Capítulo 4

718 76 55
                                    

Antes que me diera cuenta ya estaba durmiendo al fin. No hay duda que la Luna siempre será mi mejor calmante, suena raro incluso para mí.

Horas después desperté algo somnoliento. El despertador que es más bien un simple reloj digital para mí, marcaba las once de la mañana. Trabajo nada más que en las noches entonces casi no me importa el tiempo por las mañanas, o mejor dicho no tan mañanas.

Me levanté rumbo a alistarme para el día y noté que en mi mesa de noche, más que el despertador, había un jugo de naranja en un vaso de vidrio transparente, tres panes con huevo frito y una servilleta. Es lo único que Mariel podría cocinar, aunque es muy amable de su parte, el haberme hecho el desayuno.

Quería verte y por eso comí lo más rápido posible evitando morir de asfixia, luego fui a la cocina a limpiar el vaso y otras cosas, puede que aún sigas ahí.

-Mariel, gracias por preparme el desayuno-te agradecí de camino a la cocina-no debiste en serio y ah buenos dí...

Ya había llegado a la sala para luego ir a la cocina cuando vi la puerta abierta, me preocupó bastante. Pero nada comparado con lo que acababa de observar.

-¿...? ¿Qué es eso?-preguntaste sentada en el sillón. No pude escuchar con claridad lo primero.

-Una enfermedad mental que altera tu contacto con la realidad, por todo lo que me has contado parece ser así aunque nada es seguro sin que te evalúe con equipos especializados-afirmó un señor desconocido para mis ojos, con una voz seria y grave toda su vestimenta era blanca y por su buen parecido dudo que sea mayor o menor que yo-me parece muy extraño que tu hayas pedido ayuda para ti misma, tu caso ha de ser uno muy leve en realidad.

-Me alegra-le sonreíste a él, esto es más de lo que puedo tolerar.

-¿¡Quién es usted!?-grité mientras me acercaba más a la sala.

-Ah, Paulino, hermano hola, creí que seguías durmiendo-fingiste una sonrisa para ocultar que estabas nerviosa, si hay algo que odie tanto como verte llorar es que finjas de cualquier modo.

-Mucho gusto, joven Paulino-se levanta y se acerca hacia mí para darme la mano-Yo soy un estudiante de medicina general, por más increíble que parezca, la señorita me llamó para que pudiera ayudarla. Yo hago consultas a domicilios para seguir pagando mis estudios pero este caso necesita verse por personas más capacitadas, para empezar, que hayan terminado de estudiar y tengan su merecido doctorado.

-Pregunté quién eres, no a qué te dedicas-me burlé de él y rechacé el apretón de manos.

-Soy Esteban, Esteban Santanverdy-intentó darme la mano otra vez.

-Pregunté quién eres, no cómo te llamas-lo rechacé otra vez también-y ya que no puede responder una simple pregunta le daré otra, quizás sea aun más sencilla...¿qué quieres?

-Él solo quiere ayudarme, es el único que podía venir hasta aquí ya que tu me prohíbes salir-lo defendiste, no puedo seguir tolerándolo.

-Hay una clínica especializada en enfermedades mentales a solo unos cinco o siete días de aquí, quizás...-informaba nervioso el tal Esteban.

-¡Quizás nada! no voy a...-grité molesto.

-¡Iré de todos modos!, contigo o sin ti-me interrumpiste más rebelde que nunca-deja de decir que nunca me sanaré, no te creo nada. No, soy una patética por tener una pizca de esperanza. Yo me libraré de la realidad que me ha creado mi mente, me desaceré de ustedes. Nadie podrá escucharte, ni siquiera yo. No, basta ¡¡cállate!!-caíste al suelo tapándote las orejas, gritando de dolor.

Nuestro último deseo [NUD#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora