Capítulo uno

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Ir en motocicleta es como tener un pistola cargada en las manos, o por lo menos así lo sentía Eli. El motor vibraba con fuerza entre sus piernas, el aire lo dejaba sordo y por primera vez en su vida Leon no le había puesto el casco por lo cual su cabello rubio revoloteaba hacia atrás, apuntando a las luces azules y rojas que los seguían de cerca. Se aferraba a la espalda de Leon mientras éste zigzagueaba entre los automóviles del circuito. Cuando pasaron por un túnel el rugido de la motocicleta le hizo pensar a Eli que iba montado sobre un gran dragón, un dragón negro y morado, pues de ese color era la Kawasaki en la que iba.

Las dos patrullas que los seguían de cerca aullaban como lobos tras una presa. Seguramente tenían una vista muy extraña: dos chicos sobre una motocicleta descomunal, el conductor un chico mayor con una sonrisa alegre en el rostro que manejaba como desquiciado y que en las curvas raspaba rodilla de su ya raído pantalón de mezclilla negro. El segundo mucho más pequeño y delgado, pálido como la cera, aferrado al primero como si fuera un salvavidas en un océano negro lleno de tiburones de colores y usando el uniforme de la secundaria Reis.

Los oficiales habían recibido una llamada del guardabosques de Chapultepec diciendo que dos muchachos habían irrumpido en la zona brincando las rejas y que vagaban entre el zoológico, el bosque y el castillo. Cuando los oficiales llegaron, los dos chicos estaban tirados sobre la hierba frente a la jaula del león. Les pidieron que se levantaran y pusieran las manos detrás de la cabeza, pero en cambio los dos chicos echaron a correr como locos y brincaron la reja. El segundo, el pálido chico, cayó desde el borde, pero el primero lo había atrapado entre sus brazos. Los oficiales aprovecharon el momento en que se miraron a los ojos ambos chicos de una manera tan tierna y tan pura que pensaron por un momento que estaban enamorados. Casi los tomaron de la ropa cuando subieron a la Kawasaki y despegaron con destellos dorados y rojos del escape. El sonido despertó a los vecinos de la Paseo de la Reforma quienes asomaron a sus balcones para ver una sombra desaparecer en la negrura perseguida por dos patrullas Charger que no dudaron en pisar a fondo pues a esas horas de la noche todo el mundo dormía y la calle estaba despejada.

Eli sentía cada sacudida de la motocicleta cuando Leon cambiaba de velocidad. Parecía como si no hubiera un tope y pudieran ir tan rápido como una estrella fugaz. Se preguntó como los verían los demás coches, las patrullas, la gente que aun permanecía despierta a esa hora. Dos chicos que quieren ir a la velocidad de la luz para unirse en uno solo.

El túnel era largo, tanto que pensó que el motor lo dejaría sordo. Era como esa vez cuando él y Leon habían ido a un concierto de rock -el primero concierto al que iba en su vida y por el cual lo castigaron una semana- y habían estado tan cerca del escenario que las bocinas les golpeaban el corazón. Los coches a su alrededor eran simple manchones en su visión y se preguntó si Leon lo veía como él, seguramente no, Leon era como un águila, como un tigre, nada le salía mal. Con él se sentía seguro, él le había quitado el miedo a subir a una motocicleta y ahora que iban a ciento noventa kilómetros por hora lo menos que le preocupaba era caer. Sería imposible lastimarse si Leon estaba a su lado.

Por fin abandonaron el túnel y el cielo de la ciudad se abrió paso. Había tantas estrellas, tantas luces en ese cielo infinito que Eli no podía dejar de mirarlas, quería tenerlas todas, guarda en su pecho para después regalárselas a Leon. Se sentía tan feliz que creía que eso era posible. Extendió la mano y acaricio ese cielo que era la única cosa que no desaparecía a la velocidad a la que iba. Luego bajó la mano y de nuevo tomó la cintura de Leon. Recargó su cabeza en su espalda y se concentró en escuchar su corazón. Quería quedarse dormido sobre aquel hermoso chico, quería que aquella carrera contra las patrullas no terminara nunca, quería que la calle fuera eterna para nunca tener que separarse de esa cercanía que sólo la motocicleta les daba.

Sujétate FuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora