SEXTA PARTE

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(La misiva de Mirella a Paulo: Segundo Final Alternativo. Una yapita o "bonus track" como dicen.: Lo que debió suceder y no pasó, según Paulo.)

Luego de escribir “La Última Misiva a Mirella”, Paulo, algo indeciso, decide mandarle  dicha carta a Mirella por correo tradicional, ya que ella no usaba nunca su correo electrónico. Pensativo, se dirigió a una oficina de Serpost que quedaba cerca de su casa. Meditaba mientras caminaba en cosas como: “para que se la voy a enviar, es como darle demasiada importancia. ¿Por qué poner atención en alguien que no se la merece? ¿Realmente es necesario gastar un sol para enviar esta carta, que la puede tomar por ofensiva? ¡Qué miércoles! Se la voy a enviar, y lo que ella piense me importa lo mismo que un perno barato, lo hago sólo por desfogarme, después la olvidaré por completo.” Y dicho esto llegó a una cuadra algo solitaria y, notó que lo seguían. Eran dos muchachos altos y vestidos a la moda, que empezaron a perseguirlo. Al darse cuenta, corrió despavorido y con el corazón en el cuello. Obviamente que lo querían asaltar. Llegó a la oficina de correo, donde estaba más seguro, pensando en la carta que llevaba a Mirella y la moneda de un sol, que eran las únicas cosas de valor que le podían robar, pues todo lo demás que llevaba estaba roto en alguna parte, descosido, manchado, además de viejo o algo sucio, en resumen, realmente no llevaba nada de valor para que le robasen, sólo lo persiguieron al verlo distraído, con cara de inocente y por su obvia apariencia ingenua e inofensiva. Después de tal conmoción Paulo se dijo: “Ya estoy empezando a dudar si es necesario hacer todo esto. ¿Realmente es necesario? Pero ya llegué, y no he corrido en vano. Voy a entregar la carta, estoy decidido.” Y realmente lo estaba, así que entregó la carta en su sobre, que estaba con todos los datos exactos y correctos. La señorita que lo recibió lo miró mal, pues el sobre estaba estrujado, resultado de la persecución y el susto. Paulo al notar la mirada se puso nervioso y se le calló la moneda, la cual rebotó, y se le escapaba como si estuviese hecha de jabón. Avergonzado entregó la moneda, la cual fue recibida por la mujer que le dijo muy seria: - Esta moneda es falsa. Tendré que retenerla. – Ante esto Paulo se quedó frío y se puso pálido, pensó: “¡Tanta vaina, para que al final me digan que la moneda es falsa! Lo peor de todo que no puedo refutarle, pues yo mismo sospechaba la legitimidad de la moneda, debí traer otra moneda… ahora quemo la carta, ya no me sirve. Sólo por si hay caso revisaré mi bolsillo… ¡Caramba, acá hay un sol!”, y en efecto había otra moneda en su bolsillo, seguramente una de las muchas que cree perdida a veces. Le entregó la moneda, se disculpó por lo de la moneda anterior. Depositaron su carta y él se despidió. Antes de cruzar la puerta recordó lo de su frustrado asalto, así que la picó, o mejor dicho, corrió velozmente hacia su casa con mucho temor, no parando hasta llegar a ella. Bien, hecho esto Paulo se sintió más tranquilo, se acostó en su colchón ortopédico y se durmió.

Pasó una semana y, Paulo se encontraba entretenido en otras actividades, entre ellas la preparación para una maratón vacacional de matemáticas, cuando una mañana tocaron el timbre de su casa. Él corrió hacia la puerta de su quinta, para su sorpresa, no era una de las típicas visitantes de su mamá, era un mensajero de Serpost con una carta para… ¿él? Sí, para él. La tomó entre sus manos mientras, miraba el cielo. Entró a su casa, y le dijo a su mamá que era un encuestador sólo para que no le inquiriera más. Se encerró en su cuarto con la carta, y vio el destinatario. Era Mirella. - ¿Mirella? – dijo Paulo en voz alta y sorprendido. La abrió, miró la carta escrita con lapicero azul, con una fina y suave letra. Había empezado a leerla, decía: “Querido Paulo, yo…”, entonces Paulo cerró violentamente los ojos y gritó:

- ¡No! No debo leerla, envíe esa misiva a Mirella para olvidarla por completo, ya no quiero… ya no debo… ya no debo ni quiero saber nada de ella. Tomé una decisión y punto, no pienso cambiarla, aunque la carta sea para decirme que viene a pedirme perdón de rodillas, no la leeré. – Paulo aún estaba muy resentido, demasiado resentido con Mirella como para leerla. La arrugó y la votó en su papelera.

LA TRAGICOMEDIA DE PAULO Y MIRELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora