"Miedo..."

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{Lara}

¿Que si tenía miedo cuando oí sobre aquél proyecto? ¡Por supuesto que tenía miedo! Pero no podía negarle aquella oportunidad al amor de mi vida, a quien me hacía feliz día a día.
¿Cómo no apoyarlo cuando llegaba cada tarde con una hermosa sonrisa que hacía resaltar los adorables hoyuelos en sus mejillas?
Mati se había convertido en todo lo que yo tenía.
A pesar de que mis padres están vivos, de que tengo un trato increíble con mi abuela, mi tío y mi prima, él es mi felicidad hecha persona. El solo hecho de imaginarme que puedo llegar a perderlo me destroza por completo.

  Lo he acompañado a alguna que otra de las carreras en las que corre. Verlo nervioso momentos antes de empezar, llenarlo de mimos y palabras de aliento, dejar en claro que todo él me pertenece delante de las demás chicas y felicitarlo o consolarlo ante el resultado final, se me hacía bastante fácil y no me molestaba en lo absoluto. Lo que me comenzó a ser incómodo es que aquél ambiente comenzara a afectar nuestra intimidad.

Lo he hablado con mis amigas, y me han preguntado si no es extraño que el auto nos quite el tiempo que compartíamos  juntos. Hasta hace unas semanas atrás les afirmaba y re contra afirmaba que no me molestaba en lo absoluto, cualquier cosa era recompensada con ver a mi novio sonreír.

Pero hoy ésa idea ya no la tengo del todo clara.
Matias ha empezado a enfocarse más en el coche y en las opiniones de sus amigos, el tema de conversación últimamente es ése 128 y obviamente comienza a molestarme que tantas muchachas lo halaguen a todo momento, le manden mensajes o lo saluden efusivamente en la calle.
No es que sea una muchacha enferma de celos, pero sí he sido muy insegura al lo largo de mi vida y ¿Cómo no sentirme aún peor cuando se le regalan muchachas con cuerpos despampanantes?
Ayer por la mañana, una preciosa morena de delicadas curvas le dijo que se moría por verlo correr éste sábado. Él no hizo más que alzar las cejas sorprendido y seguir caminando conmigo como si nada de aquello hubiese pasado.
Me sentí mal cuando llegó esa misma noche y me comentó que, ésa tarde, el motor del 128 había comenzado a fallar.

¿Pero saben qué me dolió más? Que ésta tarde ni siquiera me llegara un mensaje de él, que sean las 09:00 p.m y yo esté lavando los platos sola luego de haber cenado del mismo modo. Si no supiera que está concentrado arreglando ése maldito coche con los imbéciles de sus amigos, me estaría preocupando.
Me encantaría esperarlo despierta, escucharlo decirme cómo van con su auto y preguntarme si lo acompañaría a ver las picadas mañana, porque seguramente no va a correr. Pero mi rabia, angustia y decepción no me dejaban hacerlo.

Una vez que termino de ordenar el comedor y la cocina, me dirijo hacia el baño en dónde todo el estrés y tensión que había estado acumulando durante el día se fueron junto al agua que había recorrido mi cuerpo en la ducha.
Para las 10:30 de la noche mis ojos comenzaban a pesarme y, aunque la historia que estaba leyendo desde la comodidad de la cama era bastante interesante, no pude hacer más que irme a dormir. Había hecho muchas cosas ése día y, si mi chico no se decidía a venir hasta ése momento, parecía ser que un auto era lo suficientemente importante como para olvidarse un día completo de mí.

Al día siguiente, me desperté gracias a la alarma que sonaba en mi teléfono. Sinceramente, no soy consiente de en qué jodido momento me quedé dormida. Así como tampoco soy consciente de en qué momento unos fuertes brazos se habían enroscado a mi cintura en lo que -seguramente- sería la mitad de la noche.
Cómo pude, me liberé del agarre de mi novio y me levanté. Desaté el moño que me había hecho la noche anterior, e intenté arreglar un poco las ondulaciones que se formaban al final de mi cabello antes de dirigirme a la cocina para así comenzar a preparar el desayuno.

  —Buenos días, dulzura. —Escucho murmurar a Matías, con voz ronca y desde el umbral de la puerta, luego de unos veinte minutos.

  —Buenos días... —Es todo lo que digo mientras comienzo a preparar la mesa sin siquiera mirarlo.

  —¿Por qué no me despertaste cómo haces siempre? —Ronroneó mientras se posicionaba detrás de mí y apoyaba sus manos en mis caderas. —Puedo ir al taller más tarde hoy. —Agregó, dejando un suave beso en la pálida piel de mi cuello.

—¿Al de tu papá o al de Ramiro? — No pude evitar preguntar mientras me separo de él dispuesta a sentarme. La mirada de mi chico me llegó como un balde de agua fría. Sabía que algo en mí estaba mal y no tardaría mucho en preguntármelo.

—Al de papá. —Me responde a medida que se va sentando frente a mí, como si tuviese miedo de que yo no quisiera aquello. —¿Por qué no me esperaste anoche? —Me pregunta luego de unos cuántos segundos en los que nos mantuvimos en silencio tomando mates. Me encogí de hombros antes de responder.

  —Eran las diez y media cuando me venció el cansancio. Vos no venías y supuse que el auto les estaba dando mucho trabajo. —Fue mi respuesta antes de que le pudiera dar un mordisco a una tostada. —¿Y al final cómo quedó? ¿Tus fans van a poder verte ésta noche? —Pregunté con una sonrisa burlona tirando hacia arriba de mis labios. Pero cuando vi el ceño fruncido en el rostro de él, supe que había sido mala idea dejar que ésas palabras saliesen de mi boca.

  —¿Fans? —Cuestionó antes de reírse irónicamente. —No tengo fans, y si las tuviese me importarían un comino porque la única chica que me interesa a mí sos vos. —Agregó con seriedad.

  —Lástima que no soy lo único que te importa. — Murmuré por lo bajo mientras me levantaba y comenzaba a limpiar la mesa. Sí, las ganas de desayunar con tranquilidad se habían esfumado.

— ¿Qué? —Gruñó, siguiendo mis pasos como si fuera un pequeño niño pidiendo dulces a su madre.

  —Que es una lástima que yo no sea lo único que te importa. —Repetí enfrentándolo. —Ése jodido coche se ha vuelto una prioridad para ti y lo sabes.  —Agregué, dejando salir a la luz mi molestia.

Los ojos de Matías me regalaron su descolocada expresión por un momento, no se esperaba aquello y mucho menos la tristeza que teñía mi tono de voz.

  — Nena, es como que a ti te paguen por bailar. —Se excusó, logrando que yo soltara una fría risa.

—No, no tiene nada que ver con ello, Matías. —Susurré antes de dar media vuelta y seguir ordenando cada cosa en su lugar. —Pero no me molesta, has lo que quieras. Al fin y al cabo compraste el auto sin siquiera decirme, te metiste en esa mierda de las picadas sin importar el miedo que recorre mis venas a cada momento, le sonríes a cada idiota regalada que te hace una caída de ojitos... Y quién sabe sino te hace una caída de bragas también. —Comenté con frialdad sin dejar que él mirara mi rostro; no dejaría que viera mis oscuros ojos llenarse de lágrimas.

—¿Insinúas que me acuesto con las fáciles que hay en las picadas? — Me preguntó con incredulidad... Pero mi respuesta nunca llegó.

Matías no dijo nada por unos minutos, unos minutos que se me habían hecho malditamente eternos.
De pronto, lo oigo volver a la habitación. Yo me dediqué a terminar con mi rutina de cada mañana y a maldecirme por haber abierto la boca.

  —Me voy al taller... —Oigo decir a mi novio, quien caminaba rápidamente hacia la salida de nuestro hogar. —No me esperes ésta noche. — Es todo lo que oigo antes de sentir como la puerta principal es azotada. Se ha ido...

Se ha ido, dejándome sola y apoyada contra la barra que se encuentra entre la cocina y el comedor.
Se ha ido, y todo en lo que puedo pensar es...

"Diablos...La he cagado."

Sueño de una victoriaWhere stories live. Discover now