Cuando llegué a mi casa. Fui directo a mi cuarto, para prepararme la ropa del trabajo. Remera y pollera color verde. Fui a darme una ducha de agua fría. Después de secar muy bien mi cola de sirena con la secadora, cambiarme y todo, llamé a Mel para que viniera a buscarme, pero me dijo que tenía problemas y que no podía venir. 

Sus padres tienen muchas propiedades en la isla, pero ella trabaja porque no quiere ser una chica dependiente del dinero de su padre. Yo siempre sonrío cuando ella lo dice. Me causa gracia. Maldiciendo internamente, me preparé para salir. Cerré la puerta de mi casa y fui al elevador. Mientras esperaba a que bajara, el ascensor se detuvo en el piso 2. Unos hombres vestidos con uniformes marrón claro entraron. Hablaban del trabajo que estaban haciendo. Acomodando y subiendo las cajas para el nuevo inquilino. No sabía que alguien se iba a mudar. No creo que Laura se vaya, asi que estoy segura que el piso 2 pronto va a estar ocupado. Espero que sean una buena familia. Suspiré. Fui al garaje, donde estaba mi bicicleta. Tenía que llegar temprano al trabajo, ya que hoy iba a estar sola atendiendo. 

-Bienvenido a la Cafetería de la Luna, ¿qué deseas pedir?- Le pregunté al chico que estaba sentado en la mesa. Lo observé como usualmente miraba a todos, sin realmente prestarle atención. 

-Emm... ¿Cuál es el menú de la mañana... Marina?- Entrecerró los ojos para leer mi cartel. Yo rodeé mis ojos. Maldito cartel que delataba mi nombre. Eso era lo único que odiaba del uniforme. 

-Si.- Le dije, tratando de sonreír. -Ah... el especial de la mañana es un café cortado con dos medialunas.- Le respondí. 

El chico me observaba fijamente. -Marina, eh. Bien, Marina. Tráeme eso.

-De acuerdo.- Me di vuelta y pasé por la barra. Fui a la cocina a decirle a Joe, el encargo de preparar los pedidos. -El chico de la dos quiere el especial, Joe.- Le sonreí. 

Joe asomó la cabeza por la ventana que daba al comedor. -¿De donde salió ese tipo?- Me preguntó. Yo me giré y miré. 

-Creo que no es de por aquí. Nunca lo vi en la isla.-

-Yo tampoco, que raro. Quizás, debe ser algún turista.- Me dijo joe. 

Asentí. -Si, tal vez.- No me importaba para nada un desconocido. 

Escuché las campanas de la puerta que anunciaban la entrada de clientes. Salí de la cocina y me quedé en la barra esperando, a que los dos chicos que habían llegado se sentaran en algún lado. A ellos si los conocía. Alex y Thomas. El rubio y el colorado. Mayormente les decían Naranjas. Siempre cargosos y pesados. Suspiré y traté de serenarme lo más que pude. Salí de detrás de la barra y me dirigí a ellos. 

-Bienvenidos a la Cafetería de la Luna, ¿qué desean pedir?- Les pregunté. 

-Hola, Mina.- Me dijo Alex. El rubio, y más alto de los dos. Su pelo corto y su flequillo un poco despeinado lo hacía lindo, pero hasta ahí, ya que en realidad no es recomendable para ninguna chica. Con fama de mujeriego, no es considerado por nadie, a menos claro, las turistas que no lo conocen. 

-Hola, Alex. ¿Qué van a pedir?- Le dije de mala manera. 

-Huuu. ¿De mal humor? Vamos, Mina. No seas así.- Me dijo sonriendo. Ese apodo me lo había puesto Steven, como se atrevían a usarlo. 

Cerré los ojos, respiré y exhalé. -Mira, Alex. Me pagan para tomar pedidos, no para entablar conversaciones. Así que, dime lo que quieres o ve a buscarlo tú mismo. ¿Entendiste?- 

-Sip, está de mal humor.- Le dijo Thomas a él. Los dos empezaron a reírse entre ellos. 

-Me están haciendo perder tiempo.- Les dije. Me di vuelta pero sentí que algo sujetaba mi muñeca. 

La Magia de la Noche (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora