Capítulo 2

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Tal vez sea mejor
no entenderse entre los dos
para conservar
cada uno su razón.

(Antonio Vega)

Capítulo 2:

Poco a poco se había ido dando cuenta de ciertas cosas en lo que a su misterioso supervisor concernía. Había veces en las que desaparecía, así, sin más, para reaparecer a la hora, o a los diez minutos. Otras, recibía un mensaje de texto, lo leía y se iba. Se iba del hospital, tal cual. Nadie sabía por qué. A John le intrigaba. Bastante. Por lo visto era un imbécil, sí, pero un imbécil con secretos. Estaba poniéndose la ropa de calle porque había finalizado su turno cuando se le acercó Sebastian, el quinto chico en prácticas. John, Mike, Molly, Mary y... Sebastian. Apenas hablaba, no se llevaba con ninguno de los otros cuatro y no sabían nada de él, en realidad. Pelo cobrizo, era un chico fornido, de esos a los que no te atrevías a insultar de frente por si te partían la nariz. Inesperadamente tímido y reservado. Aquella era la... cuarta vez que le dirigía la palabra a John, y eso que llevaban más de catorce días viéndose casi a diario.

-John...

-Espera, no me lo digas -dijo el rubio, alzando un dedo para interrumpirle con algo de drama-. ¡Me toca guardia nocturna!

Sebastian asintió, despidiéndose con un "muy bien" y desapareciendo detrás de una taquilla como si nunca hubiese estado ahí. John se puso la chaqueta. Puto Sherlock, bufó, guardando la bata en su sitio y saliendo del edificio. Siempre que le tocaba turno de mañana acababa tocándole turno de noche también. Salía a las tres y tenía unas siete horas para dormir y hacer su vida fuera del hospital antes de volver y pasar otra noche infernal dentro. Llevaba unos tres días sin poder pegar ojo porque descubrió que era casi incapaz de dormir de día. No conciliaba el sueño. Imposible. Últimamente sentía que sobrevivía a base de cafés y nada más, y tenía la sensación de que dentro de poco en vez de cuidar a sus pacientes, sus pacientes le tendrían que cuidar a él. Suspiró, abriendo la puerta de su casa. Como le asignase una sola guardia más, mataba con sus propias manos a Sherlock. Necesitaría mucha energía para hacerlo, pero así al menos después podría dormir. Dormir. Sonaba tan bien. Sólo de pensar en ello se le cerraban los párpados.

No, no podía permitir que se le cerrasen los p... abrió los ojos, confuso. ¿Se había caído en el sofá? Y miró a su alrededor, más confuso aún hasta que cayó en la cuenta de que ya no hacía siquiera sol como cuando llegó a casa. Era de noche. Noche cerrada. Soltó un par de maldiciones, incorporándose de golpe. Con la tontería se había quedado dormido de verdad. Salió corriendo de su apartamento, cogiendo las llaves en el último momento. Menos mal que vivía cerca. Tarde, llegaba tarde, llegaba...

-Tarde, Watson. No vuelvas a llegar tarde.

Reconocería aquella voz en cualquier parte. Se estremeció de arriba abajo, sorprendido porque no le había oído entrar. Cerró su taquilla, poniéndose la bata.

-Lo siento. Me quedé dormido. Tanta guardia nocturna pasa factura -esbozó la sonrisa más sarcástica y falsa que pudo, pasando por su lado decidido a irse cuando una mano de hierro agarrándole del brazo se lo impidió.

Siempre se había imaginado que Sherlock Holmes estaría frío. Tan frío como los cadáveres con los que pasa el tiempo. Tan alto y tan pálido, siempre con bufanda, siempre distante, se esperaba todo menos aquello. Porque cuando le tocó el brazo juraría por dios que le notaba arder por debajo de la bata. El calor atravesaba la tela blanca y la camisa hasta llegar a su brazo. John elevó la vista hacia él, mudo, sintiéndose en brasas.

-John.

Tardó un par de segundos en reaccionar y sólo pudo articular un ridículo "¿hm?" interrogante. Sherlock le observó y juraría que se estaba burlando de él.

Si salimos de estaWhere stories live. Discover now