16: Pasar el día.

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Cuando desperté todavía no amanecía. El brazo de Nathan reposaba sobre mi cintura. Sonreí al recordar sus besos anoche, todo fue tan perfecto junto a él.
Aparté su brazo con cuidado de no despertarlo.
Me dirigí al cuarto de baño, mi vejiga estaba a punto de explotar gracias al frío.

Miré a Nathan por segunda vez; lucía tan tranquilo, su respiración era pausada y sus labios estaban ligeramente abiertos.
Sonreí.
Me acerqué hasta él, recordando que debíamos irnos en menos de media hora.

—Nathan—lo moví un poco. Se quejó.—Nathan, despierta—le quité la sábana. Abrió los ojos de golpe. Me miró y frunció el ceño.

—Odio que me despierten, Olivia—refunfuñó mientras bostezaba y se sentaba en la cama.

—¿Hay algo que no odies?—algo me decía que Nathan no había despertado de buen humor, lo que implicaba un mal día para mí también.

— —

Íbamos camino a McMinnville, según el GPS está a una hora y 12 minutos. Sólo llevamos dos minutos en el auto y ya estoy cansada. Tengo sueño y frío. Y Nathan no quiere encender la calefacción.

Aún no teníamos pensado qué íbamos a hacer. Yo tenía algo claro.
Nathan estaba acusado de secuestro y abuso a menor de edad, pero en realidad, él no ha abusado de mí y yo estoy con él por mi propia voluntad. Si yo declaro eso ante las autoridades, todos quedaremos felices, nadie irá a la cárcel. Pero, ni siquiera sé a dónde iré cuando eso pase.

—¿Cuál es el paso a seguir?—interrumpí el silencio que nos abarcaba.

—Desayunar.

—No estoy de acuerdo con ir a McMinnville—confesé con seguridad.

—¿Qué otra opción hay?

—No lo se...—rodé los ojos—quizá regresar a Portland, dar la cara, y que todos sepan la verdad.

—Necesito pensar muchas cosas antes de dar ese paso.

—¿Qué cosas?

—Una de ellas es qué haré contigo.

—Lo dices como si yo fuera una carga para ti—expresé algo dolida.

—Pues no te equívocas.

Algo en mí se llenó de ofensa, hasta el punto de querer gritar. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuve. Después de lo que pasamos anoche, me duele que hoy me trate de ésta forma tan cruel. Llego a pensar que ni tiene sentimientos.

—Detén el auto—hablé seria. Frenó en seco.

—¿Qué jodida cosa quieres ahora, Olivia?—me quité el cinturón de seguridad, abrí la puerta del auto y salí, dejándolo totalmente desconcertado.

Ya no aguantaba más, no estaba dispuesta a ser la víctima de sus cambios de ánimo, a salir afectada por su forma de tratarme.
Aceleré los pasos, quité con brusquedad las lágrimas que se atrevieron a salir. No me importaba nada, quería huir y dejar de sufrir tanto gracias a él.

—Joder, Olivia, regresa tu culo al auto ahora mismo—escuché su tono enojado. Lo ignoré y empecé a correr.

Las hojas de los árboles yacían en los suelos, la brisa helada mañanera congelaba mis piernas. Maldita falda corta. Me crucé de brazos y corrí más, dejando atrás sus gritos y palabrotas.
Miré un momento hacia atrás y lo vi entrar al auto y hablar por teléfono.
En menos de un segundo, mi pié chocó con algo, lo que me hizo perder el equilibrio y caer al pavimento de la carretera. Fue tan fuerte el tropiezo, que me barbilla se estampó en el piso, provocando un dolor intenso en toda mi cara.
También me golpeé las rodillas.
Me incorporé lentamente hasta quedar sentada. Que mierda de día.
Ambas rodillas estaban lastimadas, pero levemente.

Nathan: Un Mundo Sin Color Where stories live. Discover now