyes.

—No veo cómo se relaciona una cosa con la otra.

—Estoy por llegar a eso. Imagina que te encuentras en una primera fila. Tu campo de visión se reduciría a lo que tienes en frente, y tal vez a algunas cosas que tienes al costado, ¿no es así?

—Así es.

—Ahora bien, imagina que contemplas todo el desfile desde más lejos... desde arriba. Cuando más subieses, podrías ver todas las partes que integran el desfile al mismo tiempo, en conjunto—los ojos de Erik brillaban a medida que hablaban, con ese brillo casi infantil que tenían luego de haber descubierto algo que le gustaba o de haber averiguado el funcionamiento de algo que no comprendía—. La idea es extraordinaria. Es como si todo estuviese sucediendo al mismo tiempo, y nosotros solo viéramos aquello que tenemos enfrente.

Nadir permaneció unos segundos en silencio, pensativo. No sabía qué podía pensar, ni si aceptaría siquiera algo como lo que Erik que le estaba contando.

Finalmente, tras lo que parecieron varios minutos, habló.

—En Persia también tenemos nuestras leyendas—dijo, dirigiendo la mirada al fuego del hogar—. Leyendas de héroes que viajan a través del tiempo, hombres que desafían las leyes del mundo... Pero hasta hoy sólo pensé que eran historias creadas para entretener a los sultanes.

Notas del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora