SEGUNDA PARTE

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(Fragmento del Diario de Paulo)

Ante todo, mi muy sincero saludo, estimado público lector... ¡Para qué tanto formalismo! Es mi diario y se supone que nadie debe ni va a leer lo aquí escrito. Voy a "soltarme" como dicen. No es una exposición... ¡Ya, ya! bueno, por ser la primera página, me presentaré: Mi nombre es Juan Paulo, pero todos me dicen Willshes, que creen que es mi apellido paterno, pero es el materno... bueno, esa es otra historia. Curso el cuarto año de educación secundaria en la Institución Educativa de Varones Diego Ferré... no quiero entrar en detalles respecto a mi colegio, sólo me limitaré a comentar que, me encantaría entrar en la escolta y ascender al ilustre puesto de brigadier general, para cambiar la Institución, pues necesita con urgencia una reforma disciplinaria. Podría detallar muchos otros datos sobre mí, pero por el momento lo considero irrelevante. Iré al grano, más bien dicho, al punto de mi relato – por que siempre me joden en el colegio con esa frase por mi acné moderado – que es, mi amor, mi primer amor en mi vida: Mirella. Ella es alta, hermosa (demasiado para que cualquiera se contenga, pero yo soy muy continente), con unos grandes ojos marrones claros, una silueta que es el mejor ejemplo de lo que es la proporción artística, tiene una piel canela, tostada delicadamente, como la mía, pero mucho más tersa y pura, un cabello lacio, brillante, de un negro oscuro, oscuro como el mar en la noche, unos pies pequeños de dedos delicados tanto en la piel como en sus uñas, unas piernas que tuve el gusto de admirar una vez, que la acompañé a ella y a su hermano Marlón – que es mi mejor amigo, por cierto –, al quinceañero de una de las vecinas de la quinta donde ellos residían, que además era una amiga muy cercana de ellos. Recuerdo aquella noche. Marlón bailaba, algo rígido, pero bailaba. Se mereció, a mi parecer, un diecinueve en esfuerzo, pues aborrecía bailar todo tipo de música en público, hasta que se volvió cristiano evangélico, pero sobre eso escribiré otro día. Aquella noche me quedé dormido, esperándola mientras se arreglaba, o más bien dicho, mientras se embellecía más. Yo vestía el viejo terno con el que se casó mi padre, que me quedaba pequeño (cosa que me pareció rara), así que tuve que disimular en mis movimientos, o improvisar, como digo. Ella salió vestida con una falda corta (no tan corta para considerarse una minifalda que, por cierto me recordaba a un antiguo conjunto de mi madre, que para ser un modelo antiguo, le quedaba muy bien), un chaleco negro, muy elegante por cierto,   usaba de maquillaje un brillo labial sobre sus delicados labios, y una sexy sombra azul eléctrico sobre sus ojos. Aquella noche yo la deseaba egoístamente sólo para mí, deseaba bailar únicamente con ella toda la noche hasta el amanecer, como en una película. ¡Era mi oportunidad! O más bien dicho, ¿realmente era mi oportunidad? Agrego esto, pues Mirella sólo tenía ojos... no tanto así, más bien dicho, le daba una exagerada atención a su amigo, vecino de su quinta. Ella lo jaloneaba, bromeaba con él, lo abrazaba, lo obligaba a bailar, y el imbécil, el huevonazo este, (disculpe por la obscena expresión, pero el gringuito este se la merece por hacerse el exquisito con Mirella), se daba el lujo de hacerse el difícil. Cada vez que recuerdo eso me sale una úlcera en las paredes del estómago, y un forúnculo en la frente de pura cólera... Bueno, me harté. La agarré, correctamente dicho, la invité gentilmente a bailar:

 - Mirella, ¿deseas bailar conmigo? – Ella me miró indiferentemente, pensó un rato y, luego me respondió insulsamente, como si tuviera sueño:

-Ya.

Me sentía tan contento de que bailara conmigo, por un momento me sentí en uno de esos sueños hermosos que tengo rara vez. Me sentía embelesado con sus sensuales movimientos,  que entre las luces sicodélicas mostraba su figura, haciéndola ver aún más  sexy, más provocativa, más sensual, en una palabra: más Mirella.

 Pronto mi encantamiento desapareció casi por completo por su total indiferencia. "Cuando una chica no te mira a los ojos es porque está enamorada de ti...", me dijo una tía hace unos años. Me hubiese gustado que esa haya sido la razón en el caso de Mirella, pues no me miraba a los ojos, pero mi tía se refería a cuando la chica te baja la mirada cuando tú la miras a los ojos; ella, en cambio, bailaba conmigo, pero parecía hacerlo sola. Bailaba guardando distancia de mí y, ni siquiera me miraba. Miraba alrededor de todo el local, a cualquier cosa, menos a mí. Nunca se lo saqué en cara, la admiro aún demasiado como para juzgarla por una pequeñez. Si es que realmente se le puede considerar como"una pequeñez".

LA TRAGICOMEDIA DE PAULO Y MIRELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora