Capítulo Ocho

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"El hombre ideal sabe que lo es. ¿Tienes problemas con tu autoestima? No te preocupes, amiga, tu hombre ideal tiene confianza en sí mismo para los dos. No im­porta la situación, tu hombre sabrá salir de ella con toda facilidad."
“49 Cualidades Del Hombre ideal”, Revista Hombre Real, Abril, 1964.

Gonzalo Carrión estaba en su despacho cuando Mayte llegó. Era un hombre de unos cincuenta años, pelo canoso, elegantemente vestido con un traje hecho a la medida y muy cortés. Se levantó de la silla tras el escritorio cuando ella entró y le estrechó la mano con cierta fuerza.
G: Es un placer conocerla (dijo él haciéndola en­trar y sentarse junto a una mesa auxiliar en el otro lado del despacho) Es muy amable por su parte to­marse ese interés por nuestra empresa.
M: Muchas gracias (dijo May)
Gonzalo no parecía el tipo de persona que se desharía de su tío, aunque ella tampoco sabía qué aspecto tendría un hombre así, aunque sospechaba que debía ser un tipo siniestro. Y Gonzalo no lo era. De hecho, le recordaba a un actor famoso de cierta edad, aunque un poco más bajo.
G: ¿Y qué le ha llevado a escribir sobre nosotros? (Mayte se dijo a si misma “Mi amiga piensa que usted se deshizo de su tío”)
M: Escribo pequeños artículos para un periódico lo­cal de vez en cuando y se me ocurrió que estaría bien escribir uno sobre los cambios que ha sufrido su nego­cio. Si no le importa, claro.
G: Bueno, Mayte... ¿Te importa que te llame Mayte? ¿O prefiere señorita Lascurain?
M: Mayte está bien.
G: Gracias. Como iba diciendo, Mayte, no le hemos dado la espalda a la publicidad. ¿Qué tipo de informa­ción estás buscando.
M: La renovación que estás llevando a cabo, las ra­zones para el cambio. (Mayte se dijo a sí misma “Si tienes algo que ver con la muerte del señor Franklin”.)
G: Está bien (dijo el hombre) ¿Por qué no empeza­mos por ver las instalaciones? Por el camino te iré ex­plicando las renovaciones que tengo en mente.
Salieron del despacho y Gonzalo la acompañó por las instalaciones siempre atento a ella y dándole las explicaciones más adecuadas. Terminaron delante de los escaparates. Mayte pensó en una manera de dirigir el tema hacia Franklin Walters.
M: Desde luego ha cambiado mucho todo (dijo fi­nalmente)
G: Lo sé (suspiró Gonzalo) Las cosas tenían que cambiar, Mayte... aunque mi tío no se diera cuenta.
M: ¿Te refieres a Franklin Walters?
G: Sí (tosió discretamente mientras se tapaba la boca con la mano) Yo quería mucho a mi tío Frank. Era una buena persona y todos los empleados estábamos muy unidos a él. A veces, cuando vengo por aquí me parece estar viéndolo.
Gonzalo se llevó el dedo al lagrimal del ojo y a Mayte se le hizo un nudo en el estómago. Aquello era una idiotez. Nunca debería haberle hecho caso a Isabel. ¿Cómo alguien podía sospechar de un hombre tan en­cantador como este?
M: Lo siento, Gonzalo.
G: Yo también (suspiró éste) Supongo que te habrás enterado de lo que le ocurrió.
M: Algo he oído, sí. Alergia al pescado, creo.
G: Exacto (Gerald le contó la misma historia que le había contado Isabel antes) Ojalá le hubiera visto tomar aquella salsa de mariscos. No le habría dejado probarla. Yo no la tomé.
M: ¿No?
G: No. Yo también soy alérgico al pescado. Fue una tragedia (Gerald guardó silencio unos momentos mientras recobraba la compostura) Desafortunada­mente, el tío Frank estaba un poco anticuado. Traté de convencerlo pero no nos poníamos de acuerdo. No que­ría que las cosas cambiaran, pero tenían que cambiar. Cada vez hay más gente que practica deportes al aire li­bre y no quieren tener que ir a comprar su equipamien­to a un almacén como si fueran piezas de coche. Quie­ren ir a un lugar que tenga un aspecto más refinado.
Mayte no creía estar de acuerdo. Le parecía que ese tipo de clientes estaban más interesados en hacer una buena compra que en el aspecto del almacén.
G: Aunque supongo que al final nos pusimos de acuerdo (continuó Gonzalo pensativo) Después de todo, me dejó la empresa. Me tomó completa­mente por sorpresa.
M: ¿No esperabas que te la dejara?
G: No (dijo dando un nuevo suspiro) Me alegra que lo hiciera porque así no me sentí tan mal por todas las discusiones que habíamos tenido al no ponernos de acuerdo.
Ahí estaba la clave. ¿Por qué iba a dejar el señor Walters la empresa a su sobrino si no se llevara bien con él?
Gonzalo le puso la mano en la espalda para guiarla hacia el siguiente escaparate.
G: Ven por aquí. Quiero enseñarte nuestra nueva lí­nea de ropa interior de cuero.

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