「 Yamaguchi Tadashi 」

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El que antes consideraba su pequeño mejor amigo, se había convertido en un enorme San Bernardo, casi de la altura de un pony.
Mizu ató la correa en el collar negro de su perro, quién movía la cola con energía, emocionado por salir.

Puso sus llaves en el bolsillo de su abrigo, guardó su teléfono y salió de casa. Tabi olfateó un poco la entrada y siguió el mismo camino que recorrían él y Mizu siempre que paseaban. Mizu soltó su pelo de la coleta que llevaba para calentar un poco sus orejas; el frío invernal era casi insoportable. Un par de mechones rosa claro cayeron frente a su cara, haciendo que tuviese que sacar la mano que tenía libre del bolsillo y apartarlos. Antes de poder terminar, un fuerte tirón de Tabi hizo que girara de golpe a la izquierda y corriera tras su perro, aún atado.

—¡Tabi, para!—. Mizu gritaba, intentando hacer que el perro dejara de correr, pero al parecer el gato extraviado que iba por delante era más importante. Le dolía el brazo.

El perro ladraba, el gato maullaba y ella corría. Bueno, también seguía gritando.
No prestó atención a ninguna de las casas o calles por las que Tabi la había llevado, por lo que le supuso un problema volver cuando el perro dejó de correr, saliendo victorioso el felino.

Suspiró y miró a su alrededor.

Casas desconocidas, carretera y un parque. O algo parecido.

—Mira lo que has hecho, nos hemos perdido—. Miró enfadada a su perro mientras sacaba el teléfono—. Tienes suerte de que exista Google Maps.

La única solución obvia que le quedaba era buscar algún cartel con el nombre de la calle en la que estaba e intentar guiarse con la aplicación hasta llegar a casa. Caminó despacio, intentando no perder ni un solo detalle del entorno, buscando una placa con el nombre de la calle.

Siguiendo de vez en cuando el mapa y sin prestar atención a nada más, escuchó unos golpes. Se quedó quieta y escuchó con cautela, comprobando si era real o no. Más golpes y una respiración agitada. O frustrada.

La curiosidad pudo con ella. Bajo el cielo anaranjado del atardecer, tiró de la correa de Tabi, caminando al lugar de dónde —creía ella— venían los ruidos. Se adentró en el parque, que se extendía a lo largo de todo aquel vecindario, pasando varios bancos y arbustos con diversas formas.

¿Por qué no conocía este lugar?

Pensando en que debería salir más llegó a una pista con rejas y suelo rojo, tan solo iluminado por un par de farolas viejas que amenazaban con apagarse. El ruido se hacía más fuerte. Se acercó más, cautelosamente, sabiendo que el cielo ya estaba oscuro. Una silueta ya era notoria; esta saltaba y golpeaba—a su parecer— un balón. Al segundo descansaba y continuaba la rutina.
Cuando sus manos tocaron la reja, la luz se hizo más clara, y pudo ver a un chico de pelo verdoso, practicando saques. Eran unos saques muy raros.

Un décimo balón salió de las manos del chico, activando los sentidos de Tabi, quien corrió emocionado por la pista, dispuesto a embestir al pecoso.

Yamaguchi palideció al ver a un enorme perro—o caballo— correr con velocidad hacia él. Sostuvo con fuerza uno de los balones entre sus manos, cerró los ojos y con suerte un pequeño quejido salió de su boca.

—¡Tabi, no!

Un tirón en su brazo hizo que su cuerpo se moviera hacia la izquierda, quedando detrás de uno más pequeño. Abrió los ojos, y una pelirrosa cubría sus brazos con los de ella, parando al enorme perro con un pie delante del sabueso. Suspiró y se giró sonriente, haciendo a Yamaguchi sonrojarse.

—Lo siento— Hizo una reverencia y el chico pidió que se levantará, sintiéndose aún más avergonzado—. Por cierto, soy Mizu.

Yamaguchi cogió dudoso la mano de la chica.

—Yamaguchi...

—¿Y tu nombre?

—¿Eh?—. Soltó su mano lentamente, sintiéndose abrumado por su calidez.

—No creo que ese sea tu nombre. ¿O si?

Negó con un gesto de cabeza rápido.

—Tadashi.

—Bueno, encantada Tadashi.
Me gustan tus pecas.

Haikyuu!! One-Shot'sМесто, где живут истории. Откройте их для себя