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Newt se echó hacia delante y apagó el motor.
–Peligro de envenenamiento por intoxicación de monóxido de carbono –dijo con tono de listillo, como si no estuviéramos totalmente jodidos y congelados a dieciséis kilómetros de casa–. ¡Salgamos por detrás! –ordenó, y su actitud autoritaria me tranquilizó.
Minho se movió como pudo hacia el maletero y abrió la puerta de atrás. Salió disparado. Newt lo siguió, y luego yo, que salí sacando los pies por delante. Como ya había logrado centrarme, fui capaz de expresar con elocuencia mi parecer sobre la situación.
–¡Mierda, mierda, mierda, mierda! –le di una patada al parachoques trasero de Carla y me cayó toda la nieve en la cara–. ¡Qué idea tan tonta, Dios, qué idea tan tonta! ¡Maldición! ¡Mis padres...! ¡Mierda, mierda, mierda!
Minho me puso una mano en el hombro.
–Todo irá bien.
–No –dije–. No irá bien. Y ya sabes que no irá bien.
–Sí, sí que irá bien –insistió Minho–. ¿Sabes qué? Irá todo bien porque voy a desenterrar el coche de la nieve, y pasará alguien, y ellos nos ayudarán, aunque sean los gemelos. Es decir, los gemelos no van a dejarnos aquí tirados para que muramos congelados.
Newt me miró y sonrió con suficiencia.
–Si me permites hacer un comentario, ¿cuándo vas a arrepentirte por no hacerme caso cuando te he dicho que te cambiaras de calzado mientras estábamos en casa?
Miré los copos de nieve que me caían sobre las Pumas e hice una mueca de disgusto.
Minho seguía animado.
–¡Sí! ¡Va a ir todo bien! Dios me dio estos brazos fuertes y los pectorales por algo, hermano. Es para poder desenterrar tu coche de la nieve. Ni siquiera necesito que me ayuden. Ustedes hablen un rato y dejen que Hulk obre su magia.
Miré a Minho. Debía de pesar unos sesenta y cinco kilos. Las ardillas tenían una musculatura más impresionante que la suya. Pero Minho se mantenía impávido. Se bajó las orejeras del gorro. Metió las manos en su ceñidísimo mono de nieve, sacó unos guantes de lana y regresó al coche. No tenía intención de ayudarlo, porque sabía que era imposible. Carla estaba enterrada bajo un montículo que me llegaba casi hasta la cabeza, y ni siquiera teníamos una pala. Me quedé en la carretera junto a Newt, secándome el mechón de pelo que me asomaba por debajo de la gorra.
–Lo siento –le dije a Newt.
–Eh, no ha sido culpa tuya. Ha sido culpa de Carla. Tú estabas girando el volante. Carla no te ha escuchado. Sabía que no tenía que quererla. Es como todas, Tommy: en cuanto he renunciado a mi homosexualidad y le he confesado mi amor, me ha abandonado.
Me reí.
–Yo nunca te abandonaré –dije, y le di unas palmaditas en la espalda.
–Sí, bueno. Primero: a ti nunca te he confesado mi amor. Y segundo: para ti ni siquiera soy una opción.
–Estamos jodidísimos –dije, como ausente, me volví para mirar a Minho y vi que estaba abriéndose paso hacia el coche a través de un túnel, en dirección al asiento del conductor. Avanzaba como un topo y lo hacía con una eficacia sorprendente.
–Sí, ya empiezo a tener frío –contestó él, se puso a mi lado y pegó su costado al mío.
No lograba entender cómo podía tener frío con el grueso abrigo para la nieve que llevaba, pero daba igual. Su gesto me recordó que no estaba solo ahí fuera. Levanté una mano y le moví un poco el gorro al rodearlo con un brazo.
–Newt, ¿qué vamos a hacer?
–No lo sé, pero seguro que esto es más divertido que estar en la Waffle House –respondió.
–Pero en la Waffle House está Billy Talos –bromeé–. Ahora ya sé por qué has aceptado venir. ¡No tenía nada que ver con las hash browns!
–Todo tiene que ver con las hash browns –replicó–. Como dijo el poeta: «Es tanto lo que depende de las doradas hash browns, fritas con aceite, con su acompañamiento de huevos revueltos...».
No tenía ni idea de qué estaba hablando. Me limité a asentir en silencio, levanté la vista hacia la carretera y me pregunté cuándo pasaría algún coche para rescatarnos.
–Ya sé que es una mierda, pero sin duda es la Navidad más aventurera que hemos vivido jamás.
–En efecto, y es una buena explicación de por qué estoy en contra de vivir aventuras.
–Correr unos cuantos riesgos de vez en cuando no tiene nada de malo –repuso Newt mirándome.
–No puedo estar más en desacuerdo, y lo ocurrido confirma lo que pienso. He corrido un riesgo, y ahora Carla está atrapada bajo un banco de nieve y yo estoy a punto de ser repudiado por mi familia.
–Te prometo que todo saldrá bien –dijo Newt con tono comedido, sereno.
–Se te da bien –comenté–. Lo de decir cosas sin sentido de una forma que consigues que me las crea.
Me agarró por los hombros y me miró, acercando mucho su cara a la mía. Tenía la nariz roja y húmeda por la nieve.
–A ti no te gustan las animadoras. Crees que son tontas. Prefieres a personas simpáticas, personas divertidas con las que te encanta pasar el rato.
Me encogí de hombros.
–Sí, lo que tú digas... Eso no ha funcionado, no –dije.
–Maldita sea –sonrió.
Minho emergió de su túnel, se sacudió la nieve del mono y anunció:
–Thomas, tengo una mala noticia, pero no quiero que te la tomes muy a la tremenda.
–Vale –dije, nervioso.
–En verdad no se me ocurre una forma suave de decirlo. Hummm... En tu opinión, ¿cuál sería el número ideal de ruedas que debería tener Carla en este momento?
Cerré los ojos y dejé caer la cabeza hacia atrás. La luz de la farola era tan intensa que me atravesaba los párpados, la nieve me caía en los labios.
–Porque, para ser totalmente sincero –prosiguió Minho–, creo que el número ideal de ruedas sería cuatro. Y ahora mismo hay tres ruedas físicamente conectadas a Carla, una cantidad inadecuada. Por suerte, la cuarta no está muy lejos, pero, por desgracia, no soy un experto en poner ruedas.
Me bajé la gorra para taparme la cara. Fui consciente de lo profundamente jodido que estaba, y, por primera vez, sentí frío, frío en las muñecas, en el punto donde los guantes no llegaban a juntarse del todo con el puño de la chaqueta; frío en la cara y frío en los pies, donde la nieve fundida empezaba a calarme los calcetines. Mis padres no iban a pegarme, ni a marcarme a fuego con un gancho metálico, ni nada por el estilo. Eran demasiado buenos para ser crueles. Y ese, precisamente, era el motivo por el que me sentía tan mal: no se merecían tener un hijo que se hubiera cargado una rueda de su querida Carla por ir a pasar unas horas de la madrugada de Navidad con catorce animadoras.
Alguien me levantó la gorra de la cara.
–Espero que ahora no pongas como pretexto que no tenemos coche para no ir a la Waffle House –dijo Minho.
Newt, que estaba apoyado sobre el maletero parcialmente visible de Carla, se rió, pero a mí no me hizo ninguna gracia.
–Ahora toca hacer chistes malos a mi costa, ¿no?
Se puso más erguido, para recordarme que era un poco más alto que yo, dio dos pasos hacia el centro de la calzada y se situó justo debajo de la farola.
–No estoy para bromas –repuso–. ¿Es un chiste malo creer en tus propios sueños? ¿Es un chiste malo querer superar la adversidad para conseguir que esos sueños se hagan realidad? ¿Fue un chiste malo cuando Huckleberry Finn navegó en un bote cientos de kilómetros por el Mississippi para llegar hasta unas animadoras del siglo XIX? ¿Fue un chiste malo que miles de hombres y mujeres dedicaran sus vidas a la investigación espacial para que Neal Armstrong pudiera enrollarse con unas animadoras en la luna? ¡No! Y no es un chiste malo creer que en esta maravillosa noche de milagros, nosotros, tres hombres inteligentes, ¡debamos avanzar como podamos hacia la luz amarilla del cartel de la Waffle House!
Newt y yo lo miramos con desinterés.
–¡Oh, venga ya! –exclamó Minho–. ¿No van a decir nada? ¡¿Nada?!
Ya había empezado a gritar para que se le oyera a pesar de que la nieve amortiguaba su voz. En ese momento, la voz de Minho me parecía el único sonido del mundo.
–¿Quieren más? Pues tengo más. Cuando mis padres se fueron de Corea sin otra cosa que la ropa que llevaban puesta y la considerable fortuna que habían amasado gracias a su empresa de transportes, tenían un sueño. Soñaban con que algún día, en medio de las cumbres nevadas de Carolina del Norte, su hijo perdería la virginidad con una animadora en el baño de las chicas de la Waffle House que está justo a la entrada de la interestatal. ¡Mis padres han sacrificado mucho por ese sueño! ¡Y por eso deberías seguir con nuestro viaje, a pesar de todas las dificultades y obstáculos! No por mí, ni siquiera por la pobre animadora en cuestión, sino por mis padres y, en realidad, por todos los inmigrantes que llegaron a esta nación con la esperanza de que, algún día, sus hijos pudieran tener lo que ellos mismos jamás consiguieron: sexo con una animadora.
Newt aplaudió. Yo me reía, pero asentí mirando a Minho. Cuanto más lo pensaba, más estúpido me parecía ir a pasar el rato con una panda de animadoras a las que ni siquiera conocía, y que, en cualquier caso, solo estarían en la ciudad una noche. No tenía nada en contra de las animadoras, y eso que contaba con cierta experiencia en ese campo, y aunque era divertido, no era motivo suficiente para plantearme avanzar como pudiera por la nieve para llegar hasta allí. No obstante, si seguía adelante, ¿qué podía perder que no hubiera perdido ya? Solo la vida, y tenía más probabilidades de sobrevivir caminando los cinco kilómetros hasta la Waffle House que los que me separaban de casa. Me cercioré de que todas las puertas tuvieran el seguro puesto y cerré a Carla con llave. Apoyé la mano sobre el salpicadero y dije:
–Volveremos por ti.
–Eso es –dijo Newt para tranquilizar a Carla–. Jamás dejamos a nuestros caídos en el camino.
Habíamos avanzado apenas treinta metros desde la curva cuando oí el rugido de un motor.
Los gemelos.

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Quería decir que amo mucho a Minho en este capítulo<3
Bueno, en realidad me gusta en todos lol

Un milagro en Navidad|Newtmas+MinhoWhere stories live. Discover now