DOS

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Me siento presionada realmente no quiero estar aquí, solamente lo hago porque de no hacerlo los decepcionaría y eso es exactamente lo que no quiero.

Ahora me encuentro saliendo de mi casa, he quedado en el restaurante con mi novio y con su familia. No me apetece nada pasarme por allí, pero he de hacerlo.

He tomado una decisión que no sé si es correcta o no. Mi cabeza me dice que es lo mejor, que así todos estarán contentos incluso yo. Pero mi parte irracional, esa que ama con locura, me dice que está mal, que de esto no puede salir nada bueno y que no lo quiero.

Tal vez sea verdad y no quiera a Joel, mas es la única persona que se ve tan complaciente conmigo.

Con él me siento cómoda, en mi zona de confort donde no tengo que preocuparme de absolutamente nada, sé que él me quiere y me protegerá.

Pero ¿yo lo quiero a él? Esa pregunta ronda mi cabeza desde que acepté unir mi vida con la suya. Yo no lo quiero, en lo más hondo de mi alma lo sé, sin embargo, es la mejor opción. Dudo encontrar a alguien que me quiera como él.

Salgo del escenario de lucha donde mi alma y mi razón batallan por ganar, lo que no saben es que independientemente de lo que pase, yo seguiré adelante con lo que tenía planeado.

Las escaleras se tornan interminables pese a que me queda un poco de tiempo antes de llegar. Me aburren este tipo de reuniones donde solo hay personas más falsas que un billete de trece aparentando estar en el sistema monetario.

Pongo mi bolso en la canastita que posee la antigua bicicleta, monto en el sillín de este y me dispongo a tomar pista lo más rápido que pueda para llegar. Hoy no me da tiempo de detenerme, llegaré tarde.

Y si hay una cosa que odio en el mundo es la impuntualidad y más si yo lo soy.

Bajo a toda prisa por las ramblas cerca de la Sagrada familia, esa construcción enorme que parece nunca acabar, el restaurante se encuentra cerca.

Visualizo desde mi posición, esquivando a personas, el semáforo en rojo y maldigo diez veces al que programo el tiempo de los aparatos esos, siempre llego tarde por su culpa. Éste está en rojo, dejo de pedalear y voy más despacio, no me apetece pararme.

Para cuando llego a la pequeña rampa que da acceso a la calle, éste ya se vistió de verde. Una oleada de personas se dirige a cruzar, la mayoría me ha visto e intuido mi prisa, por eso me dejaron rápidamente pasar.

Todos menos una persona, una persona idiota que hasta que no estuvo en el suelo sobaándose el trasero y maldiciendo no sé que cosas sobre su traje.

Mierda, lo que me faltaba. Y encima en medio de la calle.

Me quejo desde el suelo por culpa de una pequeña herida que se abrió en mi rodilla y que arde como si pusieran hierro ardiendo. De verdad que arde, para ser tan chiquito jode mucho.

Pronto recuerdo por qué tenía tanta prisa.

-¡Mierda llegaré tarde!- me levanté rápido para tomar mi vehículo.

Pero el señor en el suelo no me lo permite porque detiene mi andar. Mi estrés no hace más que aumentar.

-¿Perdone, no pensará irse sin siquiera ayudarme a levantarme ni tampoco disculparse? Le recuerdo que usted me ha atropellado- pude percibir la ironía y el sarcasmo que brotó de sus labios, además de que su mirada parecía querer exterminarme.

Tranquilo toro, que solo fue una caidita de nada.

-Lo siento, yo no quería. Tenía demasiada prisa como para fijarme en que alguien venía. Perdón.- mi voz salió pequeñita y temblorosa. Tengo prisa y esto me quita tiempo.

Sin ReglasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora